OJOSDEPEZ ESTRENA ACUARIO NUEVO... Nuevo Sitio web - www.ojosdepezonline.com.ar

Hola gente... Estamos felices, ESTAMOS DE ESTRENO... Desde ahora en más, para los despitados que siguen entrando a ésta dirección, les avisamos que tenemos acuario nuevo: www.ojosdepezonline.com.ar

Ahí los esperamos con lo de siempre y un poquito más. Allí también van a encontrar todo el archivo de OJOSDEPEZ, desde el principio, mucho más ordenado....

Desde ya que jamás olvidaremos éste que fué nuestro primer charquito...

OJOSDEPEZ

CRÍMENES PERFECTOS

PALABRAS:
CRÍMENES PERFECTOS
Cristián Lagiglia
MÚSICA:
DE QUÉ...
Hernán Pesce - Cristián Lagiglia



CRÍMENES PERFECTOS


Su mano se hundió en los márgenes de un vestido rojo sangre cuyo escote trasero llegaba hasta donde comienzan las ansias. Él examinó todos los ojos de alrededor menos los ojos de ella, esos ojos ya eran de él, de su propiedad y solo lo podían mirar a él.

La quería tanto, tanto.

Se lo decía a cada rato. Por teléfono, en papelitos con pretensiones de cartas que dejaba en la mesita de luz, cuando la tenía enfrente.

La cuidaba tanto, tanto.

Siempre estaba atento a sus necesidades. Todo lo que ella lanzaba al aire como un suspiro para él se convertía en una orden, en un objetivo.

Siempre encontraba las formas y los momentos para estar encima de ella para asegurarse de que era feliz a su lado, de que no necesitaba a nadie más que a él para vivir su vida.

De a poco su trabajo fue quedando relegado porque ella se convirtió en un trabajo a tiempo completo que él hacía con gusto y también a destajo.

Empezó a recortar paulatinamente sus relaciones sociales porque comprendió que le robaban un tiempo precioso que solo quería tener para poder brindárselo a ella.

Se empezó a reír cada vez menos porque su única preocupación era que ella estuviera sonriendo, que se sintiera plena, que sus gracias fueran las únicas gracias que a ella le iluminaran el rostro.
Y una noche, esta noche, lo invadió una sensación terrorífica de miedo, de pavor palpable, el miedo atroz a perderla. Y se angustió hasta ahogarse en lágrimas ciegas sordas y mudas, mientras seguía bailando, escrutando a cada uno de los ojos amenazadores de los hombres que bailaban a su alrededor.

Se angustió al pensar que qué sería de la vida de ella sin su amor, sin su preocupación, sin su atención, sin su obsesión y ese miedo lo volvió loco.

Tomó su rostro con ambas manos, mirándola fijo a los ojos y sin decir una palabra, se aseguró y le aseguró que nadie en este mundo podía amarla como la amaba él.

Y esa noche que todavía era noche, después de la fiesta, mientras ella se acostó plácidamente en la cama que compartían y se aprestaba a soñar los sueños que él le había proporcionado, deambulando inconsciente en el limbo que él le había creado, ella se quedó dormida.

Él, tirado a su lado, contemplando con vanidad el universo que había elaborado en la persona de ella, pensó que ningún miedo se la podía arrebatar y que ella sería para siempre de él y de nadie más.

Y advirtiendo que ése miedo era el único flanco que había dejado sin cubrir, tomó el cuchillo y se lo enterró en el medio del corazón.

Y así otras treinta y dos veces más hasta asegurarse, y asegurarle, que nadie la podía matar como lo había hecho él.

SIGUIENDO LOS PASOS DEL MAESTRO

PALABRAS:
SIGUIENDO LOS PASOS DEL MAESTRO
Cristián Lagiglia
MÚSICA:
BETTER WAY (Ben Harper)
Hernán Pesce - Versión acústica 2010



SIGUIENDO LOS PASOS DEL MAESTRO

Me pareció que era él.
Desde lejos daba toda la impresión que era él, pero la verdad, no estaba tan seguro.
¿Qué hacía este hombre, ya entrado en años, peleando denodadamente con unos cordones rebeldes que no se querían atar por debajo de sus botines?
Me pareció que era él y no dudé un segundo en acercarme lo suficiente como para sacarme la espina.
Me pareció que era él y tenía mucha razón.

Sonreí para mi adentro y me fui a sentar con los pibes de mi equipo que estaban, como siempre, sentados en los bancos donde da el sol y cambiándose para empezar el partido.

Lo vi de lejos que dio unos saltitos cortos, cerca del área, más para darse confianza que para entrar en calor.
Lo presentí cansado, lo intuí hastiado y me pareció que no eran los años, sino la vida misma.

Inmediatamente me enfrasqué en la charla técnica que estaba dando uno de mis compañeros, pero no le saqué la vista de encima.
Se le acercó una pelota como pidiendo perdón y se quedó a dormir un segundo interminable en su empeine y luego, con torpeza, volvió a besar el césped y lejos de lo que en otro tiempo había sido el guante de su pie izquierdo.
Miró rápidamente para los costados como para asegurarse de que nadie había visto que la pelota no le había hecho ningún tipo de caso y dio un trotecito corto hasta ella y con el borde interno de la zurda, ese toque que no esconde ningún virtuosismo sino más bien seguridad, se la acercó a uno de sus compañeros que estaban entrando en calor.

Se alejó un poco del montón y se quedó mirando un rato al cielo, que ese sábado a la tarde se había vestido con sus mejores galas y que el sol lo acompañaba como Dios manda en un sábado a la siesta de picado.
Me pregunté en que estaría pensando o si acaso se estaría acordando de cuántos gloriosos partidos había jugado en algún sábado parecido a éste.

Me acuerdo perfectamente cuando mi viejo me decía, después de los tallarines del medio día, que agarrara la radio chiquita del Yayo y me pusiera un abrigo por las dudas, que nos íbamos a la cancha a ver jugar al Maestro.
Y el Maestro jugaba, y parecía que jugaba un partido para él solo, porque la pelota lo buscaba estuviera donde estuviera ubicado en la cancha, como dos pibes se buscan entre las sombras de un baile.
Y él la acariciaba, la escondía debajo de la suela de la zurda y no dejaba que ningún extraño del equipo contrario la tocara hasta que él decidiera darle destino de pecho de un compañero o de red si estaba cerca de la 18.

Me parece ahora escuchar cómo se agrandaba el murmullo en la popular cuando el Maestro la dormía en el muslo y como un bailarín del Colón sorteaba las gambas asesinas que lo único que querían eran que esa tribuna se callara.
También recuerdo que cuando hacía un gol no lo festejaba eufóricamente, si no que se quedaba pensativo y melancólico mirando como la pelota se acostaba a dormir una siestita eterna de pocos segundos en el fondo de la red hasta que el fastidio del arquero la despertaba y la mandaba de un patadón para el medio de la cancha.

Ahora lo tenía de rival y el partido estaba por empezar y él seguía absorto mirando ese cielo que lo miraba solo a él.
El silbato del árbitro me trajo a la realidad y vi como todos nos acomodábamos a lo largo y a lo ancho de la cancha buscando la mejor posición para poder recibir un pase y también vi como el Maestro, con un paso cansino, se movió unos metros y levantó la mano para avisarles a sus compañeros que estaba esperando, solo, que se la pasaran para hacer lo que él sabía hacer.

Pasaban los minutos y la bola no le llegaba o al revés, él no llegaba hasta donde estaba su amante, que ahora prefería volar por los aires después del que el número 3 le diera un voleo que le hizo doler todas las costuras.
Se lo notaba falto de distancia, lento, como dormido en un pasado que fue glorioso y del cual ya no tenía memoria.
Cuando le pasé cerca, sentí que sus pulmones bufaban como un bandoneón triste de ochava que no tiene quien lo escuche.
Lo vi apesadumbrado cuando la redonda iba directo hacia el encuentro de su zurda y sin ninguna explicación aparente, se le escurrió, como la vida, por debajo de la suela buscando la línea de cal.

Pasaron los eternos minutos que duran esas batallas en las que nos sentimos inmortales corriendo detrás de la pelota y no pude sacarme de la memoria esa tarde en la cancha de la Lepra, en la tribuna, pegadito del lado izquierdo de mi viejo, quizás para estar más cerquita de su corazón, y el Maestro la recibió en tres cuarto de cancha sin siquiera mirar hacia el suelo, como sabiendo que ella estaba ahí, como siempre.
La pinchó con la punta del botín para que tomara un poco de altura y la besó con los tres dedos del borde externo de la zurda para clavarla en un ángulo, de emboquillada, por arriba del arquero adelantado.
La cancha se vino abajo y vi a mi viejo tan feliz y abrazándose con desconocidos, que me bastó unos segundos para entender que eso era la magia.

Ahora, el partido ya se extinguía y yo veía al Maestro deambular como un alma en pena por la punta izquierda, buscando el aire que le faltaban a sus pulmones en los recovecos del banco de suplentes.
Se moría el partido y por esas burlas del destino, la pelota le llegó al Maestro, como buscando refugio en alguien que la tratara bien.

Lo vi tomar aire y matarla con el pecho como en sus tardes más gloriosas y también vi que nadie se molestó en ir a marcarlo, ¿para qué?, si el viejo ése se marca solo, como habíase burlado alguien un rato antes.

La pelota bajó con calma por su pecho y se ladeó para el lado izquierdo, como sabiendo, y vi el brillo incandescente de sus ojos como riéndose de un secreto que solo ellos dos sabían.
La acomodó un poquito y le enterró la zurda en el gajo preciso y ella viajó con boleto de ida para guardarse por el resto de la eternidad en el fondo del arco.
Nos quedamos absortos, nos miramos unos a otros y no lo podíamos creer, sin embargo él, miró con melancolía la lejanía de la redonda y le clavó los ojos a ése cielo que solo lo miraba a él y le guiñó un ojo.

Se terminó el partido. Después de esto ya no podía seguir.

Me quedé en un rincón juntando mis cosas y vi como mi hijo se acercaba a consolarme por la ajustada derrota y me preguntó un poco con interés y otro con sorna, que quién era el viejo que nos había hecho semejante gol.

-El Maestro, hijo, tu abuelo me llevaba cuando era chico a la cancha a verlo jugar.

Cruzamos toda la cancha de la mano con mi hijo y lo vi sentadito, solo, todavía peleando con la rebeldía de los cordones de sus botines, ahora para sacárselos.

-¡Grande Maestro!, solo atiné a decir.

-Gracias pibe...

-Nos vemos el sábado que viene, Maestro.

No me contestó, se quedó con los ojitos entrecerrados y con una sonrisa tatuada en la boca, esa sonrisa de quién sabe un secreto y no te lo puede contar y mirando a ese cielo, que parecía que solo lo miraba a él.

Al otro sábado ya no volvió.

...dedicado a todos los que alguna vez dieron alegrías
dentro de una cancha de fobal...

SETECIENTOS TREINTA DÍAS DE ELLOS

PALABRAS:
SETECIENTOS TREINTA DÍAS DE ELLOS
Cristián Lagiglia
MÚSICA:
No necesito nada (NTVG)
Hernán Pesce - Versión acústica 2010




SETECIENTOS TREINTA DÍAS DE ELLOS

Lo particular de la historia que les voy a narrar es que me la contaron en vivo y en directo y está desprovista de conjeturas e imaginación mía. Los protagonistas existen (como muchos de las historias de OJOSDEPEZ) y es un relato que me contó El Tipo (protagonista de la historia) y que me tomó de sorpresa, como te toman de sorpresa esas cosas que no estás esperando. La versión de La Chica no la tenemos y es algo por lo que yo estoy esperando para empezar a escribir un libro que hable solamente de la versión de ella. Tenemos toda la vida para esperarla. Y toda la vida para escribirla.

Un día La Chica le pidió al Tipo, que estaba desayunando con su hijo en el lugar habitual, si le podía grabar varios discos para hacerles un obsequio a sus amigas para El Día del Amigo. El Tipo tomó nota y solo pensó en los cincuenta mangos que se iba a embolsar gracias al encargo.

Unos días después (un día antes del Día) La Chica le preguntó al Tipo (que nuevamente estaba desayunando en el mismo lugar) si conocía algún bar donde pudiera hacer reservas para festejar el mencionado día, esgrimiendo la excusa de que todos los lugares a los que ella había llamado estaban colapsados por la demanda de la gente que siempre se apelotona en todos los lugares para esa fecha. El Tipo, con la inocencia que da la ignorancia, le dijo que sí, que él tenía un amigo que tenía un bar recién inaugurado y le pasó el número telefónico para que ella pudiera hacer la reserva correspondiente. El Tipo solo pensó en lo bien que le vendría a su amigo tener mucha gente para ése día en el bar y se sintió realmente bien por poder darle una mano. Lo que no entendió en ese momento fue porque causa no le entregó los discos ahí mismo ya que los tenía terminaditos y encima, guardados en su bolso.

Cuando por fin llegó el día El Tipo se dio cuenta, revolviendo su bolso, de que no le había entregado los discos a La Chica y puteó por lo bajo por el olvido y cuenta la leyenda (y ya sabemos que las leyendas nunca son exactas) que le mandó un mensaje de texto para ver donde se los podía entregar de forma urgente, ya que a la noche era el festejo. La Chica le contestó que simplemente se los llevara a la noche al bar del amigo del Tipo, y le agradeció porque ya le habían tomado la reserva. El Tipo volvió a putear por lo bajo ya que no pensaba ir al bar esa noche. Pero cincuenta mangos son cincuenta mangos, pensó.

El Tipo tiene un amigo que es muy fiel (lo es porque nunca se separa de él) y que realmente es un arma de doble filo. Se le presenta de las formas más diversas. Algunas veces puede tomar forma humana, otras veces puede ser una esquina, otras veces puede ser un semáforo con las tres luces en verde. Como es una entidad maquiavélica, El Tipo ha convenido consigo mismo en llamarlo Destino.

Promediando la tarde anterior al festejo del Día del Amigo, El tipo estaba fumando apoyado en su ventanal (que apuntaba hacia la libertad) y su hijo que andaba revoloteando por el sucucho vio los discos y le preguntó para qué y para quienes eran. El Tipo le contó muy por encima la secuencia de hechos que hicieron que esos discos estuvieran todavía sobre su mesa e irónicamente le dijo que nunca iban a llegar a destino porque había decidido que no iba a ir al bar esa noche.

El hijo del Tipo hizo un silencio de unos veinte segundos y como corporizando al ente maquiavélico del cual les hice mención, se pasó una hora entera tratando de convencer al Tipo de que no podía despreciar cincuenta pesos, de que no le podía hacer eso a La Chica, que estaría buenísimo de que fueran al bar a llevarlos y de paso cuando dieran las doce podía saludar a su amigo por El Día Del Amigo y demás argumentos que El Tipo no pudo (no quiso) refutar. El tipo no entendió, en ese momento, que lo único que quería su hijo era pasar su primera noche de bares y que lo estaba manipulando para que se fuera a cambiar y partieran hacia el bar. Al cabo de un rato, se pusieron lindos (al Tipo le costó mucho más que al pendejo) y partieron.

Cuando llegaron se sentaron en la barra porque el lugar estaba atestado de gente y regada por una Coca Cola bien fría y una copa de vino fino natural, El Tipo y su hijo se enfrascaron en una conversación sobre los amigos, la amistad y las lealtades. El Tipo solo estaba esperando que se hicieran las doce, fundirse en un abrazo con su amigo, apurar el último sorbo de vino y agarrar a su hijo del brazo y volverse a su casa para descansar.

Dicen las malas lenguas que a veces cuando no estás esperando nada te empieza a pasar todo.

En medio de la conversación notó que su hijo corrió la vista de sus ojos y empezó a mirar por encima de su hombro y El Tipo se sorprendió como, inesperadamente, se le iluminó la cara al pendejo. Cuando El Tipo giró para ver qué es lo que estaba mirando su hijo vio a La Chica parada a sus espaldas.

Es imposible contar acá lo que me describió El Tipo que le pasó (cuando me contó la historia personalmente) pero en tren de ponerme riguroso con la narración algo les voy a poder transmitir. El Tipo me dijo que cuando la vio sintió que se le paró el corazón por tiempo indeterminado, que escuchaba que él hablaba con ella pero que sabía que no lo estaba haciendo él, las palabras se las estaba articulando el mismísimo alma. Me contó que sus ojos (que ya la habían visto varias veces pero que nunca la habían mirado) estaban delante del ser más hermoso que alguna vez habían tenido la suerte de mirar. Que le temblaban las manos, que le temblaba todo el cuerpo y que nunca se había sentido tan indefenso y tan feliz como en ese preciso momento. Que La Chica tenía los únicos ojos que él había visto en su vida, que tenían tatuada la verdad, dijeran lo que dijeran sus palabras.

Cuando volvió en si (me contó el tipo), le agradeció sin palabras a su HIJO-DESTINO por la insistencia y la manipulación de los hechos y sacando los discos del bolsillo, se los entregó a La Chica y no se los quiso cobrar. El Tipo sabía que las alegrías se pagaban con otras alegrías y él se consideraba totalmente pago con solo tenerla enfrente.

La chica aceptó el regalo algo sonrojada y prometió pagar un vino que tomarían juntos para devolver el gesto generoso que había tenido para con ella El Tipo, esto sin percatarse del desastre manifiesto que ella ya había ocasionado en él. Para todo el viaje.

Si tomaron o no tomaron ese vino...ésa ya es otra historia.

Esta simple historia que les conté hoy cumple dos años y yo, cuando den las doce y un segundo del martes 20 de julio de 2010, en el instante en que por mi cabeza y mi corazón pasan las caras de todos los hermanos que me dio la vida y que tengo diseminados por el mundo y a los cuales amo con todo lo que me da el cuero, también voy a levantar la copa en honor del Tipo y La Chica y brindaré por los amores que matan, que le dan el significado de eterna a la vida y que nunca mueren y también por hacerme partícipe de esta historia de amor que para mí es la más bella de la que alguna vez haya tenido noticias.

Por setecientos treinta días de ellos.


a La Chica y al Tipo...ojala que estén sonriendo.


A USTED, DOCTOR, LE PREGUNTO...

PALABRAS:
A USTED, DOCTOR, LE PREGUNTO...
Cristián Lagiglia
MÚSICA:
Good Riddance (Time of Your Life) (Green Day)
Hernán Pesce - Versión acústica 2010




A USTED, DOCTOR, LE PREGUNTO...

El “Doctor” me atrapó en una de mis mesas de McDonald’s (las del rincón de los jubilados, en las que da el solcito) y yo estaba sin mi disfraz de OJOSDEPEZ. Cómo supo quién era yo es una cuestión que le formulé luego de las presentaciones formales del caso y a la cual hizo caso omiso de contestar.

Unas entregas atrás había tenido para conmigo un puñado de palabras que entendí elogiosas hacia mi escritura y que también tomé con simpleza, como a todos los comentarios del blog. Sabía que él era Doctor, lo que no sabía era en qué era instruido.

Digamos, para describirlo, que es un hombre de no más de cincuenta años con vestimenta que aparenta más de sesenta. Digamos que tiene una labia seductora y cadenciosa y que una vez que va al grano es agradable escucharlo y seguirle el tranco en la conversación. Esto a modo de presentación del personaje. Luego de una hora de charla y mi atención metafísica a ciertos gestos, me dan herramientas suficientes para hacer una descripción más exhaustiva, si se quiere, pero no amerita en este caso aburrirlos con detalles nimios.

Yendo directamente al nudo de la cuestión que tampoco se demoró en develarme, solo revolvió con impaciencia su café y ahí nomás arrancó, el motivo por el cual se había sentado a mi mesa era porque estaba realmente ofuscado por lo que detallé en la entrega anterior (SI YO FUERA DIOS).

Dentro de su pseudo monólogo me inquiría en términos ni amistosos ni violentos mi falta de principios morales y religiosos al ponerme yo, literariamente hablando, en el lugar de Dios y más enojado estaba con mi atrevimiento a cuestionar la creación que había hecho Dios de mi persona. Palabras más, palabras menos, me chantó en la cara que yo era un hijo e’ puta desagradecido hacia la gracia que había tenido hacia mi persona el Gran Gerente del Universo al hacerme a su imagen y semejanza y que yo no tenía el derecho divino a revelarme contra esa gracia.

Después de que me clavara la segunda medialuna quemadita logré esgrimir, creo que sin lograr que me escuchara, eso de que yo no había tenido ni voz ni voto en eso de venirme a la vida y mucho menos injerencia en elegir algunos de mis atributos espirituales, físicos y mentales. Prestó atención, si, y se enajenó aún más, cuando dije mi propia teoría de que en mi vivían tanto Dios como el Diablo y que yo era un simple vehículo para que estos dos desfachatados farsantes se pronunciaran. Estaba hablando de mí, de mi creencia o en todo caso de mi teoría, en ningún momento estaba hablando de toda la humanidad, pero eso no me lo dejó aclarar.

Dentro de su vocabulario de alto nivel de abstracción no pudo disimular su ira y para ese entonces ya no estaba hablando de mi escritura sino más bien de mis creencias y creyendo que en base a un simple escrito aparecido en un blog él ya podía saber automáticamente de que madera estaba hecho mi ser y con cuantas cucharadas de Nesquik me gusta la chocolatada. Tengo que admitir que, llegado a este punto de la conversación, sus diplomas y logros académicos ya me chupaban tres huevos y había logrado atrapar mi atención y así, conseguir que mis palabras subsiguientes tuvieran los puños cerrados y los colmillos bien afilados.

Descanso: es muy difícil, por lo menos para mí, encontrar personas con las cual discutir ideas o ideales en donde los tiempos verbales, los adverbios y la semántica se encuentran en el lugar donde deben ir y eso hizo que se encendiera en mi una pasión inédita para poder llevar la discusión un poquito más allá. Luego de esta aclaración y breve descanso, prosigo.

Cuando le expliqué detalladamente que mi problema no era la creencia o no de la existencia de Dios (para algunos Dios es todo, para otros una idea, para Fito Páez una máquina humo), que mi problema eran los tipitos que se apropiaron del derecho de interpretar sus palabras y con ello hacer que la colocación de una simbólica piedra hoy tenga techos de oro, fue ahí que la gruesa vena que adornaba una de sus sienes se puso como el cauce del río que atraviesa a Tartagal, a punto de desbordarse y a que aconteciera el desmadre. Fue ahí que le vi en sus ideas la hembra de basto, fue ahí que mostró sus cartas y ahí fue cuando, equivocado o no, solté mi lengua y me despaché a gusto y piacere sobre lo que pienso de la Iglesia Católica Apostólica Romana.

Fui muy claro y tajante cuando aduje que aborrecía que luego de la liturgia, luego del sermón y su bajada de línea prosiguiera el tercer y gracioso acto de la limosna que en el mayor porcentaje de los casos había ido a parar a los techos de oro de los que le hice referencia y nunca hacia los más necesitados (salvando escasas excepciones.). Fui vehemente en marcar la complicidad y el “avestrucismo” que ha caracterizado a la iglesia y hemos visto de manifiesto en cada uno de los gobiernos de turno que nos hemos sabido proveer. Fui procaz y malintencionado cuando le dije que tantos títulos y doctorados no lo habían acercado hacia la orilla del entendimiento y que mi simple escrito solo conllevaba una idea de lo que me “convendría ser “en caso de tener la posibilidad de no ser yo mismo y así poder agradar en ciertas situaciones en las que realmente soy desagradable y que si ponía a mi Dios como cómplice, bueno, solo era una idea para no sentirme tan solo y tener a alguien, que supuestamente me creó, como el culpable de todos los males que me aquejan.

En ese instante de mi diatriba se levantó y me dijo (palabras textuales) que él era un fiel representante de la Iglesia Católica (un sacerdote, no?) y que gente aborrecible como yo no tendría que caminar por este mundo en el que camina gente como él (y acá debe haber agregado a los putos, los drogones, las madres solteras, las que quieren abortar, los que tienen ideas que no son funcionales con sus ideas, etc.). Y se fue.

Doctor, cura, teólogo, facho, o lo que carajo sea con lo que te ganás el sustento diario, dejame decirte, perdón lo voy a tratar con un respeto que no le tengo, déjeme decirle que la verdad no sé si me merezco caminar en este mundo, que sí creo en el dueño del circo (Dios) y para nada en los payasos (Usted) en los que tercerizó su empresa de entretenimientos, y que cuando yo era chiquito leí una frase de un flaco aparentemente zarpado de onda que decía: “Dejad que los niños vengan a mí”.

Siempre creí que esa frase era todo amor y que esa frase era para que los niños se acercaran a un Ser y en él encontraran el amor y no para que los manosearan, los abusaran, los lesionaran física y mentalmente y literalmente les cagaran la vida.

A usted Doctor, que es un fiel representante de la Iglesia Católica, le pregunto si esa frase quería decir otra cosa y yo en mi ignorancia y “mi falta de principios morales y religiosos” la entendí mal.

SI YO FUERA DIOS

PALABRAS:
SI YO FUERA DIOS - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
CHAMPAGNE SUPERNOVA (Oasis) - Hernán Pesce - Versión acústica 2010



SI YO FUERA DIOS

Cierro los ojos y acepto a regañadientes que YO SOY YO gracias a la intervención divina de un Dios que habita en los cielos o vaya saber dónde y que me hizo a gusto y piacere para ser yo un fiel reflejo de su perfección.

Si acepto y entiendo que todo lo que me rodea lo ha puesto ante mis ojos ese mismo Dios para que lo disfrute, lo ame, lo destruya, me hago la pregunta de que sería yo si, en vez de a Él, me hubiera tocado la suerte a mí de ser el hacedor de todas las cosas.

Si yo fuera Dios me haría mudo y me cercenaría cualquier posibilidad de poder expresar que es lo que amo, que es lo que me duele, que es lo que me molesta, que es lo que quiero dar y eso me daría un manto de invisibilidad para que nadie me note y no tendría que aburrir a nadie con lo que me pasa.

Si yo fuera Dios me haría un ser conformista y así poder disfrutar de lo poco que me toca y no jodería a nadie con mi ansiedad de querer cosas que no me corresponden.

Si yo fuera Dios me haría a mi mismo Contador Público Nacional o escribano y arrancaría los múltiples colores que pueblan mi vida y colocaría, como un decorador mediocre de interiores, todo un rotundo y contundente gris con tal de tener la seguridad de poder llegar a fin de mes y me proveería de una esposa aburrida y formal (como yo) que lo único que quiera en su vida sea quererme, esperarme y desearme por más que yo no quiera lo mismo y prefiera quedarme haciendo asientos contables o firmando autorizaciones antes que estar con ella.

Si yo fuera Dios me acribillaría con una ráfaga de ametralladora a todas las insoportables mariposas que revolotean en mi estómago a causa de esta sensación nueva de inestabilidad que han sabido rotular los sabios con el nombre de amor.

Si yo fuera Dios me dotaría de una paciencia infinita, porque la persona que es paciente lo es porque no espera absolutamente nada y estaría en un limbo de tranquilidad al no tener que esperar nada y no con esta ansiedad asesina que da la esperanza.

Si yo fuera Dios me extirparía para siempre ese egoísmo químico que me producen los celos de querer para mí y solo para mí, ciertos corazones que laten en un compás desacompasado y distante con respecto al mío.

Si yo fuera Dios me entrenaría a mi mismo hasta llegar a cinturón negro de taekwondo para poder tener a mano un arma letal que sabría utilizar a discreción por la sabiduría oriental que transmite su enseñanza y no tendría que usar esta lengua de mierda que tengo que cada vez que la suelto solo causa daños irreparables y agrega más confusión al panorama, por más que las palabras que está pronunciando sean de una amor incondicional.

Si yo fuera Dios me sacaría el miedo al agua y en su lugar me inocularía un miedo visceral al amor, al futuro, a jugarse la vida por otra persona, a quedar como un ganso por mostrar lo que transpira el corazón y así podría nadar muy sueltito de cuerpo por aguas profundas y cuando pise tierra firme, ahí me estarían esperando, urgentes, todos mis miedos y me mantendrían alerta y no me dejarían cometer errores garrafales, como no cometo, ahora, el error de meterme al agua.

Si yo fuera Dios me haría menos miserable ante un par de ojos que me interesan lo que miran cuando me ven y ya que estamos me convertiría en un ser un tanto más inalcanzable y deseado para esos ojos y no esta “cosa” en que me he convertido, tan fácilmente manipulable y...miserable.

Si yo fuera Dios me haría dormir ocho horas, tener las cuatro comidas del día, me haría más joven, me prohibiría escribir, me convertiría a mí mismo en un ser que brinde hacia fuera, hacia los demás, un manto onírico de seguridades, me espantaría los fantasmas paranoicos que me acechan desde el amor porque literalmente me prohibiría sentir amor, me llenaría de abundancia las alacenas y la heladera a cambio de vaciarme el corazón y el alma, con tal de tener una vida normal y en la que cuaje y sea bien visto ante los ojos ajenos.

Si yo fuera Dios me preocuparía solamente por mí y con eso, solamente, tendría un laburo mayúsculo, pero como Dios que soy, no pararía hasta convertirme en una persona perfecta.

Viéndome en el espejo del hoy y aceptando lo que soy y pensando en lo que me cambiaría (para poder caerte en gracia) si yo fuera realmente Dios, caigo en la cuenta de que nada es perfecto en este universo, ni siquiera Dios...porque yo soy una prueba fehaciente de su propia impericia e ineptitud.

SO WHAT?

PALABRAS:
SO WHAT? - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
HUNTING HIGH AND LOW (A-Ha) - Hernán Pesce - Versión acústica 2010




SO WHAT?

Se miraron a la distancia, se alcanzaron a divisar a través de un rascacielos de discos que de un momento a otro se convirtieron en un detalle menor.

La distancia que los separaba era de siete baldosas, pero a simple vista, para ellos, era caer en un esfuerzo mayúsculo para sus cuerpos, tan ajetreado por la vida misma y la rutina diaria.

Se les dibujó una sonrisa en la cara al reencontrarse después de un día agotador y emprendieron la marcha.

Las baldosas se iban extinguiendo debajo de sus pasos y en ningún momento se sacaron la vista de encima.

En el camino cada uno en su mente fue paladeando los deseos que querían compartir, los proyectos que los iban a encontrar uno al lado del otro, las batallas por pelear que la vida les iba a ir arrojando a medida que fueran despuntando el vicio loco de vivir.

Los dos corazones latían como si fuera uno solo. Latían con el mismo sentimiento, ése, el de encontrarse después de tanto tiempo, de tanta lucha, de tanta perseverancia, de tanta espera.

Cada uno, a su vez, esperaba ansiosamente poder darle al otro lo que llevaba guardado en el alma y que solo lo hicieron crecer durante todo este tiempo que no pudieron estar juntos para poder ofrecerlo como algo que solo nació para entregárselo al otro.

Y se hablaron sin idioma, se sintieron tan cerca que se borró de un plumazo la sensación de soledad que llevaban acumulando en las orillas del corazón, se saborearon, antes de chocarse, como se saborea la comida cuando está en vías de preparación.

Sin haber buscado nada acababan de encontrarlo todo porque sabían que solamente juntos iban a poder sentirse completos y ya sus bocas explotaron en una fiesta de risas que desbordaban los cauces de las comisuras.

El viento del ventilador, a sus espaldas, los acercaba a buen puerto y ya sabemos, cualquier puerto es buen puerto si estás con quién tenés que estar.

Al cabo de varios minutos en los que me liquidé dos cigarrillos y varios sorbos de vino, ellos consiguieron llegar a olfatearse, a mirarse fijo a los ojos, a degustarse en roces que convierten a la nada imposible en un todo perfecto.

En el aire sonaba So What? de Miles Davis y con una mirada cómplice y certera, las dos hormigas, en silencio, mientras se besaban, me lo agradecieron.


a quién corresponda.-

LOS DINOSAURIOS

PALABRAS:
LOS DINOSAURIOS - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
IMÁGENES PAGANAS (Virus) - Hernán Pesce - Versión acústica 2010




LOS DINOSAURIOS


ESCENA I
: (cámara abierta en plano corto).

Matías (siete años) hace los deberes junto a su hermanito Ramiro (cinco años). Están solos en la casa, a las cinco de la tarde, y de fondo se escucha Radio U.T.N

ESCENA II: (voz de radio)

...en la Argentina existen 400 personas que son hijos de desaparecidos, desaparecidos o de paradero desconocido. Si naciste entre 1976 y 1983 y tenés dudas sobre tu identidad comunicate al 0-800-Vida y...

ESCENA III: (cámara en plano corto hacia Matías).

Matías mira de costado a su hermanito, se levanta de la mesa, se dirige hasta el teléfono, marca un número y espera que lo atiendan.

ESCENA IV: (cámara que toma de espaldas a Matías); (voz de Matías en off).

Hola, yo me llamo Matías y llamo porque escuché la radio.

Creo que mi hermanito Ramiro y yo somos hijos de desaparecidos.

Mis papás nunca están en la casa, nunca hacen los deberes con nosotros, nunca juegan con nosotros, nunca nos llevan a la plaza.

Antes nos contaban cuentos cuando nos íbamos a dormir y le rezábamos al angelito de la guarda y hace muchísimo que no lo hacemos más porque siempre dicen que están cansados.

Y cuando están en la casa lo único que hacen es quejarse por la plata, que no hay guita dicen todo el tiempo y insultarse entre ellos y insultar al gobierno con palabras rerefeas y a nosotros nunca nos dan ni bolilla...

ESCENA V: (cámara que se aleja haciendo plano largo).

FIN.-

A veces ser y no estar realmente, es como ser un desaparecido.

YA SE LO QUE QUIERO... ¡Y LO QUIERO YA!

PALABRAS:
YA SE LO QUE QUIERO... ¡Y LO QUIERO YA! - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
BLACK (Pearl Jam) - Hernán Pesce - Versión en vivo - Adiós Vacas (2003)




YA SE LO QUE QUIERO... ¡Y LO QUIERO YA!

Parece ser que cada carencia arraigada en nuestro ser estimula en nosotros una contra ofensiva dual.

Podría ser que generamos el anticuerpo necesario para salir en la búsqueda de lo que carecemos y en otra situación, en otra dimensión de nuestro ser, hacemos de cuenta de que no necesitamos cubrir esa carencia y que podemos deambular sin más prolegómenos por los grietas de la vida sin eso que nos falta.

El problema no es el accionar (tanto uno como el otro), el problema es el conocimiento de la existencia de esa carencia.

La ignorancia nos cubría con una manta confortable de inocencia y al destaparnos fuimos conscientes de que algo nos faltaba y perdimos para siempre la inocencia que nos provee la ignorancia.

Fuimos conscientes. Supimos.

Escuchando la bellísima canción de Sabina que se llama Contigo, adhiero, en silencio, con cada uno de sus versos en los que explica, reclama, deja sentado, en una sutil letanía, todo lo que no quiere en una relación de pareja.

Esa sí que es una visión intensa, es un paso hacia delante el saber qué es lo que no se quiere como un camino enrevesado que nos puede llevar hacia lo que realmente se quiere.

Toda esta montaña que formaron sus palabras en mi se cae como un frágil castillo de naipes cuando Chaco me cuenta que haciéndole escuchar la misma canción a su pequeña hijita llamada Zoe, ella, muy sueltita de cuerpo le dijo, palabras más palabras menos, que por qué en vez de decir todo lo que no quería, por qué mejor no decía lo que realmente quiere.

¿Qué poder tan poderoso, valga la redundancia, y práctico anida en la visión de un niño?

Pienso que ella usa esa practicidad amparada en la inocencia a la que ya desmarcó de la ignorancia (sabe que diciendo lo que quiere, no hace falta que diga lo que no quiere).

Encontró un camino directo y visceral, que de mantenerlo así, le ahorrará en su vida un tiempo precioso en poder conseguir lo que quiere, en el peor de los casos.

Intento por todos los medios volver a ponerme en la situación de ver las cosas de una manera sencilla, práctica, inocente (cosa que puedo intentar hacer porque en algún momento lo habré hecho tan fácil como Zoe) y me encuentro con las trampas que me he ido tejiendo a mismo con paciencia de orfebre a lo largo de todo este tiempo que llevo viviendo.

¿Tan difícil puede llegar a ser volver a ser el que fui siendo quien soy ahora?

Ni la menor idea, pero empiezo a bajar escalones de mi mismo en busca de las respuestas que viven en mí y que he tenido la precaución de dejar guardadas para cuando la situación lo amerite.

Y ahora lo amerita de sobremanera.

Me cuelgo mirando una pareja que desayuna en mi McDonald’s a dos mesas de la mía y trato de imaginar que piensa él mientras le pone azúcar a su café y qué pensará ella mientras deshoja el diario con noticias de ayer.

No hay comunicación fehaciente entre ellos y sin embargo a mí, el tercer ojo de la escena, me están comunicando muchas cosas que no quiero para mí mismo.

Activando el cuarto ojo, el que me enseñó Zoe, los impulso a los dos en mi imaginación a que se besen, a que se toquen, a que se miren, a que se vuelvan a reconocer en ese metro cuadrado que es su marco de referencia.

En mi mente consigo que ella deje el diario y le revuelva el café a él y consigo que él la mire con la ternura que da sentirse parte de alguien.

Me doy cuenta de que los estoy utilizando en mi película imaginaria para lograr el objetivo de lo que quiero que me suceda a mí. También me doy cuenta de que mi imaginación no logra modificar nada de los universos en los que se entromete (si no, hubiese encontrado el billete de cien pesos que me vine imaginando durante todo el camino hacia aquí) pero me dejó una sensación de satisfacción usarlos como actores de lo que yo quería para mí.

No contento con la escena que tejí en mi mente con ellos actuando mi propia película, abandoné mi mesa y con muchísimo respeto me acerqué a ellos dos para contarles este delirio.

Por supuesto que la cara de sorpresa y de orto con la que me miraron estaba más que justificada (sobre todo la de él), hasta que ella distendió la tensión de la situación confesando, sin mirarlo a él, que hacía unos instantes estaba recordando cómo eran los desayunos que antes tenían, donde hacían exactamente lo que yo les hice hacer en mi mente.

Él bajó la guardia, me invitó a sentarme a su mesa y durante un largo rato charlamos como viejos conocidos sobre la indiferencia, el deseo, la costumbre, la desidia, la monotonía, el querer retroceder el tiempo y todas esas cosas que se hablan cuando se habla de amor.

Al cabo de un rato y de saborear la repetición de nuestros cafés, me levanté y me despedí de Eduardo y Soledad y agarré por San Martín para abajo con más certezas que dudas en cuanto a lo que quiero para mi vida.

Al darme vuelta para que una leve brisa no apagara la llama de mi encendedor, prendí mi Philip Morris y al levantar la vista los vi en su mesa, con los cafés y el diario a un costado y abrazándose y besándose como fue un principio...ahora y siempre.

Tiré mi primer bocanada de humo y sonreí, en silencio le agradecí a Zoe por enseñarme el camino de vuelta hacia mí mismo y me fui tarareando ése hermoso estribillo de Joaquín que dice: “...y morirme contigo si te matas y matarme contigo si te mueres...porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren...”

Nada más que eso quiero.


UN AÑO NADANDO CON LOS OJOS ABIERTOS - UN AÑO EN LA VIDA DEL PEZ

UN AÑO NADANDO CON LOS OJOS ABIERTOS (Cristian Lagiglia)
UN AÑO EN LA VIDA DEL PEZ (Hernán Pesce)

UN AÑO DE MÚSICA... Y MÁS....


UN AÑO NADANDO CON LOS OJOS ABIERTOS
(Cristian Lagiglia)


Una noche de otoño, abrí el ventanal
(que apuntaba a la libertad) del sucucho de Beltrán y después de prenderme un Philip Morris, hice añicos una poesía que había escrito y que fue a parar al techo de enfrente, donde también iban a parar las colillas de los fasos que se terminaban.

Ahora no recuerdo que tenía escrito ése papel, pero sí recuerdo la angustia que me dio seguir escribiendo eso que estaba escribiendo. Luego de pensarlo un rato y tomándome un vinito para que la idea fluyera, me quedé pensando en Mariela y me imaginé una historia medio fantástica (porque ella también es medio fantástica) en la que ella encontraba a su sombra después de un tiempo muy largo. Con la sombra de tu aliado fue la primera historia que escribí y eso le dio paso a otra, y a otra y a otra y como que fue un modus operandi, ayudado por una cantidad abrumadora de cigarrillos, de vino de procedencia dudosa, de Piazzolla, Miles Davies y Spinetta, me quedé escribiendo hasta las once de la mañana del otro día y luego caí directamente al piso desde la silla roja (que dicen que estaba maldita).

Cuando recobré la conciencia y leí lo escrito y me encontré, a mí mismo, de cuerpo entero en lo que había escrito, me acerqué al ventanal, prendí otro faso y vi el papelito con la poesía tirada en el otro techo.

Eso me dio dos disparadores, uno de que ya me encontraba muy a gusto escribiendo historias (ésa noche escribí once de ellas, algunas ya las han leído) y que no quería nunca más escribir poesía y el otro disparador fue pensar que podía hacer un blog en donde aparecieran mis historias.

Juro que lo intenté, juro que le puse todos los huevos para hacerlo, pero muchos saben que yo no distingo bien el mouse del monitor, mucho menos iba a poder hacer un blog. Justo cuando ya estaba desistiendo de la idea, por esas cosas maquiavélicas que tiene el destino, en el ramdom que estaba haciendo mi Winamp por sobre los cinco mil temas que tengo guardados en mi máquina, justo se vino a clavar en una canción que cantaba el Sr. Hernán Pesce.

Más allá de dejar todo lo que estaba haciendo para escucharlo cantar al Gordo, me vino a la cabeza que hacía mucho que no sabía nada de él y que él sabía mucho menos de mí y me dieron ganas de escribirle y contarle cosas. Mientras escribía el mail, por esas cosas del destino, tres veces más cayeron canciones de Hernán y me di cuenta automáticamente que me era un placer mayúsculo escribir con su voz de compañía. Y ahí arrancó mi idea de que si iba a hacer un blog, primero me lo tenía que diseñar él, pero no había manera de que aceptara hacerlo si él no aceptaba cantar en cada una de las entregas.

Digámoslo abiertamente, no hubo que rogarle mucho, al toque se prendió con la idea y cuando me preguntó cómo se iba a llamar, y yo le dije que me gustaba OJOSDEPEZ (a causa del creciente insomnio del cual padezco desde hace varios años), y él me dice que uno de los nombres que había barajado para uno de sus proyectos de canciones era FISHEYES (o sea, lo mismo, pero en inglés, de careta que es, nada más). Yo, que no creo en casualidades, me dije que esto no podía ser otra cosa más que la obra del destino y después de ajustar los cabos de pensar que los dos somos piscianos y que él de apellido se llama Pesce, bueno, no hubo mucho más que discutir. Así arrancamos.

Ayer le contaba a Ale (mi otra mitad) que si hoy se terminara OJOSDEPEZ para siempre estaría más que contento, porque el viernes conseguí que el lector más importante que tengo, que es Fede, se pusiera a llorar de emoción frente a la computadora y cuando se levantó me abrazó como nunca lo había hecho y eso para mí, ya es misión cumplida.

A lo largo de las historias me encontré riéndome a carcajadas por las boludeces que se me ocurrían, me encontré llorando de emoción, de pena y dolor, me encontré viviendo en cada uno de los relatos una vida que me gusta vivir a diario, me reencontré, gracias al blog, con personas que hacía mucho que había perdido (Guille y Pao Palmero, el Turco Ganum), conocí a otras personas maravillosas y que tienen una valor incalculable en mi vida como Poli Impellizieri, Laura Schuster, Pato Cunietti, Caroo Valdelolmillos, Heliana Parnisari, los chicos de Manzana Latente y sus talentos inmensos (Luigi Guiñazú Fader, Flor Silva & Gus Giordano) y gente a las que todavía no conozco pero que con sus comentarios y mensajes me han hecho un lugarcito en sus corazones como Mariano Reginato, Martín Cónsoli y por sobre todo, la luz guía y protectora para los que extraviamos el camino a propósito de Polichinela Madrina ( un ángel que me cuida y me protege en esta ciudad).

Este lunes no hay historia, y sin embargo, me encuentro contándoles la historia de cómo empezó esto y el placer sublime que me da hacerlo y festejar su primer añito de vida (¡el único balance que me arrojó superávit...en años!) y mientras tiro un papel con algún escrito intrascendente como si tirara una moneda a la fuente, cierro los ojos y en vez de pedir un deseo, agradezco a cada uno de ustedes, los que leen y escuchan, por estar ahí detrás de un monitor y hacernos un lugar en su universo y agradezco infinitamente contar con mi hermano Berni para seguir haciendo esto, porque entre nosotros, (no se les ocurra contárselo, por favor)...él es la aleta talentosa de éste pez que lleva un año nadando, con los ojos abiertos de par en par, desde la nada hacia la eternidad.

Gracias infinitas.

Cristián Lagiglia.-



UN AÑO EN LA VIDA DEL PEZ
(Hernán Pesce)

NO SÉ ESCRIBIR (no se lo digan a nadie, y menos al Negro... pero para mí es más fácil abrirle ese puto paquete de galletas que escribir algo...)

Siempre me costó eso de plasmar emociones en un papel... siempre me resultó más fácil identificarme con cosas escritas por otros y hacerlas mías... No es que tenga problemas con ello, pero es como una deuda pendiente conmigo mismo.
No hay nada que hacer: me siento más cómodo con las manos ocupadas y un micrófono en la boca (ops... que feo sonó...)

No tengo problemas de gramática, soy bastante bueno con la ortografía (abanderado en 6to grado... después, el barco empezó a hundirse....), pero siempre fué un tema complicado para mí... escribí muchas cosas para mi banda anterior a LVS, en inglés (de careta nomás, como dice el Tonto...) pero nada demasiado desde el corazón...

En el 2003 cambié el Otoño en Mendoza por “le notti magiche di un'estate italiana” y la música fué todo lo que tuve para aferrarme a los míos...

Finalmente llegó el 2007, como una bisagra en mi vida, y supe que venía Isabella... se dispararon todas las alarmas del corazón y sentí (lo juro) que volvía a tener VOZ.

Hasta aquel momento había compuesto una cantidad tremenda de material, pero no terminaba de convencerme, no tenía banda y tampoco me esforzaba demasiado por tenerla... Escribía letras en inglés, y todo era un poco como decirme a mí mismo “macho, después de LVS, es inútil pensar en tocar con alguien más”...

Meses antes de venir al mundo Isa, la cosa tomaba forma... Surgió SONGS FOR OUR SONS (algo así como “Canciones para Nuestros Hijos”), con versiones que recorrían todo un mundo de música, MI mundo de música: desde The Clash hasta Peter Gabriel, pasando por Pearl Jam, Foo Fighters, Jeff Buckley y demás...

Era ( y sigue siendo) mi intento épico, casi desesperado, de que nuestros hijos se mantengan alejados de Britney Spears y Lady Gaga... Que nadie diga que no lo intenté... Lo colgué para que la gente lo escuchara y tuve más de 500 descargas...

Isa pasó gran parte de su estancia en la panza de La Negra escuchando esa música, escuchando a su padre...

Ya en Barcelona había logrado que otros escribieran por mí... Así nacieron varias canciones en colaboración con Niko Barboza (And now... es una letra de él, entre otras), y así me animé a escribir mi propia historia para mi propia música...

El primero en leer esas cosas fué, claramente, mi amigo El Escritor, que ya tocó mi fibra emotiva años atrás con una poesía llamada 4 Reyes.

Precisamente él me habló de OJOSDEPEZ, yo le hablé de las coincidencias y ahora estamos celebrando un año en la vida de nuestro “bebé”.

Isa viene, Isa va... y levita sobre la arena y roza con su piel la sal de nuestras vidas.
Flota y me enseña día a día que ELLA ES la gran poesía de mi vida, la mejor letra, la mejor historia, la mejor canción que jamás haya escrito. ISABELLA ES MI MEJOR VERSIÓN ACÚSTICA DE LA VIDA....

Y OJOSDEPEZ aprendió solito (que pez talentoso...) a ser ese canal emocional que nos salva semana a semana de nuestras propias dudas, miserias y miedos... y de nosotros mismo...!

OJOSDEPEZ es el “Keith Richards” de los peces, la mezcla perfecta entre el hippie y el aristócrata (¿quiés es quién? no lo sé...), el que sale a la superficie un día y al siguiente puede hundirse sin más...

Leo todos los comentarios, con impaciencia; canto las canciones con ese nudito en el estómago que me recuerda la sensacional droga que es subir a un escenario y los nervios que eso implica...

Es por eso que no tengo otra cosa que decir más que GRACIAS, porque es tiempo de vuestras vidas gastado en leer y escuchar a 2 tipos que (si, es verdad...) lo hacen desde el corazón...

PAZ, AMOR Y BUEN ROCK PARA TODOS

Hernán Pesce.-

SEMILLA 99

PALABRAS:
SEMILLA 99 - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
CORAZÓN DELATOR (Soda Stéreo) - Versión acústica - 2010




SEMILLA 99

Flaco, creo que las historias hay que contarlas desde el principio y la verdad, no tengo que esforzarme mucho para recordar el primer día.

Iba saliendo de laburar de The Sportsman, al mediodía, me quedaban diez cigarrillos y me crucé hasta el kiosco a comprar un atado más (creo que te conté que en esa época fumaba casi cuatro atados diarios). Me prendí un pucho para el camino, me prendí otro en el auto y cuando me faltaban unas diez cuadras para llegar al shopping para pasar a buscar a tu madre por el trabajo casi me prendo el tercero. Me distraje dando vuelta el cassette de Blues Local de Pappo y con el cigarrillo sin prender colgando de la boca y mientras sonaba Longchamps Boggie, levanté la vista y vi a tu vieja paradita donde siempre me esperaba, pero esta vez estaba oculta detrás de una sonrisa que jamás le volví a ver. Ya me faltaban cincuenta metros para llegar y creéme que al ver ésa sonrisa el cigarrillo se me cayó de la boca y automáticamente metí la mano en el bolsillo del saco y agarré los atados de fasos y los tiré por la ventana antes de que tu mamá se cruzara corriendo la calle y me dijera lo que yo ya sabía desde que le vi la sonrisa. Yo iba a ser papá.

Así arrancamos, hermano, hice la promesa instantánea de que si nacías sanito (y te parecías a mi) yo no fumaba más. Nueve meses la aguanté, nueve meses exactos en los que te vi crecer de a poquito en la panza de mamá, en la que casi me muero de la alegría cuando en el Instituto Ginecomamario me hicieron ver la primera ecografía y sentir los caballos salvajes de los latidos de tu corazón. Muchas veces cuando tu vieja dormía yo te ponía los auriculares del discman con Piano Bar de Charly, After Chabón de Sumo o un compiladito que me había hecho del Flaco Spinetta y soñaba que las notas musicales y lo que cantaban mis amigos te llegaba por el alma de tu vieja con la firme intensión de que te llegara antes esa información en forma de canción, sin la necesidad de que pasaras por Arjona (que era lo que escuchaba tu mamá). Nueve meses inmensamente felices e interminables en los que íbamos al médico y nos decía que todo estaba bien, en tiempo y forma, y yo estaba albergando la ilusión de que nos dijera que ibas a nacer sietemesino, cosa de verte un rato antes, de ansioso, nomás.

Una noche, de un frío de cagarse, me tiré en el sillón para degustar un show de Lenny Kravitz que hacía tres meses venían anunciando y vi a tu vieja venir por el pasillo con el notición de que ella sentía que ya venías. Te tengo que confesar que manipulé la situación lo más que pude, con trabajos de respiración y haciendo de cuenta que buscaba boludeces para llevar al hospital con tal de ver el show entero y que tu vieja me dejó hacerlo haciendo de cuenta de que no se daba cuenta.

Nueve horas después la perdí de vista a tu vieja en la camilla que la llevaba a la sala de parto y yo ya estaba vestidito de verde pelotudo, traicionando mi firme postura de no entrar al parto, pero que se le va a hacer, me dejé ganar por la emoción y me senté en un banquito esperando que alguna enfermera me indicara de que ya podía entrar.

No sé donde leí eso de que el destino escucha solicitudes...después decide.

Nunca pude entrar a verte nacer porque se te ocurrió la genial idea de cruzar el bracito por sobre tu cabeza, cuando todavía estabas adentro de la panza y te pasaste de largo como tres horas en el parto y yo sentía en el pasillo, sin saber absolutamente nada, como peleaba con todas sus fuerzas tu vieja para que te vinieras de una buena vez a la vida. La hiciste mierda, la dejaste sin un gramo de energía y al cabo de unos minutos nos dijeron que habías nacido depresivo grave y que te llevaban directo a la incubadora de neonatología porque tus reflejos no eran los adecuados.

Creéme que fueron los peores tres días de mi vida y te voy a contar algo que siempre guardé en mi como un ejemplo de admiración.

Tu vieja tenía más puntos (de sutura) que River, que ese campeonato iba puntero absoluto, y a las dos horas de haber peleado como una bestia por tu ocurrencia, la vi caminar como podía, arrastrando los pies, doliéndole todo, los veinte metros que separaban la habitación de ella de tu incubadora para darte la teta sin emitir una sola queja y con unos huevos (ovarios en este caso). que jamás le vi a nadie tener. Creo que por eso yo la voy a amar toda la vida, como se ama a alguien que se juega la vida por alguien que ama y ella se la jugó, pulso a pulso, por traerte a mi mundo, deuda que en la reputa vida yo le voy a poder pagar (pero no le digas nada que te conté...a ver si se acuerda y me lo cobra)

Yo, que ya había vuelto a fumar como un escuerzo, me iba por el ventanal de neonatología que daba al patio y me quedaba mirando a través del vidrio horas enteras en las que les decía a todos que me iba a casa a descansar. Miraba para adentro y fumaba y trataba de adivinar cuál de todos esos angelitos eras vos, porque no se veía una mierda y el frío de afuera te destrozaba las ansias.

La segunda noche, de tanto hacerle el filo, una enfermera me dejó entrar para poder verte. Estuve llorando como un boludo, sentado al lado de tu incubadora, y prometiendo cosas que después, seguramente, no cumpliría y viéndote lleno de cables y cintas que se pegaban a tu transparente piel y de esa noche, de esa situación, debe haber nacido en mi la sensación de desear que todo lo malo de este mundo que te pueda pasar, mejor que me pase a mí. Hasta que entre un suspiro y un sollozo, me agarraste desprevenido y estirándote en un reflejo traicionero, le metiste una patada increíble a la puertita de la incubadora y la abriste de par en par y a mí casi me da un paro cardíaco. Entendí, en ese momento, de que al fobal ibas a jugar seguro (le diste de taco a la puertita, je) y que con vos, nunca más me iba a crecer el pelo de los sustos que ibas a dar.

Al tercer día, cuando ya no aguantaba una hora más en el laburo, mientras me fui a fumar al baño, me quedé pensando en el Yayo Federico y en silencio le pedí que me tirara una onda porque ya no podía aguantarme más la ansiedad de verte sano y salvo y para que me diera fuerzas para sobrellevar el mal momento. En eso entró Valentín y con su habitual delicadeza me dijo, “Negro, pelotudo, te llaman del hospital, están por sacar a Fede”.

Si existe, solo Dios sabe que tardé en llegar nueve minutos al Hospital. Si existe, solo Dios sabe que en silencio, cuando te tuve por primera vez en mis brazos y vos abriste esos ojitos que todavía no veían nada, yo te dije telepáticamente: “vos y yo juntos, para siempre, en las buenas y en las malas, contra todos los que rayan”.

Ése mismo día entendí de que yo ya no iba a ser nunca más yo sin vos, entendí para que me había venido a la vida, entendí que todo lo anterior que había vivido era solo un ensayo para el estreno de esta nueva vida que me acababas de dar.

Y, chabón, ése es el principio de la historia, que en pocas horas va a cumplir once años. Entre medio pasaron dos millones de cosas que calculo que te iré contando y me harás ir haciendo recordar en cada una de las tantas veces que nos sentemos, frente a frente, a tomar el café con leche en nuestro McDonald’s, tengamos los años que tengamos.

Pero te quiero aclarar algo, no solo vos estás de cumpleaños, yo también lo estoy, porque por más que mi vieja me haya parido hace treinta y ocho jóvenes años...en mi alma, en mi cuore, en mis entrañas, en mi sangre...yo siento que nací el día que naciste vos.

Feliz cumpleaños, hijo, sabés que te amo con todo lo que me da el corazón. Que estés sonriendo...


a Federico Uriel Lagiglia

(porque hace once años que late y me obliga a seguir latiendo)



EL CORAZÓN CON AGUJERITOS

PALABRAS:
EL CORAZÓN CON AGUJERITOS - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
EVERYBODY HURTS (REM) - Versión acústica- 2010


EL CORAZÓN CON AGUJERITOS

-Bueno Licenciada, entenderá mi nerviosismo, es la primera vez que hago esto y no sé muy bien cómo manejarme.

Creo que lo mejor sería contarle porque creo yo que estoy necesitando de ayuda. Cuál es el motivo que me trae aquí.

Resulta que hace exactamente seiscientos setenta y cuatro días, y acá agradezco que en el medio no hubieron años bisiestos, si no, le tendríamos que agregar dos días más, apareció en mi vida una persona que vino, para bien o para mal, a destrozar todo lo que más o menos estaba en pie en mi existencia.

Apareció de la nada misma y cuando menos me lo esperaba y desapareció en la nada misma y cuando menos me lo esperaba. Lo que yo vengo a tratar acá, Licenciada, no es entender la razón de porqué ella apareció y menos de porqué ella desapareció, sé positivamente que es muy feliz en dónde está y con quién está, si no, no hubiera elegido eso.

Lo que yo vengo a tratar es como hago para salirme yo de una buena vez de esta historia.

Ya le dije que hace seiscientos setenta y cuatro días que yo estoy inmerso en esto y usted creerá que es una obsesión y no quiero de ninguna manera utilizar lenguaje que me es ajeno y muy familiar para usted, pero creo que no es obsesión, creo que es un alivio, porque obsesivo sería contarlos como yo los viví y, créame, a muchos de estos día yo los tendría que multiplicar por dos, porque en el transcurso de vivencias de cada uno de estos días yo, en carne propia, los he vivido como si fueran dos.

Sería muy fácil catalogarme de bipolar pero créame que mis cambios drásticos de ánimo han sido pura y exclusivamente originados en encuentros furtivos con la persona de la que le hablo o, lo que es peor, con recuerdos de esa persona.

De ahí que al verme a mí mismo desde afuera, me da la impresión de que en un mismo día yo he vivido dos. Y por eso me resulta más saludable sentir que han sido días individuales.

Desde que desapareció de mi vida yo me he visto envuelto en situaciones que son muy extrañas en mi comportamiento. He hecho cosas realmente estúpidas y cosas que son inconfesables, pero no porque impliquen algún crimen, inconfesables por la vergüenza que da reconocer lo que uno puede llegar a hacer cuando el que manda es el corazón y la cabeza no atina para nada.

Ahí es donde tengo una pregunta vital que hacerle, Licenciada, ¿cómo puede una persona ver que le están mintiendo en la cara, saberlo y sentirlo, y en el mismo pensamiento enterrarlo como si eso realmente no estuviera sucediendo?, ¿qué lleva a justificar las mentiras de otra persona cuando esas mentiras afectan directamente a uno mismo?

Enseguida me lo contesta, Licenciada, porque esto no termina aquí.

Nuestra historia de amor duró, digamos, como media hora.

Después de eso, todo lo demás ha sido sufrimiento, pero ha sido sufrimiento ahora que me doy cuenta, en el momento en que han transcurrido estos días sé que he sufrido muchísimo, pero no me había dado cuenta.

Es tremenda la negación pero más tremendo es verse en situaciones que son, como mínimo, grotescas.

¿Qué se yo?, por contarle algunas, Licenciada, he estado camuflándome en una esquina por más de cuatro horas frente a su trabajo, con tal de verla, y una de las tantas veces que hacía esa idiotez parece ser que a un vecino le parecieron raros mis movimientos y mi permanencia en la puerta de su casa, cosa que yo no había advertido, y llamó a la policía y con tanta mala suerte que tengo, no llevaba los documentos, así que estuve demorado otras cuatro horas en la seccional y a mí lo único que me preocupaba era que no la podía ver, ni me hice cargo de la vergüenza ni de las sospechas que podría haber levantado.

De hecho, el motivo por el cual me dejaron salir, fue que les conté a todos los oficiales que es lo que hacía verdaderamente en esa esquina y creo que se apiadaron de semejante pelotudo y hasta unos mates me convidaron.

Una noche me vestí elegantemente y concurrí a una fiesta a la que, obviamente, yo no estaba invitado y chamuyándome y contándole la verdad de mi presencia en el lugar a los guardias de seguridad, previo acuerdo de sacarles algo para beber, cada media hora, me dejaron pasar y como yo estaba vestido muy elegante, pude pasar desapercibido y estuve toda la noche mirándola embelesado, desde un rincón (del cual me iba cambiando debido a la paranoia de pensar que todos me estaban mirando a mí), divertirse, bailar, saltar, lucir un peinado nuevo, sacarse fotos, etc., todo esto con su pareja, hasta que se hizo la hora de irse y me volví caminando desde muy lejos con una felicidad estúpida, como si realmente hubiera sido yo quién estuvo con ella.

Realmente es una adicción de la que no me puedo despegar sin ayuda, he tenido otras adicciones pero ha sido mi fuerza de voluntad quién las dejó atrás.

Fui adicto a la serie Lost y recuerdo perfectamente haber consumido las cinco primeras temporadas en menos de cinco días para después sufrir el síndrome de abstinencia que fue esperar que filmaran la sexta temporada durante todo un año y acá me ve, con mucha voluntad, sobreviví.

También fui adicto al ajedrez y usted podía verme deambular por la ciudad con un tablero y sus correspondientes piezas debajo del brazo y encontrarme con personas que me saludaban y yo automáticamente las invitaba a jugar una partida. Fuerte era la desazón cuando escuchaba que no sabían jugar o que no tenían tiempo para semejante menester, pero yo seguía inquebrantable buscando alguien con quién jugar. De esta adicción me curé porque tengo muy poca tolerancia a la derrota y, siendo sincero, perdía cada cinco minutos.

Espero que usted tenga la fórmula mágica para operarme de esta adicción que me provoca ir a verla todos los días a su trabajo, irme caminando hasta su casa que queda muy lejos de la mía para verla salir de la casa (cosa que nunca sucedió porque parece que no está mucho en su casa), escribirle cartas desgarradoras de despedida y a los dos segundos arrepentirme y escribirle cartas de bienvenida, como si fuera a volver algún día, mandarle flores, mandarla a la mismísima mierda (mental y oralmente), llorar como un niño por su desamor y ausencia y a las dos cuadras reír como un loco por la felicidad que me da sentir lo que siento (yo solito), y verla en cada rostro que cruzo en la calle lo cual explica el enamoramiento que uno lleva adentro, digo, eso de verla en cada mujer que me cruzo.

La cosa se pone un poco más complicada cuando veo su rostro en el cuerpo de un gordo oficinista que está esperando el colectivo y hurgándose la nariz, mientras escupe y espera. Créame que esa es una escena muy difícil de sacarse de la mente, pero que le voy a hacer, el amor es más fuerte, y yo la amo hasta con el cuerpo del Sr. Barriga.

Se preguntará si he pensado en la muerte como solución drástica a mi problemita y tendría que confesarle que si, Licenciada, lo que pasa que con La Muerte yo tengo un temita personal.

Ya todos sabemos que a la corta o a la larga ella va a ganar este partido. Es como jugar contra el Barcelona de Messi, por más que le pongas toda la onda, en cinco minutos te destrozan y te golean.

Con la muerte pasa lo mismo, por lo cual yo me he propuesto firmemente jugarle este partido con doble línea de cinco, como el Inter de Mourinho, por lo menos hasta que me den las fuerzas y me venga a buscar.

Yo, en algunas ocasiones la he llamado insistentemente pero ni ella me da bola.

Parece que su labor es llevarse a los que sirven, que se yo, se lleva a Lennon y deja a Chapman, se lleva a Mercedes Sosa y deja a Duhalde, Menem, Kirchner, Macri, se lleva a Rufino y me deja a mí.

Yo creo que conmigo está cometiendo un claro caso de discriminación y cuando solucione estos problemitas que me están aquejando, iré a denunciarla al INADI.


Toda esta caterva de palabras y emociones mezcladas eran el argumento que iba a esgrimir cuando me tocara mi turno con Laura, la psicóloga.

Las había practicado de antemano y hasta me controlé el tiempo (30 minutos exactos) que me llevaría secarle la cabeza con esta historia de histeria descontrolada, especulando en dejarle los últimos diez minutos de la sesión para que ella me contara cuál era la solución mágica que ella seguro tenía para el problema que me estaba carcomiendo.

Creía que con diez minutos de su sabiduría serían suficientes para que me hiciera ver la luz o para que me decidiera ir yo hacia la luz...de un trole y que éste me llevara puesto.

Le dejaba diez minutos, también, para que se ganara los cien mangos que me costaba la consulta y que, obviamente, yo prefería gastarme yendo a ver a Las Pastillas del Abuelo (lo de Divididos lo tenía solucionado gracias a la habilitación generosa y terapéutica de otra psicóloga) y cuatro porrones o poder irme con esos cien mangos al JUGUETE RABIOSO e invitar a Poli, Pinky, la 99, Caro, Guille, Matu, Fato, Quique o al Sapo, por nombrar a algunos de los que han venido pagando (digamos, el último año y medio) las cervezas que me he ido tomando.

Todo esto, que tendría que haber expresado para por fin comulgar con la sanación de mi mente, de mi espíritu y de mis huevos, se vio interrumpido en cuanto, del consultorio, salió una señora con cara de nada, de la mano de su problemático hijo que no contaba con más de doce o trece años. Dejaron la puerta entreabierta.

Por el espacio que dejaba el límite de la puerta antes de besar al marco, la podía ver perfectamente a ella. Era más bien bajita, de pelo lacio que alguna vez fue castaño y ahora luchaba valientemente por parecer rubio, como casi todo el mundo.

En ese instante, se llevó las manos a la cara y empezó a llorar, casi en silencio.

Las lágrimas le corrieron el modesto maquillaje que ella, en movimientos infructuosos, trataba de salvar, con los restos de un pañuelito descartable. Parecía tan triste que me dieron ganas de entrar y consolarla.

Me contuve.

Cuando se creyó recompuesta y sin darse cuenta de la abertura de la puerta por donde yo la estaba mirando, se estiró la camisa, inhaló y exhaló controladamente y desde adentro del consultorio llamó:

-Lagiglia, pase.

Me levanté y en vez de apuntarle a la puerta del consultorio, le apunté a la de salida.

A los pocos segundos ya estaba en la calle con una contundente reafirmación de mi ateísmo hacia el curanderismo de la mente (Dolina dixit), la impotencia de no haber podido tirarle una onda a una persona que estaba triste, vaya a saber porqué sorcho y buscando denodadamente la calle por dónde pasan los troles.

Hoy no era, definitivamente, un buen día para contarle a Laura, la que trabajaba de psicóloga, que yo andaba con el corazón con agujeritos.