CON SUERTE, 24 HORAS

PALABRAS:
CON SUERTE, 24 HORAS - Cristian Lagiglia

MÙSICA:
Indifference (Pearl Jam) - Versión acústica 2009 - Hernán Pesce




CON SUERTE, 24 HORAS

Eran las ocho de la mañana de otro día cobarde y yo estaba como siempre, desayunando en McDonal’s y leyendo el diario cuando, examinando las noticias sin mucha atención, las hojas del matutino se me quedaron inmóviles en las necrológicas.

Nunca leo esa parte, debe ser por aversión o porque me importan un poco más los vivos que los muertos.

Quise cambiar de página, directo a los policiales y no podía dar vuelta la página que estaba acostada, como muerta, como me debo ver yo después de una violenta resaca.

Me llamó poderosamente la atención no poder levantar la hoja, pero más me sorprendió cuando de reojo vi mi obituario en el centro del cuadro.

Cristian Lagiglia, falleció el martes 25-08-2009 y su familia, amigos, compañeros de trabajo y acreedores participan con profundo pesar (sobretodo los acreedores) de su fallecimiento. QEPD.

Me debo haber quedado un minuto en silencio, haciendo un minuto de silencio en mi memoria, hasta que me cayó la ficha.

Miré la tapa de mi diario y la fecha indicaba que, en efecto, el diario era del miércoles 26 de agosto de 2009.

Automáticamente le pregunté a una chica que estaba en la mesa de al lado si sabía que fecha era hoy y, casi sin prestarme atención, me contestó que era lunes 24 de agosto.

Prendí un faso y mientras se me pasaba el asombro y se me enfriaba el café con leche, me fijé que el diario que tenía la chica en la mano no era el mismo que estaba leyendo yo.

También caí en la cuenta de que me quedaban, con suerte, veinticuatro horas.

Manos a la obra, pensé.

Me fui hasta mi sucuchito nuevo de Martínez de Rosas y Avellaneda, cargué en mi morral la botella de Jack Daniel’s, el muñequito de Sid de la Era del Hielo que me regaló Mariam, un cuadro con la foto de Fede y un disco del Polaco Goyeneche y enfilé las naves hacia el laburo.

Antes les dejé a La Maga y a Matu un papelito escrito que decía: gracias por el amor... que estén sonriendo.

Cuando llegué a Alico me encontré en la puerta con Fernando y le pegué un cálido abrazo, le manguié un cigarrillo y le pedí que si me hacía la gamba de ir él a mis entrevistas con los clientes que tenía ese día y que se las pusiera a nombre de él, nomás, y le pedí que le avisara a Alejandro (mi Jefe) que hoy no iba a atender el celular porque tenía una bocha de cosas que hacer.

Me fui caminando despacito y me imaginé, atrás mío, la cara de Fernando, que no debe haber entendido absolutamente nada.

No me di vuelta.

Enfilé derecho para la casa de mi vieja y la encontré dándole pelea a la bicicleta fija, mientras en la tele estaba viendo el dvd de Cacho Castaña que yo le regalé (ya lo había agrietado de tanto verlo) y cantaba a viva voz Garganta Con Arena.

De casualidad estaba mi viejo ahí, porque hoy no le había tocado ir a laburar y me quedé un par de horas con ellos, tomándonos unos mates y hablando de cualquier estupidez.

Cuando me fui, les di un beso grandísimo a los dos y les dije que los amaba y que muchas gracias por todo, que no había manera de devolverles lo que habían hecho conmigo y que ya iban a entender.

Se quedaron en la puerta de la casa, uno al lado del otro, en silencio, tratando de descifrar que qué carajo les había querido decir.

Me dirigí hacia al centro y el día estaba realmente precioso, de a poco se estaba poniendo caluroso por un leve viento zonda en altura y un par de nubes esperaban al sol, hacia al oeste, y como a las cuatro de la tarde se matarían a besos, pensé.

Quedé en juntarme con Mariela para tomarnos un café en San Marco y cuando ella vino nos enroscamos hablando de la quinta temporada de Lost y de cómo le había dejado el cerebro la escena cuando Sayid le pega el tiro a Benjamin Linus niño.

Después de un rato de charla me avisó que ya se tenía que ir a buscar a Abril a la escuela y cuando nos estábamos despidiendo le dije que se diera una vuelta por el departamento porque quería regalarle el cuadro de OJODEPEZ para que lo colgara en su nueva casita.

Mariela me dijo que no había ningún problema, pero que no entendía la razón (sabía que yo amaba ése cuadro).

Yo me sonreí, solamente, y le dije que con ella iba a estar en mejores manos.

Le di un abrazo lleno de infinito y un beso en las pecas y le pedí que le dijera a Abril que la llevaba para siempre en mi corazón, como la llevaba a ella y que ahora las iba a cuidar como no las había cuidado nunca.

No le dije desde dónde.

Me fui por Espejo, para arriba, con las manos en los bolsillos.

La llamé a la madre de Fede y le dije que no se preocupara, que hoy iba yo a buscarlo a la escuela y que se quedaba a almorzar conmigo.

Partí rápidamente en bondi hasta Maristas y me quedé esperando a que el pendejo saliera.

Cuando me vio, saltó de alegría y nos fuimos pegándonos patadas en el culo hasta la parada del colectivo.

Le dije que nos íbamos hasta mi McDonal’s de San Martín Y Maipú a comer un buen Cuarto de Libra grill con queso y un grosso Big Mac y que por primera vez y también por última, íbamos a agrandar los combos.

Con el morfi en la mesa, nuestra charla iba deambulando entre lo horrible que jugó River, los goles que hizo en el picadito del recreo, algo de la letra de La Última Curda que no había entendido bien y los nuevos trucos que había aprendido para hacer goles de tijera en el Proevolution 2009.

Tengo que confesar que se me estaba estrujando el corazón al verle esa mirada tan de él, esa mirada que parece que no entiende nada y a la vez ya sacó ficha de todo.

Con el corazón en la boca le dije que lo amaba con todo el alma y que la verdad, se cuidara mucho, porque él era lo único bueno que yo había hecho en esta perra vida.

Me contestó que no era lo único bueno que había hecho, que una vez, el año pasado, me había visto hacer un golazo en la canchita de futsal, dejando tres rivales en el piso y empujando la pelota a la red de taco.

Me colgué pensando en la jugada y me dije a mi mismo que no había estado nada mal.

También pensé en lo simple que era la visión sobre la vida desde la óptica de un niño, que qué loco que era comparar su existencia con un simple gol.

Cuando mi mente volvió de la jugada le dije que más temprano que tarde, quería que todos los discos que yo tenía se los llevara él con la excusa de que en su poder iba a poder prestarle más atención y aprender, escuchándolos, todo lo que me preguntaba a mí.

También le dije que quería que se dejara la campera de cuero que me había regalado Grillo y que él sabía que yo adoraba, porque ya no me entraba colgada en el caño que me servía de placard y que a él, en algún momento, cuando creciera, le iba a quedar mejor.

No me dijo nada, pero me abrazó como si alguno de los dos hubiéramos hecho el gol en la final del Mundial Sudáfrica 2010 y nos quedamos así hasta que la vimos llegar a la madre, que ya venía a buscarlo.

Cuando se alejaba, me miró y me dijo que me amaba, por primera vez, mirándome a los ojos y yo, con las lágrimas cruzadas como una daga en la garganta, le dije que yo también y lo despedí con la mano en alto sin poderla bajar, hasta que se me perdió de vista.

Ni sabía cuanto tiempo me quedaba, pero quería aprovecharlo a full, así que me fui de una disparada hasta abajo del puente donde viven Rufino y su perro de ojos verdes y en el camino le compré un clavel blanco y una botella de vino Callia Sirah.

Cuando me encontré con ellos y les di los presentes, el viejo me miró a los ojos, entendió todo y no dijo absolutamente nada.

Abrió la botella y tomando del pico, nos quedamos un buen rato, los tres, en silencio, viendo pasar autos y chicas que seguro iban para el colegio.

Cuando me levanté para irme, el viejo volvió a mirarme y adelantó su mano derecha para chocarla con la mía y me dijo con los ojos, zarpados de vino y de ayer, buen viaje.

El perro de ojos verdes no dijo nada.

Ya estaba en tiempo de descuento y empecé a mirar al mundo con el placer de quien lo mira por primera vez.

El cielo parecía que lo acababa de pintar Van Gogh y algunas nubes se tropezaban entre ellas para verme pasar, a paso lento, rumbo al sucucho de Beltrán.

Entré como un ladrón furtivo al sucucho por el ventanal (hacían dos meses que yo ya no vivía ahí) y por suerte no estaban los nuevos inquilinos.

Si la Gran Dama venía a llevarme...ahí era donde me tenía que buscar.

Una vez adentro, lo primero que hice fue ir a mear y lo segundo fue abrir el Jack Daniel’s que estaba esperando el momento propicio para ser desvirgado y vaya si éste lo era.

Era ahora o nunca.

Agarré una lapicera y un poco de papel y me puse a escribirle una carta de despedida al Ale.

En ella lo hacía cargo de despedirme de todos los chicos, le decía que le dijera al Negro que en su honor me iba pedir Una Bomba en el bar del cielo o del infierno, todavía no sabía cual era la barra que me iba a tocar, le pedía que le dijera al Mayi que cuando fuera a ver a Fito y éste cantara Mariposa Technicolor, no la cantara, no porque yo no estaba ahí, si no, porque solito canta muy feo.

Le puse en la carta que le dijera a Grillo que me iba a vivir un tiempo en paz, sin el sobresalto de saber que juntarme con él era para terminar en cana, por lo menos hasta que él estirara la pata.

Le pedí que le dijera al Pata que hemos sido libres y nos hemos enjaulado, que ya nadie puede bajar a vernos, que ya nadie puede darle asilo a las cosas que hemos dejado de lado y que le dejaba mis besos, todo mi amor y alguna que otra puteada a Michels, El Cabezón y a Fato. Ellos saben muy bien el porqué. Le encomendé que alentara a Berni a seguir con OJOSDEPEZ, que yo sabía que Samàs lo iba a iluminar.

Que además le dejaba a él, en herencia, un menú que me habían regalado en la Esquina Homero Manzi, mi gorro de polar y la estampita del Polaco Goyeneche que tengo pegada en la heladera.

También en la carta le ponía que lo único que se moría, mañana, era una mitad mía, la otra mitad estaba a salvo en las Islas Canarias y se iba con él de tapas por algunos bares de poca monta que solo me pude imaginar como eran a lo largo de este tiempo en el que no volvimos a vernos la jeta.

Y también le puse que lo amaba con todo mi alma, como se aman esas cosas que pronto van a suceder, porque no lo amaba por lo que había sido, más bien lo amaba por lo que iba a ser.

Guardé la carta en mi morral con la certeza de que alguien la iba a encontrar y se la iba a hacer llegar.

Prendí mi enésimo faso del día y también el último y puse Garúa a un volumen moderado en el equipo de música que había en el departamento y me apoyé en mi ventanal amado del sucucho de Beltrán a mirar para arriba y cuando el Polaco fraseaba eso de...” mientras tanto la garúa se acentúa con sus púas en mi corazón”..., el cielo se pobló de nubes y empezó a llover como Dios manda, como mi vida manda.

Sólo quedaba al resguardo del cielo cerrado una Luna Llena que me miraba casi sin poder creerlo y le tiré dos besos, uno por mejilla y con el pensamiento se la devolví a Mariela, que muy gentilmente me la había prestado hacía ya un tiempo prolongado.

Busqué el billete de veinte pesos que una vez me regaló Mauro para un cumpleaños, lo besé y lo guardé en el bolsillo.

Siempre supe que teniéndolo en mi poder jamás me iba a poder sentir pobre.

Me reí a carcajadas cuando me di cuenta de que por fin se me había revelado la solución, bastante drástica por cierto, para dejar de pensar en vos, mientras jugaba con Sid en mis manos y me acordaba, detalle por detalle, de la noche en Bananarana y de cómo me hubiese quedado a vivir para siempre rebotando...ahí.

Y así, en silencio, me quedé pensando en El Yayo, a quien en un rato, momentos más, momentos menos, iba a volver a ver.

Y, apoyado en el ventanal (que apuntaba hacia la libertad) mientras terminaba mi cigarrillo, observé un rato largo la foto de Fede en la que mira para arriba, como casi siempre hacía yo y me dispuse a esperar a La Parca, que me parece que ya se le estaba haciendo un poco tarde.

Y me perdí en mis pensamientos y me fui apagando de a poco y lo último que pensé fue que lo bueno de todo esto es que no me tenía que preocupar por planchar ninguna camisa porque mañana iba a faltar al laburo sin previo aviso.

Otra vez.

ESTUDIO DE CAMPO SOBRE LA INEXISTENCIA DEL AMOR

PALABRAS:
ESTUDIO DE CAMPO SOBRE LA INEXISTENCIA DEL AMOR - Cristian Lagiglia

MÙSICA:
Jeremy (Pearl Jam) - Versión acústica 2008 - Hernán Pesce - Parte del cd "Music for our sons"


Jeremy (Version Acustica 2008) - Pearl Jam


ESTUDIO DE CAMPO SOBRE LA INEXISTENCIA DEL AMOR

Aunque ya tenía noticias de que Joel lo había encontrado, este domingo de invierno me levanté con la firme tesitura de que el amor no existe.

De que sólo es una idea que creamos en nuestra mente para sentirnos un poco más reconfortados, más a salvo de las cosas feas que suceden a menudo.

Cada vez más a menudo.

Yo no necesito pruebas de casi nada para creer en algo porque la situación es corta: o creo o no creo.

Pero esta vez me dio la sensación de que tenía que encontrar una prueba irrefutable para mostrarle al mundo lo veraz de la teoría con la cual había amanecido en mente.

Me largué a la calle como en ala delta y puse real atención en cada uno de los rincones de mi nuevo barrio, por el cuál iba pedaleando como si flotara, y me dije que si por esas casualidades veía al amor por ahí, mi teoría no tendría ningún fundamento.

Llegué hasta mi McDonal’s de San Martín y Maipú y vi gente desayunando.

Me fijé en todas la caras, que parecían abducidas por los diarios del día, y casi me alegré de ver que nadie se daba bola entre si, nadie estaba tomado de las manos, nadie se hablaba al oído, nadie se miraba.

Me fui por San Martín para el centro y pasé por una iglesia, miré para adentro y solo me encontré con la presencia de un Flaco que lo habían dejado colgado en una cruz hace miles de años, pero ni registro de alguna persona que le estuviera hablando o agradeciendo por el sacrificio.

Cada vez tomaba más fuerza y solidez mi hipótesis.

Un poco más adelante vi como dos tipos se reputeaban en una esquina porque uno no lo había dejado pasar al otro con el auto y demás boludeces.

Cuadras más adelante me fijé, especialmente, en dos chicos de unos veinte años, sentados muy cerca uno del otro en un banco de plaza y que ni siquiera se dirigían una mirada, mucho menos la palabra.

Cada vez juntaba más pruebas al respecto y encima, los árboles no hacían más que despedir hojas desde sus ramas que caían al suelo, amarillas y secas, de un amor que solo había durado dos estaciones.

A todo esto vos y yo, no solo no volvimos a vernos más, si no que tampoco volvimos a hablar por teléfono (cosa que yo odio y a vos te fascina) y calculo que andarás desandando tu vida sin ningún tipo de problemas y yo abocado a escribir estupideces, ver películas que no les presto la más mínima atención (y después digo que están malísimas) y estrenando un orgullo imbécil que hizo que me convierta en un tarado sin ningún tipo de interés comunicacional con la raza humana.

Para mí ya estaba todo dicho y claro.

El amor no existe.

Me senté, casi exultante, en el reparo de la parada del 41, cansado por el exhaustivo estudio de campo que me había llevado gran parte del día y en cuál no había encontrado una sola señal de que el amor existiera.

Por ende, no existe.

Ya estaba listo para comunicarle al mundo mi gran descubrimiento.

En ese instante llegaron a la parada una pareja de padres jóvenes.

Ella con una panza que aparentaba unos seis meses de embarazo y en un brazo le colgaban las bolsas del supermercado y en la otra una nena de aproximadamente dos años.

Él, llevaba la mayor cantidad de bolsas con las compras y cuidaba con los ojos a un niño de unos cuatro años.

Esperaron la llegada del colectivo a unos cinco metros de distancia, uno del otro, sin mirarse, sin hablarse y ella le daba la espalda a él, que se sentó a mi lado.

Mirándolos detenidamente y sin disimular el triunfo de mi conjetura, me quedé pensando en cómo habíamos vivido tantos años engañados por los libros, las canciones, los besos, las películas, por Dios o por el gobierno, pensando y creyendo en un sentimiento tan absurdo y abstracto como el amor.

En eso ella giró, lo miró a los ojos a él y le dijo:

-Gordo, estoy muerta de cansancio, pero apenas lleguemos a casa, me pongo a cocinarte las milanesas así tenés para llevarte mañana al trabajo.

Él se levanto de al lado mío, le sacó las bolsas de la mano, le dio un beso precioso en la panza y luego la abrazó, con todo el amor del mundo, sin decir una sola palabra.

Uno de los chicos correteaba alrededor persiguiendo una mariposa.

Me prendí un cigarrillo (el enésimo del día), me sonreí un rato incalculable y eché en el tacho de basura más cercano toda mi gansa teoría de que el amor no existe.

Son esas estupideces que se me ocurren los domingos por tanto extrañarte, de tanto esperarte y... de seguir haciéndolo.

...que estés sonriendo...

PACTO ENTRE CABALLEROS

PALABRAS:
PACTO ENTRE CABALLEROS - Cristian Lagiglia

MÙSICA:
Best of You (Foo Fighters) - Versión acústica 2008 - Hernán Pesce - Parte del cd "Music for our sons"



Best of You (Version acustica 2008) - Foo Fighters

PACTO ENTRE CABALLEROS

6 de Agossto de...de mierda.

Bajo las escaleras de mi sucucho nuevo y careta en Martínez de Rosas y Avellaneda, en plena Quinta Sección, con el corazón con agujeritos.

Matu aguanta los trapos, sin preguntar, con un porrón caliente y me deja ir a la puta calle.

Subo por Avellaneda sin rumbo fijo, compro un atado de Lucky Strike a falta de Philip Morris y encaro para el parque.

Pienso unas cuadras en la suerte.

Busco mi árbol (lo único que me gusta de este puto parque) y la luz me da perfecta entre las cejas y dimensiona un libro de Lanata que llevo entre mis manos como único cómplice.

Me apoyo en el macizo tronco y, mientras leo, se me ocurre escribirte alguna pelotudez que al fin de estas líneas (si hubiera podido escribirlas) sonarían baratas, inocuas y no le moverían la aguja a nadie y mucho menos a vos.

Pasan los minutos (¿horas?) y no hay una puta forma de darle letras a lo que me está pasando.

Siento pasos a mis espaldas y ni me caliento en voltear la cabeza, cuando, de repente, ya los tengo de frente y amenazantes.

-Loco, no hagas historia y dame todo.

Me quedo pensativo unos segundos interminables y los chabones piensan que soy sordo.

-Loco, ¿sos pelotudo vo’? (parece que habían pensado que era pelotudo no sordo).
Dame todo lo que tengás
.

Les digo con la mirada y con pocas palabras que había comprado Lucky Strike pensando en la suerte y, como siempre, la suerte me había dado la espalda.

Los chabones no entendían nada mientras me sacaba el celular, el Mp3 (en el que sonaba Onda Vaga) y abría la billetera.

Cuando abrí la billetera y atiné a sacar la foto de Fede y del Yayo, uno de ellos se retobó y me preguntó que qué carajo estaba haciendo.

Les dije muy sueltito de cuerpo que se llevaran todo menos las fotos porque, si no, se iba a pudrir y ellos no querían cagarse a trompadas con un cagón como yo, pero que a esas fotos las iba a defender con lo que me daba el culo.

Chori y El Mancu (se los presento ahora, ellos se presentaron un rato después) se miraron y deben haber pensado que yo me la aguantaba demasiado o que estaba muy loco.

Lo que ellos no sabían es que yo estaba en un día muy Lagiglia y ésos días son los días en que no me calienta absolutamente nada.

CHORI: ¿Qué te pasa chabón, estásss loco o estásss p’ atrá’?

YO: Las dos cosas, man. En la billetera tengo cuatro pesos y en el Mp3 tengo música que en tu puta vida vas a escuchar. Yo con cuatro mangos no compro nada y por lo menos si te tomás la molestia de escuchar lo que tiene cargado el Mp3, antes de hacerlo guita, habré contribuido a tu cultura.
¿O me vas a decir que alguna vez escuchaste a Miles Davis?

CHORI: ¿A quién?

Ni me iba a tomar la molestia de explicarle quien carajo era Miles pero le dejé una intriga en la cara que me dio unos segundos de confianza.

Mancu relojeaba para todos lados esperando que apareciera la caballería y estaba mucho más nervioso que yo.

En esos segundos de dispersión, en que el Chori se preguntaba de quién carajo le estaba hablando y el Mancu miraba si aparecía algún policía, se me ocurrió una pregunta que, a la postre, me salvaría el culo.

YO: ¿Loco, no serán de la Lepra, no?, nada más patético me puede pasar que me afane un leproso.

MANCU: ¿Qué te pasa culiado, te creé que somo’ pecho’ frío, puto?

CHORI: ¡Del Tomba a muerte, puto!, ¿vo’ so’ baboso (léase de Gimnasia), puto?

YO: Ni en pedo, loco, del Tomba a muerte, aparte jugué ahí tres años en la primera.

MANCU: Me estásss jodiendo, ¿En que año, culiado?

YO: Calculo que vos tenías cinco años, boludo, entre el ’90 y el ’93, antes de que ganáramos el Regional

CHORI: !Mirá al lagarto éste!, dejá de mentir culiado o te voy a atravesar de lado a lado (mientras me apuntaba con una chuza que con todo el abrigo que yo tenía le iba a tomar toda la noche hacerlo).

YO: Manchado, Villalobos, Altamirano, Iglesias y Almeida; Lillo, Lentz, Marcucci y Ferro; Pereyra y yo.

Chupámela si no me creés, pero si sos hincha del Tomba te tenés que acordar que ése fue el equipo anterior al Regional y nos dirigía el fracasado de Rogel. (En realidad me acordaba solamente del fracasado del técnico)

CHORI: Tal cual, yo tengo má’ año que éssste puto y ¿cuál e’ tu apellido?

YO: Lagiglia.

CHORI: ¿Vo’ no veníasss de Murialdo, lagarto?, ¡pero teníasss pelo, puto!

YO: Más vale y vos debés haber tenido quince kilos menos...

CHORI: ¡Andá a la concha de tu vieja, culiado!, tan gordo no estoy...

MANCU: ...flaquito no estásss...

YO: ...Adhiero...

CHORI: Váyanse a la concha de su puta madre... ¿porque hablás tan difícil, culiado?

YO: ...cuando estoy todo cagado me salen palabras del diccionario...

CHORI: ¿y por qué está’ cagado, culiado?

YO: ...porque me estás afanando y apuntando con una chuza, la concha de tu hermana, ¡que querés! ¿que me cague de risa?

MANCU: ...todo bien, vieja, a un hincha del Tomba no lo vamo’ a poner y meno’ si jugasstess ahí...

CHORI: ¿Qué mierda está’ haciendo acá a esta hora, bolú?, ¿vení’ a hacerte romper el orto?

YO: No, ya me lo rompieron hace un ratito por teléfono...salí de mi casa porque tengo el corazón hecho bolsa y me tiré aquí a leer y a escribir hasta que se me aparecieron ustedes...

MANCU: ¿y a qué te dedicasss vo’? (poniendo eses donde no van ni a palos)

YO: Escribo... (no sé porque puta no me salió vendedor de seguros de vida)

CHORI: ...así que so’ escriturador (sic) ¿y qué mierda escribísss?

YO: ...pelotudeces, historias, poesías y demás mierdas...

MANCU:...que loco...

CHORI: La Nancy siempre me pide que le escriba algo y a mi no se me ocurre una mierda...es difícil esa cagada que vo’ hacé’...

YO:...no, salvo que no hayas ido ni a la primaria... (jugándome el poco crédito que tenía)

CHORI: ...no te hagasss el vivo culiado que yo fui a la escuela pero lo mismo no se me ocurre una mierda...

MANCU:...a mi tampoco...

YO: ...la mayoría de las veces a mi no se me ocurre una mierda pero como no sé chorear me pongo a escribir hasta que algo me sale...

MANCU: ...para estar cagado so’ regracioso vo’...

CHORI: ... ¿y por qué decí’ que tené’ el corazón hecho bosta?

YO: ...es largo de explicar, loco, pero digamos que es por el puto amor que en la puta vida viene...

MANCU:...eso es una mierda, loco, a mí me pasó con la Jessi, la culiada está enganchada con un covani y no le cabe ni ahí que yo esssté en la delincuencia y no me da ni cabida.

CHORI: ...no te da cabida porque no se te para, culiado...

MANCU:...andá a la concha de tu hermana (risas del Chori y mía...la mía dura dos décimas de segundos)

A partir de aquí todo empezó a transcurrir con una normalidad descabellada.

Nos sentamos apoyados en el tronco de mi árbol y hablamos de la vida, de porque andaban en el choreo, de porque yo estaba tan loco y tan para atrás, hablamos de los hijos (Mancu tenía una nena de dos años y Chori dos pibes que no veía hace cuatro) y de la cantidad de hijos de puta que nos encontrábamos en nuestros distintos rubros.

En un rato me estaban confesando que se querían salir de la actividad delictiva pero que por vivir en la villa del Campo Papa nunca les daban laburo y me contaron que en las mañanas juntaban algunas monedas para el morfi limpiando vidrios en la esquina de Morón y Costanera.

Y también hablamos largo y tendido del amor, sobretodo del desamor y de la amistad que ellos habían estrechado en la corta temporada que pasaron a la sombra en el penal de la calle Boulogne Sur Mer.

Fumamos como escuerzos y hasta el Mancu fue hasta un kiosco y con mis cuatro pesos compró un Termidor Box que liquidamos en pocos minutos.

Cuando la charla ya no daba para más y el frío nos estaba calando hondo, nos levantamos y, dándonos unos abrazos y besos, nos despedimos.

YO:...locos, gracias por el tinto y rescátense, que no los agarre la cana porque ahí a dos putos como ustedes les van a romper el orto tupido.

CHORI: ...a vo’ te van a romper el orto, careta, a vo’...

MANCU:... ¿qué essss tupido?

YO: ...loco cuídense y pregunten antes de chorear si el chabón es del Tomba...háganle una atención... (yéndome despacito y con mi mejor cara de bobo para que viniera la frase que estaba esperando escuchar)

CHORI: ...pará loco, tomá tus cosasss, tanta charla y al final te vamo’ a chorear nomá’...te las doy con la condición de que escribá’ alguna de tus historiass maracasss, ésasss que escribí’ vo’...pero haceno’ quedar bien o te bucamo’...yo soy El Chori y el puto éssste se llama El Mancu...

YO: Ok, yo soy El Pelado, y esto ya se está pareciendo al pacto entre caballeros de la canción de Sabina...

CHORI & MANCU: ... ¿el qué?

YO:...ahhhh...váyanse a la concha de su madre...

Bajé por Avellaneda con las mismas cosas con las que había subido, celular, mp3, billetera, el libro de Lanata, el corazón con agujeritos y sintiéndome más hincha del Tomba que nunca, pero ahora tenía una promesa que cumplir y...Chori, Mancu...acá la estoy cumpliendo.

Espero haberlos dejado como los caballeros que son.

¡Salú!


¿TE ACORDÁS?

PALABRAS:
¿TE ACORDÁS? - Cristian Lagiglia

MÙSICA:
Fields of Gold - (Sting) - Versión acústica 2008 - Hernán Pesce - Parte del cd "Music for our sons"



fields_of_gold_(master)2.mp3 - Hernan Pesce


¿TE ACORDÁS?

¿Te acordás cuando tu vieja te decía que te tomaras toda la sopa y eso a vos te parecía lo más cercano a una orden en un campo de concentración?

¿Te acordás cuando ibas hasta el kiosco con unas pocas monedas y una excitación incomparable y le pedías al kiosquero un paquete de figuritas en el que rogabas que adentro tuviera La Tarántula o Maradona en Argentinos Jrs., pero lo mismo te volvías contento para tu casa por más que te hubiera tocado Pernía o el tigre de la Malasia?

¿Te acordás lo que eran las noches de verano cuando, después de cenar, tus viejos se sentaban con sus sillas en la vereda a charlar con los vecinos que también hacían lo mismo y ése era el permiso tácito que tenías para ir corriendo a buscar a los chicos y jugar a las escondidas hasta las doce de la noche?

¿Te acordás cuando llenabas una cantidad desmesurada de bombitas en el surtidor de la vieja de la vuelta para no ensuciarle la vereda a tu mamá y patrullabas, atento a que apareciera alguna chica, por las dos cuadras que eran todo tu dominio y como no aparecía ninguna chica se la terminabas tirando a traición a tu mejor amigo o al bondi cuando ya pasaba?

¿Te acordás cuando te sentabas en la orilla de la calle, con las patas dentro de la acequia, a charlar con tu vecinito y le confesabas que te gustaba la rubiecita de la esquina y él te escuchaba atento y sorprendido como nunca más nadie te escuchó?

¿Te acordás cuando ibas a la casa de tus abuelos y, en un descuido de ellos, te metías en su habitación a revolverles los cajones de la mesa de luz y le encontrabas un encendedor que ya no funcionaba y te lo guardabas entre las ropas como si te hubieras robado el tesoro de un pirata?

¿Te acordás lo que tu estómago sentía cuando sonaba el timbre del recreo y bajabas a los chapasos por las escaleras con todos tus secuaces para ganarles de mano y quedarse con el arco que estaba debajo del aro de básquet a los del otro séptimo?

¿Te acordás cuando apuraron a uno de tus amiguitos algún que otro grandullón para sacarle la única pelota que tenían en el barrio y vos, sabiendo que no te la bancabas, por tamaño, por miedo, lo mismo diste el paso al frente y le aguantaste los trapos y se comieron una paliza tremenda pero se volvieron de la plaza con la pelota bajo el brazo, el objetivo cumplido y habiéndote ganado un hermano para lo que restaba de la infancia, o sea, toda la vida?

¿Te acordás cuando todos tenían bicicross y vos tenías una réplica de una Aurorita rodado catorce y no podías hacer los saltos que hacían tus amigos pero alguno se copaba y te la prestaba un ratito y volabas como si fueras un bicivolador y creías, por un rato, que te estaban filmando para la película?

¿Te acordás cuando te la pasabas en la plaza jugando a la pelota y el tiempo parecía detenido para siempre y los picaditos duraban toda la eternidad, o hasta que tu vieja te pegaba el grito de que ya estaba la comida y ésos picaditos salían 33 a 25, pero nadie llevaba la cuenta, entonces cuando escuchaban el grito de alguna de las madres para ir a entrarle a las milanesas a la napolitana se jugaba a que el que hace el último gol gana y la verdad, no te importaba un carajo quien lo hacía pero lo jugabas como si fuera el tiempo de descuento de la final del Mundial?

¿Te acordás cuando juntabas gusanitos de seda y le buscabas hojas de parra para que se alimentaran o cuando encontrabas luciérnagas, las metías en un frasco y después la soltabas y ellas se iban iluminando la noche?

¿Te acordás cuando creías en Los Reyes Magos, en Papá Noel y en el Ratón Pérez y te la pasabas juntando pasto y cargando agua para el 6 de enero y dejando tu mejor par de zapatillas en el umbral de la puerta de tu pieza o espiando de reojo toda la noche al arbolito de navidad para enganchar el momento justo cuando te dejaban los regalitos o rogabas que se te cayera algún diente para después meter la mano debajo de la almohada y encontrarte un billete de los “marrones” para ir hasta el kiosco de la esquina a gastártelo en bananitas rosadas, champucitos, caramelos fizz, chicles jirafa o chocolatines Jack?

Si te acordás de todo esto, flaco, a vos que estás sentado en la mesa del Café San Marco con esa cara de culo tan parecida a la mía, y que a mi me duró hasta que me acordé de todo esto, te pido que despertés al pendejito que fuiste y dejés en la mesa la agenda, el celular, que dejés un rato de pensar si te habrán contestado el mail y que la guita no te alcanza para un carajo y nos vamos por ahí a tocar timbre y salir rajando y a festejar que el domingo es el día nuestro, el día de toda la humanidad.

¡Feliz día a todos los niños del mundo!
(...y a todos lo que todavía llevamos un pendejito dentro del alma...)

PALABRAS:
Nº 2 EN TU LISTA - Cristian Lagiglia

MÙSICA:
WONDERWALL - (Oasis) - Versión acústica 2008 - Hernán Pesce - Parte del cd "Music for our sons"


wonderwall_master2.mp3 - Oasis

Nº 2 EN TU LISTA

¿Existe alguna enfermedad más maldita que el amor?
Seguramente la humanidad ha padecido toda clase de males que se ha buscado por sus propios medios, con ese espíritu autosuficiente, suicida y necio.
Y otros males han sido escupidos sobre ella gentilmente por Dios o por lo que creamos que es más superior a nosotros.

Una de esas maldiciones es el amor.

Muchas de las enfermedades que conocemos tienen casi los mismos síntomas, y me refiero, pura y exclusivamente, a los síntomas que uno siente cuando padece amor.

Sentís mariposas en el estómago, por llamarlo de una forma romántica, caminás en círculos sin encontrar respuestas a preguntas que ni siquiera te formulás, pero te empeñas en seguir buscándolas, sentís de una manera agobiante esa sensación de estar ahogándote sin siquiera haber tocado el agua o con todo el oxígeno del mundo a tu alcance y, como en ninguna otra enfermedad, sentís la presencia abrumadora de la ausencia, en el caso de haberlo perdido.

Pero no me quiero referir solamente a lo que apesta del amor, seria muy fácil y queda muy bien sufrir por amor.

Me quiero referir a la prehistoria de ese sentimiento.

Todo el mundo, si cierra los ojos un instante, recordará hasta con lujo de detalles como fue la primera vez que sintió eso que todos convenimos en llamar amor.

Y ahí va ella, subiendo la escalera, después de un largo y divertido verano, que la lleva directo a séptimo A.Ocho años conviviendo con su presencia y nunca la había notado. ¿Por qué ahora?
Para colmo de males, aconsejada por no se quién, venía con un peinado para nada normal para una chica de doce años.
Automáticamente se me presentó el primero de los síntomas de los que hablábamos antes, mariposas en el estómago y esa sensación de estar cayendo y nunca tocar fondo.

Por las caras que vi a mí alrededor, todo el staff masculino de ésa escuela estaba siendo atacado por una bandada de las mariposas de las que les hablaba.

Ella, inmutable, se deslizaba como si caminara sobre el agua, sin percatarse de lo que había generado a su alrededor.

El primero que atinara y saliera del estupor de mirar cara a cara a un ángel, llevaría la ventaja, para nada despreciable, de captar su atención.

Me anoté en ese primer pelotón.

Traté por todos los medios de esperar a que eligiera en qué lugar del grado se iba a ubicar, para colocarme equidistante y al alcance de su vista.

De pronto, dentro de ese torbellino de hormonas que era mi cuerpo, me encontraba planeando estrategias para algo de lo que no tenía ni la más mínima idea como se manejaba.

Por fin se sentó, y como un tarado me quedé embelesado mirándola como acomodaba sus útiles en el tercer banco fila dos contando desde la puerta del grado.

Tarado porque, quizás sin intención o quizás también con mariposas en el estómago, el anodino de Guillermo Videla me ganó de mano y se sentó en el banco que, imperceptiblemente, había divisado yo, como el mejor para estar cerca de ella.

Me quedé parado, con mi mejor cara de bobo, en el medio del grado, sin percatarme de que la maestra me miraba como esperando que mi cerebro le indicara a mis piernas dirigirme hasta alguna ubicación. En definitiva, terminé sentado en la octava fila sexto banco, a un océano de distancia de su mirada.

De una patada, afuera del primer pelotón.

Aparte de nuevo, esto que sentía, parece que no iba a ser nada sencillo.

Traté por todos los medios, dentro de mi indisimulada timidez, de que en algún momento mirara para atrás.

A todo esto, cada uno de nuestros compañeros, comentaba como habían sido sus vacaciones, donde las habían pasado, con quién y todas esas estupideces que a nadie le interesan y que cada uno, a su tiempo, se empeñan en contar.

Yo no escuchaba a nadie, pero me di cuenta que ella miraba a cada uno de los chicos que iban contando su historia, por lo que caí en la cuenta de que cuando me tocara a mi me miraría y me prestaría atención.

Aquí apareció otro problema.
Yo no me había ido de vacaciones a ningún lado y me la había pasado jugando a la pelota en la plaza y atorranteando con mis vecinos, más o menos, lo que venía haciendo los últimos siete años.

Quiero detenerme acá.

Esta mañana era una mañana insólita, aparte de lo de las mariposas que todavía estaba procesando, sentí por primera vez la franja imperceptible entre ser grande y ser chico.

Me sentía que todo lo que había sido mi vida hasta esa mañana, y que yo creía que jamás iba a cambiar, se caía a pedazos.

Porque hasta que la vi, yo seguía siendo chico, haciendo cosas de chico y sintiéndome, sin saberlo, chico. Y ahora no me servia.

¿De qué carajo iba hablar?, ¿de los partidos memorables que jugué desde la mañana hasta la tarde noche en la plaza de mi barrio, con las zapatillas que me regaló mi abuelo para Navidad?, ¿iba hablar de lo divertido que era después de cenar, juntarme con los chicos a jugar a las escondidas y ser el que siempre salvaba
a todos los compas?

Creo que en ese instante dejé de ser chico y, en mi mente, empecé a convertirme en lo que todos llaman adolescente.

Cuando me tocó a mí, murmuré algo incomprensible y traté de utilizar metáforas para barnizar algo tan simple como el hecho de que no había hecho absolutamente nada productivo en todo el verano.

Ella me miró durante los segundos interminables que duro mi diatriba, y mi boca parloteaba sin parar, pero mi mente solo registraba como, de costado, ella me miraba.

Creí que ese era el paraíso.

Primer recreo y otra vez, la estrategia en funcionamiento para poder acercarme a su mirada como hacía un ratito.

De repente surgió otro problema de difícil resolución.

¿Como les explicaba a mis compañeros que no me iba a prender en el eterno picadito que armábamos en el patio con el manojo de medias viejas que usábamos como pelota?

¿Qué les decía?, ¿qué me había enamorado locamente y que por primera vez en ocho años me importaba un carajo ganarle a Séptimo B?

Automáticamente comprendí otra cosa, amigos y chicas no van de la mano, a no ser que los amigos anden buscando chicas, y para eso, faltaban un par de años largos.

Me prendí en el partido más por una cuestión de no tener que inventarme alguna excusa, que por las ganas de clavarle algún gol a Carlitos Altamira.

Llevaba cinco minutos del recreo sin poder tocar el bollo de medias, cuando todos subían, yo bajaba y viceversa, pero en ningún momento perdí de vista esa hermosa cabellera que se paseaba por el patio hablando con otras chicas y llevando en sus manos un paquete de galletitas Manon y un juguito de naranja que venia en un envase de plástico circular.

Hasta que se sentó en las gradas de cemento que hacían una especie de tribuna que daba a lo que habíamos convertido en cancha.

Juro por la Virgen de Mangas Cortas, que me miró por dos segundos a los ojos y, créanme amigos, ni antes ni después, jugué un partido tan glorioso como en los restantes cinco minutos de ese recreo. Séptimo A 6 – Séptimo B 4.

Yo hice cinco goles y le hice hacer el restante al burro de Alejandro Campanario, que llevaba toda la primaria sin hacer, ni siquiera, un puto tiro al arco.

Se que vio todo el partido, porque yo con un ojo le apuntaba la pelota entre ceja y ceja al pobre Carlitos y con el otro, lo único que hacía era mirarla a ella.

Éxtasis total.

Así transcurrió gran parte del año, tratando de captar su atención con mi estúpida inteligencia dentro del grado y en el recreo, goleando sin atenuantes a nuestros rivales de siempre, siempre y cuando ella estuviera viendo el partido.

Hasta que pasó algo ese año que no había pasado nunca por mi mente.

Se organizó el primer bailecito del año, en la casa de Gladys Arce, en el que iban a concurrir los dos grados.

La semana previa no pude pegar un ojo de la excitación.

Iba a estar cerca de ella en un ámbito que no era el de la escuela.

Recuerdo perfectamente que mi vieja me compró, para la ocasión, un espantoso pantalón mil rayas con una camisa a cuadros muy parecida a las que usaba mi viejo y una riquísima colonia marca Pibes, que traía a unos chicos dibujados en su envase, disfrazados de rugbiers y luchadores de Judo.

Ese mismo día, también, nació mi obsesiva puntualidad.

Llegué a la casa de Gladys como media hora antes y obviamente, primero que todos, cosa que se repetiría a lo largo de toda mi vida, en cada una de las reuniones sociales a las que concurrí.

Iban llegando los chicos de a uno y yo sentado en un rincón del patio, con los nervios destrozados y sin poder articular alguna frase coherente, esperando a que llegara ella.

Hasta que tocaron el timbre y algo dentro mío me dijo que ése era el momento.

Atravesó el portón como un ángel que surca las nubes del cielo para desparramar su belleza en la tierra.

Vestido de bambula blanco hasta las rodillas, zapatos guillermina de un blanco inmaculado, bronceado de ése mismo día que hacían resaltar sus ojazos verdes como esmeraldas y el cabello atado con dos colitas que las sostenían unos colines con la cara de Sarah Kay.

Si alguna vez estuve cerca de un paro cardíaco, ésa fue la primera vez.

Pusieron música en un grabador doble cassettera y la banda de sonido de esta película era Luis Miguel, el espanto del primer disco, no el de los boleros, la asquerosidad de Súbete a mi moto de Menudo y lo que para mi eran los Rolling Stones de la época…Los Parchis.

Yo tenía un póster gigante en la cabecera de mi cama y los fui a ver cuando vinieron a cantar al Estadio Pacifico.

¿Todavía no les dije que era un boludo importante, no?

De pronto, alguno de los más despiertos de los chicos, propuso jugar a un juego que no había sentido nombrar nunca.

El juego de la Botellita.

Consistía en hacer una ronda entre todos los presentes, chicos y chicas intercalados, y alguien hacía girar la bendita botella y a las personas que apuntaban sus extremos debían pasar por una prenda.

Iban pasando los minutos y nos reíamos de los infortunados que la botella señalaba y yo me reía más, porque todavía no me había tocado a mí.

Hasta que la ruleta de la vida hizo girar endemoniadamente a la botella y como si el croupier gritara a los cuatro vientos “negro el 17…”, el pico la apuntó directamente a ella y el culo, inequívocamente, a mí.

No hubo registro en los noticieros ni en los diarios, pero en ese momento, el mundo se salió de su eje y dejó de girar.

Sentía a lo lejos las voces desquiciadas de los chicos gritando “piquito...piquito” y sinceramente, yo ya había perdido para siempre la conciencia.

Sin siquiera pensarlo, o quizás para pasar lo más rápidamente posible por el mal trago, ella dio un paso al frente y quedamos cara a cara en el medio de la ronda.

La miré como miré el mar por primera vez, con la certeza de que jamás había tenido algo más celestial frente a mí y ella, en un movimiento de bailarina de cajita musical, inclinó su cabeza hacia mi y estiró su boca de fresas hasta que hizo contacto, fugaz como los sueños de una noche de verano, con la mía.

Creo que si la eternidad existe, se quedó a vivir para siempre en ese instante.
Creo que si la eternidad existe, sólo dura un segundo.

Todavía estaba reponiéndome del estado de shock, y mientras veía en cámara lenta como los demás chicos, incluida ella, se iban dispersando por el patio a buscar alguna gaseosa o galletas, se me acercó Carlitos Altamira con su metro cincuenta repleto de cancherismo y me dijo al pasar:

- Me podrás cagar a goles todos los dias, pero yo que voy al arco, metí el golazo más grande. Ayer me puse de novio con Maria Cecilia, ¿viste que linda que es?

De todas las trompadas que recibí en mi vida, ésta, que fue la primera, no me la pude olvidar nunca más.

Creo que si la eternidad existe, sólo dura un segundo.

Gracias Carlitos, te seguí haciendo goles todo el año y después te pusiste gordo como una vaca.

Ceci, mil gracias por las mariposas en el estómago y por ser la primera en romperme el corazón y tirárselo a los perros.

Me volví a casa por la calle Soler, con las manos en los bolsillos de mi pantalón milrayas oliendo más a desilusión y frustración que a colonia Pibes.

Era el primer desengaño, no iba a ser el último.