SOMEBODY PUT SOMETHING IN MY DRINK

PALABRAS:
SOMEBODY PUT SOMETHING IN MY DRINK - Cristian Lagiglia

MÙSICA:
GLYCERINE (Bush) - Hernán Pesce Versión Acústica 2010



SOMEBODY PUT SOMETHING IN MY DRINK

YO: ...y la definiste como nadie puede en Nombres impropios...

JOAQUÍN: Por lo que me contáis te encuentras en un callejón...con salida.

YO: ¿Y cuál es la puta salida?

JOAQUÍN: Follate todo coño que respire y pase cerca de ti, un clavo siempre saca a otro clavo.

YO: ...gracias Gallego, te debo una muy grande...

JOAQUÍN: ... ¿Gallego?... ¡tu puta madre que yo soy de Andalucía!...

¡1...2...3...ya!

Tres patadas prolongadas a una palmera y la escalera de la terraza es una pendiente en la que bajo escalones de mi mismo. Quique arranca a toda velocidad (60 km/h, velocidad crucero) y nos vamos zarandeando dentro de la combi. Desencajados y a las risas exigimos dos porrones en la estación de servicio de Beltrán y Pellegrini dentro del horario de veda, nos los dan porque alguna vez hemos ido a comprar ahí como buenos ciudadanos. El Bocha Sokol susurra desde los parlantes (desde el cielo)...”me agarré de tu mano, me dejaste caer...yo te hubiera salvado”..., cierro los ojos y mientras te digo chau internamente, Quique grita que quiere que explote el mundo ya. Vos, inconmovible, hablando por teléfono en la puerta de mi McDonald’s a las once y diez de la noche con cualquiera menos conmigo. Dos controles policiales que no nos paran porque si no la historia termina ahora mismo. Mucho más adelante, en plena montaña, nos tiramos al costado de la ruta, apagamos las luces y prendemos una bengala, el cielo se viene abajo de estrellas y solo nosotros dos podemos contarlas una por una (obviamente que desistimos cuando íbamos por la número once) e iluminar tanta oscuridad. Quique se acerca al abismo que da al río y mira para abajo como si ese abajo fuera para arriba. Lo veo soltarse al aire de la noche y su cuerpo flota dos segundos en la inmensidad y cae, pesado, sin gravedad, a estrellarse en el fondo. Cuando va cayendo me sonríe y no es él, soy yo. Hago dos pasos para atrás y el corazón me late como si tuviera vida. Arrancamos la combi y de pedo le acertamos a la ruta. Empezamos a deshacernos del lastre y jugamos a que antes de llegar al Lugar tiraríamos por las ventanillas todo lo que nos estuviera pesando en el alma. Tus dudas, tu mala leche, la confusión de ella, nuestra inconstancia, el desamor de ustedes, las ganas de matarnos en vida de nosotros y tantas cosas más que quedamos livianitos como bebés recién nacidos. Dos tipos pergeñando una despedida. Llegamos y Quique me dice que siente que se murió y que ahora vuela, le pincho el globo y le digo que va por el puente colgante de Cacheuta y que se quede quieto que además de una gula galopante tengo vértigo y que ésas luces que están adelante no son el paraíso ni el infierno, es el Lugar.

Girasol. Giraluna. GiraDios. GIRAMUNDO.

Un vampiro lascivo de ojos que vieron todos los secretos de la noche, listo para morderme el cuello, me pregunta que es lo que quiero y le hago una lista interminable de sueños utópicos que tengo en mente y que difícilmente una barwoman me pueda cumplir (bueno, algunos si) y ahora, con una sonrisa macabra, formula la pregunta correctamente y me pregunta que qué quiero para tomar.

Me doy vuelta con las manos llenas de deseos cumplidos y Quique bambolea sus rastas en trance zomba en el medio de todo, en el medio de su nada y se le pegan varias moscas que no podremos espantar. Una de las moscas me vacía las manos y me llena la boca y su boca huele a un amanecer de primavera. Se da vuelta, se refriega contra mí y me devuelve el vaso con demasiada elegancia. Quince horas después me doy cuenta de que algo le puso a mi trago (como si me hubiera hecho falta) y vuelvo a retroceder catorce horas y diez minutos y ahora mis ojos se me salen de las órbitas y sobrevuelan en un dub epiléptico por encima de muchas cabezas y me meto dentro de cada una de las mentes expropiándolas de sus pensamientos para ver si me contagian algunos a mí. Una remera negra de Ona Saez que reza Soy lo que soy me dice al oído que me quiere llevar al más allá y yo ya estoy en el más allá. Lo mismo me lleva al más acá y se abusa de mi inocencia y yo la dejo, apoyado contra una pared que siento a mis espaldas que se cae como todos los lazos que me atan a este mundo. Voy rapidísimo hacia el baño y todo gira en sentido anti horario, así que desisto de embocarle al mingitorio Ferrum que me mira como el tipo que nunca me dejó arrancarle la sortija en la calesita del parque. Salgo y el aire me trompea a traición y vuelvo a flotar en un mosh descentrado y me hago uno con las distintas pieles que voy rozando. Paso como un tren bala degustando lenguas de dientes, todavía, de leche, shorts hipercortos y piernas que me ahorcan como bufandas y no sé porque me acuerdo entera la letra de Nueva media hora, será porque vi que un chancho frenético y descontrolado iba a estrellarse la crisma contra un árbol y ése chancho, parece, era yo.

Vibra el celular como el subte de la estación Carlos Gardel y estirándome desde mi cama para alcanzarlo me encuentro un mensaje de borracha (que es cuando se dice la verdad), a las siete y media de la mañana, que llega tarde (ahora lo sé). Muuuuy Taaaaarde.

Me incorporo como puedo y me veo más marcas en el cuerpo que rayas una cebra (debe haber sido la colisión contra el árbol). La sorpresa fue mayúscula al voltearme y encontrar, a mi lado, una bombacha plateada incrustada en un cuerpo que a su vez estaba incrustado boca abajo en un acolchado verde... manzana latente, que pierde las plumas como yo las mañas.

Me visto sigiloso para no despertarla (espero haber estado a la altura de las circunstancias, querida) y pienso que empecé a recuperar el año y doce días que llevo perdido. Cuando voy saliendo de la habitación el sol me tajea la cara con uno de sus rayos y ella musita, entre dormida,...feliz día de los enamorados. Le devuelvo el saludo por cortesía y salgo a la calle pensando que no sé como llegaste hasta mi sucucho y que espero que puedas salir, si no, le preguntás a Matu.

Yo me voy a laburar escuchando a los Ramones, dándole toda la razón del mundo a Joaquín por eso de los clavos y con el cerebro hecho un caleidoscopio de sicodelia pura.

Maldita manutención...el día pintaba para quedarse a hacer cucharita contra esa espalda que era todo presagio hasta la llegada del próximo clavo.

LA ESQUINA DEL INFINITO

PALABRAS:
LA ESQUINA DEL INFINITO - Cristian Lagiglia

MÙSICA:
CENIZAS Y DIAMANTES - Don Cornelio y la Zona
Hernán Pesce - Versión acústica 2010



LA ESQUINA DEL INFINITO

Se sintió el golpe secó de un portón metálico y desde su garganta salieron cuatro ojos rojos que volvían de un viaje de dolor.

Caminaron unos metros hasta la esquina, uno al lado del otro, sus hombros casi podían tocarse, lo que ya no se tocaban más eran sus vidas.

Dos veredas más allá sus pasos se aletargaron alargando aún más la agonía.

Los vi pararse en la esquina el infinito, imagino que él le estaría diciendo algunas palabras atragantadas que siempre son insuficientes en las despedidas.

Ella lo miraba fijo, llevaba una bolsa de papel en las manos, parecía no entender lo que él le decía.

Al cabo de unos instantes se rozaron en un último beso y ya sus miradas nunca más se cruzaron.

Dejaron al amor desolado, parado como un reloj de arena, en esa esquina.

Tarda tanto en pasar el 104 que a veces es muy doloroso lo que uno puede ver mientras fuma y espera.

¿DONDE VAMOS?

PALABRAS:
¿DONDE VAMOS? - Cristian Lagiglia

MÙSICA:
And now (nobody waits) - Hernan Pesce
Letra: Nico Barboza




¿DONDE VAMOS?

¿A dónde vamos?

¡Qué buena pregunta! Además de ser una buena pregunta, es casi una recurrencia.

He llegado a la insana conclusión que solo hay dos motivos por los cuales la raza humana llega a hacerse esta cabal pregunta.

El primero de los motivos es para alardear.

Alardear, con esa frase entre signos de interrogación, de que uno ya tiene un plan de antemano por el cual cursar.

El que escucha a otro hacer esta pregunta retórica a los cuatro vientos y como oteando el horizonte, viendo el devenir con la claridad y la suficiencia del que hace unas tostadas con manteca, se queda atónito ante tanta iluminación.

Automáticamente, a quien escucha esta aseveración lo aquejan dos males incurables.

La ignorancia y la envidia.

La ignorancia, porque, en realidad, no tiene ni puta idea donde va y la envidia, porque no se le ocurrió a él semejante genialidad de preguntarse cuál es el camino a seguir, sabiendo cuál es el camino a seguir, ignorando que el iluminado que se hace esta pregunta, en el noventa por ciento de los casos, lo alumbra un foquito de 25 watts y lo hace solo de hijo e’ puta que es, para instaurar en el otro el pecado capital de la envidia.

La otra razón por la cual nos hacemos esta pregunta, es quizás la más veraz y sincera.

Porque no tenemos ni la menor idea donde estamos parados y pensamos que, por lo menos, haciendo esta pregunta encontraremos el motor necesario para que nos movilice hacia otro valle mejor, sin sospechar que va a ser la misma mierda que el anterior nada más que vamos a estar más cansados.

Ya lo decía la publicidad de Arauca “quedate donde estás, gil”.

Me enrolo e identifico más con este grupo de ignorantes que con los que ya tienen todo clarito y la ropa planchadita para disfrutar de un futuro cegador, de tan brillante.

Esta gente, en su gran mayoría impostora, como ya convenimos, es la que me hace desconfiar de que doblando por Maipú para abajo, me esté esperando un futuro provechoso.

Esta gente que tiene la bola de cristal, los cordones siempre bien atados y tienen el pelito siempre bien peinado cuando la vida se pone a sacar las fotos para el cuadro del empleado del mes, es la gente que más me llena de certezas.

Ergo, si agarrás para la derecha, yo agarro para la izquierda.

Es la tropa que dice muy suelta de cuerpo: ...”a mí, leer a Bucay me hizo entender el propósito de mi existencia”...

Les tengo una mala noticia, Bucay no sabe ni donde tiene el culo y mucho menos donde va a parar tu condenada y burguesa existencia.

Y de ser cierto esto que proclaman estos esperpentos, lo de ya saber cuál es el propósito de su existencia, ¿qué les queda?

¿Enterarse donde está el esternocleidomastoideo?, ¿dónde puta tiene parada el 61 en el Bombal?, por citar dos cuestiones al azar que guardan un gran misterio para mí.

Creo que todo radica en la eterna búsqueda y es ésa búsqueda y no el hallazgo, lo que nos hace seguir latiendo como si fuéramos a sacar a bailar a la más linda del grado en la fiestita de fin de año de la escuela.

De todas maneras, cualquiera de las dos razones son válidas porque en ellas se esconden, bajo frondosos tapiales, la impostura y el hartazgo.

Nos topamos a menudo, casi periódicamente, en nuestra vida ordinaria, con esta clase de preguntas.

Así, sin más, vamos a ver que nuestros políticos se preguntan a sí mismos, para dónde va el rumbo del país, con ellos adentro, por supuesto, y tratando por todos los medios de encontrar la mejor ubicación.

Tendrán más suerte que otros a los que el tachero le pregunta: ¿A dónde vamos?

Recurrente es esta pregunta entre los pibes de la esquina que, ya cansados de atorrantear en la misma intersección todas las benditas siestas, van buscando otros horizontes donde no haya una vieja que los chiste desde atrás de la ventana para que cesen en su costumbre de decir tantas barbaridades y larguen el porrón y se busquen un laburo, ¡carajo!

En una maldición se convierte esta interrogación cuando, un domingo a la tarde, con las patas estiradas en un sillón y con el chopp de cerveza chorreando de lascivia al alcance de los dedos de la mano, justo cuando pasan el último partido de la fecha, la señora esposa le pregunta al proyecto de Homero Simpson:...¿y, viejo? ¿a dónde vamos?...

Muchas veces, ante la angustia de no poder tolerar el cadalso de nuestra mísera existencia, nos preguntamos a donde van otros.

Por ejemplo:

¿A dónde van a parar las cañitas voladoras?, ¿a dónde van a parar los mejores besos que dimos?, ¿a dónde va la gente cuando llueve? se preguntaba el poeta, ¿a dónde van las hormigas coloradas que tengo en la habitación?, porque de donde vienen, ya sé, ¿a dónde van a parar los mejores años de nuestras vidas?, ¿a dónde va la guita que acabo de cobrar? que ya no me queda un mango y recién es día cuatro, ¿a dónde va tan apurado el turro al que le acabo de hacer dedo e hizo como que no me vio?, ¿a dónde van a parar las geniales ideas que hemos tenido rascándonos el higo una tarde de otoño?, ¿a dónde va el mozo cuando le hacemos seña para que venga de una vez por todas?, ¿a dónde va a parar la cintura de nuestra mujer y dónde fue a parar el amante latino que supimos ser durante los primeros quince minutos de nuestro matrimonio?

Todas preguntas sin respuestas aparentes y que guardan un enigma místico en su interior.

Y ya, en tren de ponerme filosófico y meramente aburrido, creo imperturbablemente más en las preguntas que en las respuestas, porque las primeras están barnizadas con la pátina de la inocencia y las segundas con la chatura del que ya se lo sabe todo.

Todo este despropósito de conceptos tirados a la marchanta y sin sustentos, vertidos sin ningún tipo de estilo más arriba y la repetición de los goles que se comió la Lepra en Córdoba sirvieron de excusa perfecta para no ir a lavar el baño.

Al final sabía, hace como dos horas, a donde iba yo, lo que me deparaba el futuro.

Lo que pasa es que cuando el futuro me llama, yo a veces, me hago el boludo.

UN MINUTO CALIENTE

PALABRAS:
UN MINUTO CALIENTE - Cristian Lagiglia

MÙSICA:
Diamonds on the inside - Ben Harper
Versión acústica - Hernán Pesce - 2010

UN MINUTO CALIENTE

Mis ojos, casi cerrados, empezaron a parpadear a la velocidad de la luz, me puse unas medias que perdí hace como diez años (lo sé porque las extraño), aparecen por el pasillo Luis Majul vestido de gerente de McDonald’s y el Gordo Pote vestido de cocinero y me preguntan algo pero no escucho bien que es y se quedan mirándome como a un boludo, entonces esa misma pregunta me la hace Quique, que venía más atrás y que tiene una perra Gran Danés a su lado que me mira para el orto y no contesto oralmente pero si mentalmente y la respuesta es no. De repente estoy en el colegio donde terminé la secundaria apoyado en el mástil y veo todo en blanco y negro, después veo todo casi verde, después veo a Luisa, que parece, era profesora en mi colegio, llevando en la mano un gigantesco sánguche de milanesa, después estoy en el kiosco del colegio para comprarme el mismo sánguche de Luisa, pero lo atiende Matías y ya no es el kiosco del colegio, es el almacén de él y él no me ve y no me escucha porque le pido un pedazo de queso de rallar y el mencionado sánguche y sigue atendiendo, como si nada, a Juanita Viale, que sí me ve y sí me escucha y lo mira a Matías como para avisarle que yo estoy ahí y él la atiende, tranquilo, pero tampoco la ve ni la escucha y ella me acerca algo a las manos y yo ya estoy caminando rumbo al parque con una bicicleta a mi lado y no puedo cruzar la calle por el tráfico y veo pasar a Mariam vestida de colegio y ella me mira desde la vereda de enfrente pero no me da bola porque todavía no me conoce y yo le hablo sin palabras, a los gritos, a través del tráfico, entonces ella no me entiende y lleva en la mano una carta que yo le voy a dar más adelante, cuando nos conozcamos y abre el sobre y lee la carta y parece que lo que lee no le gusta un carajo y me reputea, pero no a mí, que estoy enfrente, sino al remitente de la carta que soy yo, pero no el yo de ése momento y en eso, veo un accidente de una moto con un auto y de la moto se levanta Michiels lo más bien, arreglándose el pelo y me dice que ahí viene el 120 y nos subimos y al bondi lo maneja Fato, así que va a 20 km. por hora y adentro hay un pibe parecido a Luciano que tira bombitas de agua a los pasajeros del bondi y la empapa entera a Juanita Viale que ahora está embarazada (ojala fuera mío) y que lleva en las manos lo que me dio a mí y lo que compró en lo de Matías y pasa Martín, por la puerta, con muletas y la Gaucha al lado, pero no nos saludamos porque él vive en Canadá todavía y se para a leer un cartel que dice prohibido fijar carteles y desde adentro de un auto negro Quique me vuelve a preguntar algo, pero yo no estoy ahí para contestarle y me esfuerzo por escuchar, mientras en la computadora estoy viendo el capítulo 15 de Lost temporada 5 y veo una pila de discos que se empiezan a balancear como viniéndose en picada y trato por todos los medios de que no toquen el piso y en el esfuerzo hago mierda el mouse de la computadora con un pie que tiene puestas las medias perdidas hace diez años, las dos, y en Lost aparece Cerati, sentado en la puerta de la escotilla, cantando una canción que me voy a aprender mañana a la mañana, sale de los discos, creo, y pasa un gato bizco y marrón caca, por la medianera de enfrente, mascullando entre dientes, me dice que extraña a Teresita y veo que han cambiado un tanque de agua en el techo de la casa de al lado y entra por el ventanal del sucucho de Beltrán (que apuntaba a la libertad) un olor a asado mortal o algo por el estilo y escucho como crujen mis tripas y como alguien, que no alcanzo a ver desde el ventanal, pide que le pasen la sal gruesa y un vaso de vino con soda y se me caen de las manos unas fotos de un cumpleaños de quince que están plagadas de chicas lindas de las cuales, solo conozco a una o dos y las recoge del piso Julio Cobos (¡que puta hace Julio Cobos aquí!) y después las pega con plasticola en un diario en donde estoy haciendo el crucigrama y me corre la mano y no me deja escribir en los cuadritos en blanco y aparece Fede listo para irse a un partido de fobal, se suena la nariz, se persigna y le da una hermosa patada en los huevos a Cobos y vuela plasticola por todo el lugar y cae en su traje azul y se apaga la luz de improviso y se apagó un cigarrillo que todavía no prendí, también y vibró fuertísimo el celular y ahí, casi me caigo de la silla, que dicen, está maldita.

Una buena señal para irme a dormir (después de tres días) de una buena vez por todas y ponerme a soñar algo como la gente.

O por lo menos algo en lo que no aparezca Julio Cobos.