EL CORAZÓN CON AGUJERITOS

PALABRAS:
EL CORAZÓN CON AGUJERITOS - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
EVERYBODY HURTS (REM) - Versión acústica- 2010


EL CORAZÓN CON AGUJERITOS

-Bueno Licenciada, entenderá mi nerviosismo, es la primera vez que hago esto y no sé muy bien cómo manejarme.

Creo que lo mejor sería contarle porque creo yo que estoy necesitando de ayuda. Cuál es el motivo que me trae aquí.

Resulta que hace exactamente seiscientos setenta y cuatro días, y acá agradezco que en el medio no hubieron años bisiestos, si no, le tendríamos que agregar dos días más, apareció en mi vida una persona que vino, para bien o para mal, a destrozar todo lo que más o menos estaba en pie en mi existencia.

Apareció de la nada misma y cuando menos me lo esperaba y desapareció en la nada misma y cuando menos me lo esperaba. Lo que yo vengo a tratar acá, Licenciada, no es entender la razón de porqué ella apareció y menos de porqué ella desapareció, sé positivamente que es muy feliz en dónde está y con quién está, si no, no hubiera elegido eso.

Lo que yo vengo a tratar es como hago para salirme yo de una buena vez de esta historia.

Ya le dije que hace seiscientos setenta y cuatro días que yo estoy inmerso en esto y usted creerá que es una obsesión y no quiero de ninguna manera utilizar lenguaje que me es ajeno y muy familiar para usted, pero creo que no es obsesión, creo que es un alivio, porque obsesivo sería contarlos como yo los viví y, créame, a muchos de estos día yo los tendría que multiplicar por dos, porque en el transcurso de vivencias de cada uno de estos días yo, en carne propia, los he vivido como si fueran dos.

Sería muy fácil catalogarme de bipolar pero créame que mis cambios drásticos de ánimo han sido pura y exclusivamente originados en encuentros furtivos con la persona de la que le hablo o, lo que es peor, con recuerdos de esa persona.

De ahí que al verme a mí mismo desde afuera, me da la impresión de que en un mismo día yo he vivido dos. Y por eso me resulta más saludable sentir que han sido días individuales.

Desde que desapareció de mi vida yo me he visto envuelto en situaciones que son muy extrañas en mi comportamiento. He hecho cosas realmente estúpidas y cosas que son inconfesables, pero no porque impliquen algún crimen, inconfesables por la vergüenza que da reconocer lo que uno puede llegar a hacer cuando el que manda es el corazón y la cabeza no atina para nada.

Ahí es donde tengo una pregunta vital que hacerle, Licenciada, ¿cómo puede una persona ver que le están mintiendo en la cara, saberlo y sentirlo, y en el mismo pensamiento enterrarlo como si eso realmente no estuviera sucediendo?, ¿qué lleva a justificar las mentiras de otra persona cuando esas mentiras afectan directamente a uno mismo?

Enseguida me lo contesta, Licenciada, porque esto no termina aquí.

Nuestra historia de amor duró, digamos, como media hora.

Después de eso, todo lo demás ha sido sufrimiento, pero ha sido sufrimiento ahora que me doy cuenta, en el momento en que han transcurrido estos días sé que he sufrido muchísimo, pero no me había dado cuenta.

Es tremenda la negación pero más tremendo es verse en situaciones que son, como mínimo, grotescas.

¿Qué se yo?, por contarle algunas, Licenciada, he estado camuflándome en una esquina por más de cuatro horas frente a su trabajo, con tal de verla, y una de las tantas veces que hacía esa idiotez parece ser que a un vecino le parecieron raros mis movimientos y mi permanencia en la puerta de su casa, cosa que yo no había advertido, y llamó a la policía y con tanta mala suerte que tengo, no llevaba los documentos, así que estuve demorado otras cuatro horas en la seccional y a mí lo único que me preocupaba era que no la podía ver, ni me hice cargo de la vergüenza ni de las sospechas que podría haber levantado.

De hecho, el motivo por el cual me dejaron salir, fue que les conté a todos los oficiales que es lo que hacía verdaderamente en esa esquina y creo que se apiadaron de semejante pelotudo y hasta unos mates me convidaron.

Una noche me vestí elegantemente y concurrí a una fiesta a la que, obviamente, yo no estaba invitado y chamuyándome y contándole la verdad de mi presencia en el lugar a los guardias de seguridad, previo acuerdo de sacarles algo para beber, cada media hora, me dejaron pasar y como yo estaba vestido muy elegante, pude pasar desapercibido y estuve toda la noche mirándola embelesado, desde un rincón (del cual me iba cambiando debido a la paranoia de pensar que todos me estaban mirando a mí), divertirse, bailar, saltar, lucir un peinado nuevo, sacarse fotos, etc., todo esto con su pareja, hasta que se hizo la hora de irse y me volví caminando desde muy lejos con una felicidad estúpida, como si realmente hubiera sido yo quién estuvo con ella.

Realmente es una adicción de la que no me puedo despegar sin ayuda, he tenido otras adicciones pero ha sido mi fuerza de voluntad quién las dejó atrás.

Fui adicto a la serie Lost y recuerdo perfectamente haber consumido las cinco primeras temporadas en menos de cinco días para después sufrir el síndrome de abstinencia que fue esperar que filmaran la sexta temporada durante todo un año y acá me ve, con mucha voluntad, sobreviví.

También fui adicto al ajedrez y usted podía verme deambular por la ciudad con un tablero y sus correspondientes piezas debajo del brazo y encontrarme con personas que me saludaban y yo automáticamente las invitaba a jugar una partida. Fuerte era la desazón cuando escuchaba que no sabían jugar o que no tenían tiempo para semejante menester, pero yo seguía inquebrantable buscando alguien con quién jugar. De esta adicción me curé porque tengo muy poca tolerancia a la derrota y, siendo sincero, perdía cada cinco minutos.

Espero que usted tenga la fórmula mágica para operarme de esta adicción que me provoca ir a verla todos los días a su trabajo, irme caminando hasta su casa que queda muy lejos de la mía para verla salir de la casa (cosa que nunca sucedió porque parece que no está mucho en su casa), escribirle cartas desgarradoras de despedida y a los dos segundos arrepentirme y escribirle cartas de bienvenida, como si fuera a volver algún día, mandarle flores, mandarla a la mismísima mierda (mental y oralmente), llorar como un niño por su desamor y ausencia y a las dos cuadras reír como un loco por la felicidad que me da sentir lo que siento (yo solito), y verla en cada rostro que cruzo en la calle lo cual explica el enamoramiento que uno lleva adentro, digo, eso de verla en cada mujer que me cruzo.

La cosa se pone un poco más complicada cuando veo su rostro en el cuerpo de un gordo oficinista que está esperando el colectivo y hurgándose la nariz, mientras escupe y espera. Créame que esa es una escena muy difícil de sacarse de la mente, pero que le voy a hacer, el amor es más fuerte, y yo la amo hasta con el cuerpo del Sr. Barriga.

Se preguntará si he pensado en la muerte como solución drástica a mi problemita y tendría que confesarle que si, Licenciada, lo que pasa que con La Muerte yo tengo un temita personal.

Ya todos sabemos que a la corta o a la larga ella va a ganar este partido. Es como jugar contra el Barcelona de Messi, por más que le pongas toda la onda, en cinco minutos te destrozan y te golean.

Con la muerte pasa lo mismo, por lo cual yo me he propuesto firmemente jugarle este partido con doble línea de cinco, como el Inter de Mourinho, por lo menos hasta que me den las fuerzas y me venga a buscar.

Yo, en algunas ocasiones la he llamado insistentemente pero ni ella me da bola.

Parece que su labor es llevarse a los que sirven, que se yo, se lleva a Lennon y deja a Chapman, se lleva a Mercedes Sosa y deja a Duhalde, Menem, Kirchner, Macri, se lleva a Rufino y me deja a mí.

Yo creo que conmigo está cometiendo un claro caso de discriminación y cuando solucione estos problemitas que me están aquejando, iré a denunciarla al INADI.


Toda esta caterva de palabras y emociones mezcladas eran el argumento que iba a esgrimir cuando me tocara mi turno con Laura, la psicóloga.

Las había practicado de antemano y hasta me controlé el tiempo (30 minutos exactos) que me llevaría secarle la cabeza con esta historia de histeria descontrolada, especulando en dejarle los últimos diez minutos de la sesión para que ella me contara cuál era la solución mágica que ella seguro tenía para el problema que me estaba carcomiendo.

Creía que con diez minutos de su sabiduría serían suficientes para que me hiciera ver la luz o para que me decidiera ir yo hacia la luz...de un trole y que éste me llevara puesto.

Le dejaba diez minutos, también, para que se ganara los cien mangos que me costaba la consulta y que, obviamente, yo prefería gastarme yendo a ver a Las Pastillas del Abuelo (lo de Divididos lo tenía solucionado gracias a la habilitación generosa y terapéutica de otra psicóloga) y cuatro porrones o poder irme con esos cien mangos al JUGUETE RABIOSO e invitar a Poli, Pinky, la 99, Caro, Guille, Matu, Fato, Quique o al Sapo, por nombrar a algunos de los que han venido pagando (digamos, el último año y medio) las cervezas que me he ido tomando.

Todo esto, que tendría que haber expresado para por fin comulgar con la sanación de mi mente, de mi espíritu y de mis huevos, se vio interrumpido en cuanto, del consultorio, salió una señora con cara de nada, de la mano de su problemático hijo que no contaba con más de doce o trece años. Dejaron la puerta entreabierta.

Por el espacio que dejaba el límite de la puerta antes de besar al marco, la podía ver perfectamente a ella. Era más bien bajita, de pelo lacio que alguna vez fue castaño y ahora luchaba valientemente por parecer rubio, como casi todo el mundo.

En ese instante, se llevó las manos a la cara y empezó a llorar, casi en silencio.

Las lágrimas le corrieron el modesto maquillaje que ella, en movimientos infructuosos, trataba de salvar, con los restos de un pañuelito descartable. Parecía tan triste que me dieron ganas de entrar y consolarla.

Me contuve.

Cuando se creyó recompuesta y sin darse cuenta de la abertura de la puerta por donde yo la estaba mirando, se estiró la camisa, inhaló y exhaló controladamente y desde adentro del consultorio llamó:

-Lagiglia, pase.

Me levanté y en vez de apuntarle a la puerta del consultorio, le apunté a la de salida.

A los pocos segundos ya estaba en la calle con una contundente reafirmación de mi ateísmo hacia el curanderismo de la mente (Dolina dixit), la impotencia de no haber podido tirarle una onda a una persona que estaba triste, vaya a saber porqué sorcho y buscando denodadamente la calle por dónde pasan los troles.

Hoy no era, definitivamente, un buen día para contarle a Laura, la que trabajaba de psicóloga, que yo andaba con el corazón con agujeritos.

CÁBALAS

PALABRAS:
CÁBALAS - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
ANYMORE (Las Vacas Sagradas) - Versión acústica




CÁBALAS

Se despertó y antes de levantase de la cama, puso especial atención con qué pie iba a tocar primero el suelo.

Clavó la planta del pie derecho en el suelo y arrancó decidido para el baño.


Saliendo del baño sin afeitarse porque al ser día par no le tocaba, se puso su camisa celeste de la suerte, que ya no aguantaba una lavada más, poniendo especial cuidado en pasar primero el brazo izquierdo, el del cuore y luego el derecho.

Antes de abrir la puerta del departamento y ganar la calle, le dijo unas palabras de amor a su potus, llamada Teresita, su fiel plantita desde hacía mucho tiempo y no olvidó darle tres besos a la estampita de San Pugliese que tenía pegada en la heladera. Por la suerte, parece.


Cuando iba por Maipú para abajo había una escalera apoyada contra una pared ocupando casi toda la vereda. Decidió salirse a la calle para no pasar por debajo de ella.

Cuando dobló por Almirante Brown automáticamente buscó con la mirada el Dodge 1500 que siempre está estacionado ahí y miró fijo su patente que tiene su número de la suerte: 777.

Entró a McDonald’s, pidió su desayuno de siempre a la chica de siempre y se sentó en el lugar de la suerte, el de siempre.

Después de cruzar el tráfico incesante de San Martín y contar, poniendo mucha atención, tres autos con las luces tuertas, pasó un gato, negro y puntual, atravesando Alvear de sur a norte y esperó a que éste se subiera al árbol para que no coincidiera con su paso vertiginoso porque ya iba tarde al trabajo.

Entró a la oficina y al encontrarse de frente con Ramiro, alias El Colorado, lo saludó con un beso e inmediatamente se agarró los huevos con la mano izquierda.

Salió de nuevo a la calle y se prendió un cigarrillo mientras esperaba a que su compañero buscara las llaves de la camioneta que los llevaría a la zona donde iban a encargarse de vender un sistema de seguridad para domicilios.

En ese instante y, deliberadamente, tiró al suelo un objeto que empieza con la misma letra del nombre de la mujer que lo tortura, en pensamiento y sentimiento, mañana, tarde y noche.

Dicen las malas lenguas que si a uno se le cae algo al suelo, la letra con la que empieza el nombre del objeto caído coincide con la letra de la persona que está pensando en uno.

Pensó, luego de sonreírse, que por las dudas de que ella no lo estuvieras haciendo, en su descuido premeditado, él la obligó a hacerlo. A ella y a todas las personas que lo conocen a él y cuyos nombres empiezan y coinciden con la inicial de ella.

Se dispuso a empezar las tareas laborales del día y a esperar, como esperaba siempre, a que ella llamara, algún día, por teléfono.

Tirando el cigarrillo en perfecta parábola hacia la acequia se fue pensando de que eso ya dependía de ella, pero que él había ayudado lo más que pudo a que eso sucediera...respetando todas las cábalas.


...QUÉ DÍA DE MIERDA, ¿NO?

PALABRAS:
...QUÉ DÍA DE MIERDA, ¿NO? - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
JUST BREATHE (Pearl Jam) - Versión acústica - Hernán Pesce



...QUÉ DÍA DE MIERDA, ¿NO?


...Que día de mierda, ¿no?
, dije yo haciendo referencia a un combo agrandado por cero pesos que había adquirido, tempranito en la mañana, de insomnio, hambre y frío.

Pelado, día de mierda va a ser el día en que no haya día, por lo pronto trague saliva, amigo, engañe al estómago y a la ansiedad con este sorbito de caña que también le va a menguar el frío y no baje los brazos que hay que seguir empujando el carro”, dijo Rufino en un rapto de iluminación y sentido común al que ya me tenía mal acostumbrado.

Me senté a su lado en silencio y el perro de ojos verdes, que estaba del otro lado, me miró como diciendo “te entiendo... pero mejor quedate callado”.

Esta escena es de hace muchos años y también podría haber sido de ayer a la mañana

Ahora que lo pienso, la mayoría de las veces que me encontraba con el dúo dinámico, lo que primaba era el silencio. Casi siempre no decíamos nada y era ese silencio tan elocuente, tan liviano y cómodo para estar en compañía de ellos, que el único propósito que yo le encontraba era el de escucharme a mí mismo.

Considero que por eso, Rufino y su perro de ojos verdes, se quedaban callados y me obligaban a quedarme en el molde y tener que, de prepo, escuchar lo que mi esencia me estaba diciendo.

Muchas de las cosas que compartimos a lo largo de estos años estuvieron matizadas por los prolongados silencios y cuando había preguntas o razones que yo tiraba al aire para escuchar su opinión, no hubo una vez en que lo que respondiera no fuera algo de una inteligencia letal.

Los que leen habitualmente a OJOSDEPEZ saben bien quién es Rufino y su perro de ojos verdes (léase Fuego Gris) y saben como el destino los puso en el camino de mi vida.

Y saben que tengo tantas historias o frases del Viejo que podría, tranquilamente, escribir un libro solamente con eso.

Con El Viejo siempre fantaseábamos en que yo contaba su historia en formato de libro y nos llenábamos de plata y nos subíamos los tres al puente que divide a La República de Dorrego con el Principado de Godoy Cruz, con ése dinero, y lo tirábamos a la chiru y veíamos como llovía plata del cielo.

Cuando terminé de contarle esta locura, que él también avalaba, me dijo casi en confidencia: “Pelado, hoy estaría buenísimo que lloviera plata o lo que sea, pero que no sea agua porque conseguí unos cartones nuevos y me van a quedar empapados”.

Pensando que lo que llovía era plata y con esa plata podría pagarse varias noches en un confortable hotel le pregunté porque pensaba de manera tan pelotuda y me contestó que la plata iba y venía (por lo general, iba) y que algún día del hotel lo iban a echar, en cambio los cartones que había conseguido para cubrirse del frío nocturno debajo del puente, eran de él y nadie se los podía quitar, por eso los quería cuidar del agua, aunque sea unos días.

Recuerdo una vez en que El Viejo y El Perro llegaron mendigando hasta la esquina de Capriccio, un restaurant en el que yo estaba comiendo con una señorita, y para no incomodarme, calculo, hicieron como que no me vieron y pasaron por casi todas las mesas tratando de vender una brujulita que no marcaba el norte ni de casualidad, menos por la mía, mientras yo no le sacaba los ojos de encima para hacer contacto visual y saludarlos como correspondía, como los amigos que son.

De esa secuencia de incomodidad en la que ellos me evitaban para no hacerme quedar mal delante de la señorita que me estaba haciendo perder un tiempo y un dinero que no tenía sentido perder, fue que llegaron hasta la mesa de al lado de la mía y ofrecieron su mercancía a unos hombres que hacía rato que de lo único que hablaban era de la guita que habían ganado en tal o cual negocio y a la que involuntariamente yo estaba prestando atención por lo aburrida de mi charla con la mencionada señorita.

Yo conocía personalmente a uno de ellos, que había evitado saludarme pero esta vez era para no quedar mal él con sus amigos.

Cuando Rufino y su perro de ojos verdes le ofrecieron la brujulita (que no andaba ni para atrás ni para delante), este tipo que yo conocía y que estaba desbordado de dinero y haciendo alarde de ello en la cena con sus amigos, le estiró en la mesa, sin mirarlos, sin prestarles atención, un billete de cinco pesos.

Ante tanta indiferencia al saludo cordial y respetuoso que había tenido Rufino para con los ocupantes de la mesa y viendo, creo yo, con la soberbia con la cual el tipo le tiró el billete en la mesa, Rufino con la calidez y la ternura de una motosierra le dijo: “...déjese la brujulita y el billete, caballero, a usted le hacen más falta que a mí...”.

Debido a mi atronadora risa por la contestación y ante la mirada asesina que me ofrecieron casi todos lo que vieron la escena, no tuve más remedio que levantarme de mi mesa, dejar paga la cena y dejar inconclusa una charla imbécil con la señorita mencionada (si leés esto y te acordás, sabés que tengo razón) y nos fuimos con Rufino y su perro de ojos verdes por Barraquero para abajo. En el camino nos compramos un vino Toro y nos sentamos a tomarlo en la entrada de la cancha de Talleres.

Una tarde yo iba caminando, con las manos en los bolsillos por el frío, con el corazón caliente porque en los auriculares estaba cantando Spinetta y los ojos rojos de tanto cigarrillo, tanto vino y tanto insomnio, gentileza de alguna dama que no tuvo mejor idea que tirar mi corazón a los perros.

Doblé por Almirante Brown rumbo a mi McDonald’s de Maipú y San Martín, como podía haber doblado por la Quinta Avenida o por Corrientes yendo al paseo La Plaza y me encontré a Rufino y su perro de ojos verdes, revolviendo desperdicios, cerca de la esquina.

Los saludé a los dos y el viejo, sin mirarme, me preguntó que qué me andaba pasando.

O era muy evidente que algo me pasaba o Rufino andaba agudo con eso de los presentimientos.

Le conté, casi escuetamente, de que me habían dejado por enésima vez, de que tenía el corazón hecho bolsa, que llevaba varios días en que no dormía ni comía y que había salido a caminar para espantar, un poco, los fantasmas que me estaban acechando dentro del sucucho de Beltrán.

Y el viejo, sin mirarme, sin siquiera quitar la vista de los desperdicios que estaba hurgando, me dijo: “¡Pelado, querido, no se haga problema, hoy hasta la basura se separa!”

Y así, debo tener miles de anécdotas que me envuelven el corazón con el amianto de su sabiduría y son como un libro de autoayuda para los días en los que se incendia mi cosmos. El tipo era una luz, de esas luces que los que andamos extraviados y en bingo fuel, necesitamos como un borracho necesita el último bar abierto.

¡Uy!, dije ERA, conjugué el verbo en pasado por una cuestión de efemérides, él para mí siempre va ser un verbo que yo desmenuce en presente, perfecto y eterno. Algo que va a vivir para siempre en mí y a lo que, creo, no estoy a la altura.

Pienso en esto, con las manos en el bolsillo a causa de los primeros fríos del 2010, y con un caudal de lágrimas cayéndome por la cara que no me pienso limpiar.

Pienso y escribo esto, con el corazón con un agujerito nuevo, horas después de que el Gran Viejo Rufino nos dejara de cuerpo y no de alma y sepamos que el día de mañana no va a ser día.

Tuvo la cortesía y la brillantez de morirse un domingo...jamás hubiera estado en su ánimo cagarte un día de la semana que pintaba radiante.

Qué día de mierda, ¿no?, le digo al perro de ojos verdes, un instante antes de que él me mire fijo, se despida de mí bajando los ojos verdes más tristes que vi en mi vida y cruce la calle para irse a llorar la ausencia permanente de su Quijote hasta que le toque a él y yo empine un traguito de la petaca de whisky en su memoria, prenda un Philip Morris y despida en silencio, en nuestro consabido y premeditado silencio, a un amigo del alma.


a Rufino Marcial Echenique
(q.e.p.d...y que esté sonriendo, maestro)

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DE LA GRIPE A

PALABRAS:
EL AMOR EN LOS TIEMPOS DE LA GRIPE A - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
NORWEGIAN WOOD (The Beatles) - Versión acústica revisited - Hernán Pesce




EL AMOR EN LOS TIEMPOS DE LA GRIPE A

NoNecesitoNada dice: Ya lo sabés, Gorda, siempre lo sentiste y te lo demostré con creces y lo voy a seguir haciendo hasta el último día de mi vida

bombachitasrosas dice: ♥♥

NoNecesitoNada dice: siempre vas a hacer la mujer de mi vida, la razón por la cual yo me levanto todos los días para pelearla, el motivo fundamental de mi existencia. Nada puede hacerme cambiar de parecer y nada va a hacer cambiar este sentimiento que llevo arraigado en mi alma porque no tengo otra razón para vivir

bombachitasrosas dice: ♥♥

NoNecesitoNada dice: duermo, sueño y me levanto pensando en vos en como estarás en si te hago falta en si pensas en mi, en cómo puedo mejorar para poder darte lo máximo que puedo darte que es mi amor. Pero también me preocupo por brindarte todo lo demás que también es importante además del amor que es que tengas un buen pasar que tengas una buena vida con las cosas que humildemente me e deslomado para brindarte

bombachitasrosas dice: d una :) ; )

NoNecesitoNada dice : yo se a a veces vienen épocas duras de confusión como a vos ahora de incomiunicación de poco entendimeinto pero te aseguro que el amor es mas fuerte que todo eso

bombachitasrosas dice: : (

NoNecesitoNada dice: una charla, un beso una caricia un llamdo telefónico un sms pueden contra esa y todas las cosas malas que tiene la vida de pareja. Yo jamás voy a encontrar a alguien como vos primero porque ya lo encontreé y segundo porq todo lo bueno todo lo inmenso de mi amor yo elegí dartelo a vos

bombachitasrosas dice: a full io llebo la camara,ja

NoNecesitoNada dice: gorda de que cámara me hablas??????

bombachitasrosas dice: sorry era para las chicas : )

NoNecesitoNada dice: pero me estas dando bola a lo que te digo??????

bombachitasrosas dice: siiiiiiiii toy arreglando con las chichis para eta noche sorry, ia lo ablamos por tel esto

NoNecesitoNada dice: ya lo se que lo hablamos pero no me entra en la cabeza

bombachitasrosas dice: me tengo que ir a cambiar no me contestast el sms... quien se queda con Coquito???????

NoNecesitoNada dice: y vos mi amor si te quedaste hasta con la pecera...

bombachitasrosas dice: : ) chuik!


Un mismo idioma, dos formas distintas de comunicarse que llevan a la perpetua incomunicación cuando nadie escucha a nadie.


Mundo loco, moderno, impersonal y cobarde éste en el que estamos deshilachando la vida.

Ya no hacen falta ni el café, ni los ceniceros rebalsados de cigarrillos, ni las charlas hasta que salga el sol ni las despedidas en las plazas. Han sido muy bien reemplazadas por facebook, my space, twitter, sms, msm, fotolog y tantas abreviaciones que casi pongo DGI. Ya está abreviado hasta el sentimiento.

Ya no hace falta estar frente a frente ni para hablar de amor ni para ser indiferente hacia él.

Así da gusto separarse, digo, sobre todo si sos la parte a la que no le calienta nada más que qué es lo que se va a poner esta noche.