EL SÁBADO QUE VIENE

PALABRAS:
EL SÁBADO QUE VIENE - Cristian Lagiglia

MÙSICA:
SUNDAY MORNING CALL - Oasis
Versión acústica - Hernán Pesce - 2010



EL SÁBADO QUE VIENE

Ella está tirada en la cama siguiendo con los ojos la ruta que traza una diminuta araña en uno de los ángulos de la habitación.

Respira hondo y lleva su mano derecha hasta donde cree que tiene el corazón y suelta levemente el aire al comprobar que todavía late.

Se levanta de la cama, va hasta el placard y descuelga un vestido blanco, ajustado, incómodo, provocativo, que usó con total desparpajo hace como dos navidades.

Se lo pone torpemente y lo acomoda de los breteles antes de pararse delante del espejo.

Se mira larga y detenidamente en él y la foto que le devuelve el espejo le agrada pero le parece que algo le falta y no sabe a ciencia cierta qué es.

Se saca el vestido que cae como un edificio derrumbado al suelo y se queda en ropa interior.

Camina lentamente hasta la cocina y en el camino encuentra un paquete de cigarrillos, lo hurga y aunque no tiene ganas de fumar, enciende uno.

Le da una calada tan profunda como un pensamiento frente al mar y deja salir el humo por su boca parodiando a un dragón.

Se cuelga unos segundos viendo como el humo forma un remolino directo hacia la garganta de una dicroica que siempre está encendida.

Cuando el humo se desvanece delante de sus ojos se mira las manos unos instantes y sin sacarle la vista de encima se dirige al baño en busca de una crema.

Abre el botiquín y elude adrede la mirada del espejo del baño porque éste siempre hace primeros planos y a ella ésos enfoques, piensa, no la favorecen.

Se queda un rato en el baño desparramando la crema que lleva también hasta sus brazos y su cara y le viene la idea de poner alguna película.

Vuelve hasta la habitación, prende el televisor y elige del estante de las películas poner Eterno resplandor de una mente sin recuerdos.

Se deja caer en la cama y el film desanda su camino como una bala perdida delante de sus ojos mientras se toca sus bordes, pensando en ella, con una levedad imperturbable.

Así, casi dos horas, hasta que su cuerpo menguó lacio entre las sábanas y en la pantalla fueron cayendo los títulos y se incorporó como en un espasmo, cuando todo, todo acabó.

Totalmente excitada por un final que no vio, pero que sabe de memoria, camina hasta el ventanal que da a la calle e intenta inútilmente correr las pesadas cortinas, pero éstas no se dejan.

Luego de unos minutos de ardua lucha contra las telas, baja los brazos, se da por vencida.

Afuera yo hago horas extras por el cambio de horario que decretó el gobierno pero ella no se puede enterar.

Se acurruca en uno de los sillones del living, prende otro cigarrillo y espera, como espera todos los sábados a esta hora, a que ella llame.

Y el teléfono suena.

Del otro lado de la línea una voz, para ella familiar y deseada, le dice:

-Personal le comunica que se acerca al límite de su crédito. Para hacer una nueva recarga de crédito marque *111. Gracias por utilizar los servicios de Personal. Buenas tardes.

A través de un resquicio de la ventana logro colarme con uno de mis rayos y puedo verla sonreír de costado mientras cierra el celular.

Esa voz la deja extasiada, la sintió abarcadora, insinuante, casi lasciva en su indiferencia.

Siente que le debe haber gustado, a la voz, encontrarla de este lado de la línea con las piernas cruzadas y en ropa interior.

Poniendo el reloj de arena de la soledad en cero la dejo, solita, pensando con qué artimaña la va a seducir el sábado que viene.

LA FIESTA DE LOS OJOS CERRADOS

PALABRAS:
LA FIESTA DE LOS OJOS CERRADOS - Cristian Lagiglia

MÙSICA:

VIRGEN DE ESPALDAS - Las Vacas Sagradas



LA FIESTA DE LOS OJOS CERRADOS

El Tipo de las Cuatro Cuerdas entró en la disquería y queriendo cambiar un cd doble de The Doors se quedó cuatro horas parloteando y tratando de convencerme de que fuera a ver su banda y consiguió, si, cambiar el disco y también mi vida.

El Tipo del Micrófono se sentó en una banqueta y me leyó de punta a punta una letra que se titulaba Blanca y yo me quedé temblando ante tanta belleza y pensando que quien escribía así debía dejar de cantar en inglés y hacer que esa poesía que deambulaba por su sangre pintara de rojo a todo el universo.

El Tipo de las Seis Cuerdas me mostró una foto de su madre y recién ahí, viendo ese rostro que solo me miraba a mí, entendí de donde había venido a este mundo tanta claridad, tanta melodía.

El Tipo de los Palillos tenía puesta una remera de Candlebox y me dijo, como al pasar, que había nacido el 27 de febrero (como yo) y que eso nos convertía en gemelos astrales, cosa que escribió como dedicatoria en un libro de Shakespeare que me regaló para uno de nuestros cumpleaños.

Una vez, probando sonido en la Bóveda, se cortó la luz y quedó solo, sobre el escenario, El Tipo de las Cuatro Cuerdas y juro ante las sagradas escrituras de un vaso de vino volcado en un mantel que no se veía absolutamente nada y él desde el escenario pidió un encendedor y yo lo tiré hacia donde me pareció que venía la voz y a los pocos segundos se lo robó del aire y de la oscuridad y se prendió un cigarrillo, por lo cual cada uno de los presentes dedujimos, en silencio, de que el tipo era un murciélago.

Cierta vez, en el estadio cerrado de Anzorena, Pappo me dijo al oído y a un costado del escenario que ojalá él tuviera la osadía (palabras más, palabras menos) de atreverse a manejar tantos pedales con tanta soltura y que si cerraba los ojos le parecía estar escuchando a tres guitarrista en un solo cuerpo mientras El Tipo de las Seis Cuerdas metía, como un alambre de púas en nuestro sistema auditivo, el solo de Estrellor.

Apareció como un espectro, por el pasillo de su casa, El Tipo de los Palillos y con su habitual candidez me mostró un pequeño cuento infantil que acababa de terminar de escribir en el que contaba la inocente vida de un niño caníbal y que después de un tiempo se convirtió en la letra de Alfonso y que hoy, al recordarlo, me infunde el miedo suficiente como para no ir hasta el baño con la luz apagada.

El Tipo del Micrófono anunció que iban a tocar Blue Eyes y giró dándole la espalda al público y me miró como miran los cuervos y tenía los ojos a punto de desbordarse de lágrimas y los puños cerrados de ira y empezó a cantar, quizás, deseándole un buen viaje a los ojos azules que habían partido de su vida para siempre.

Una vez El Gallego, que era el dueño de La Cortada, me dijo que no podía pagarnos cachet pero que podíamos beber gratis el vino de la casa y que dependía de la cantidad de gente que metiéramos para ver si pactábamos otro toque.

Esa noche metimos cien personas en un lugar con capacidad para treinta y fue una fiesta y El Gallego, cuando termino el show, se me acercó muy contento por lo que había facturado y me dijo que estaba todo bien para arreglar otro toque pero que le dijera cuanto queríamos cobrar porque no nos daba nunca más canilla libre porque entre nosotros cinco le habíamos bajado cuatro damajuanas de vino tinto.

En la prueba de sonido de Al Diablo, a la que fui con mi hijo que por entonces tenía cuatro años, fue la última vez que los vi arriba de un escenario juntos.

Vi como El Chaco levantaba los brazos hasta el cielo para bajarlos como una tormenta eléctrica sobre el redoblante y un sacrificado ton de pie.

Vi como El Chiki se balanceaba, como en trance, dentro del groove que él mismo había creado y nos llevaba de viaje quién sabe a dónde.

Vi como El Berni pisaba el wha- wha como el caballo de Atila debe haber pisado pastizales y como dejaba la marca de su anillo en el mástil de su guitarra.

Vi como El Juano, frente a un Shure, ladraba en lenguas eso que su sangre le había dictado y su voz traspasaba el alma de los que estábamos ahí.

Cuando volví a mi casa para cambiarme para ir al show me crucé con el espejo del baño y el tipo que vi del otro lado me recordó que no le gustaban las despedidas y entonces, haciéndole caso, me quedé sentado en un sillón, en silencio, junto a mi sombra y mi título de Stage Manager.

Todo esto viene a cuento porque una tarde, con un calor demencial, caminando y compartiendo auriculares que susurraban Virgen de Espaldas, mi hijo me preguntó cómo eran Las Vacas Sagradas como banda.

Sin contarle todo esto que les acabo de contar solo atiné a contestarle que no eran una banda de rock, que Las Vacas Sagradas eran, son y serán un estado en la mente.

Una única y demencial fiesta de ojos cerrados.

Y yo estuve ahí, en esa fiesta, con los ojos cerrados, para verlo todo.

EL CAZADOR

PALABRAS:
EL CAZADOR - Cristian Lagiglia

MÙSICA:

ROOTLESS TREE - Damien Rice
Versión Acústica 2010 - Hernán Pesce




EL CAZADOR

Lo tenía a menos de un metro.

Nos separaba un aire impenetrable e impuro y una espalda que muchas veces vi o imaginé extendida al lado mío.

Lo miré fijo a los ojos y estaba tan débil que casi no me pudo sostener la mirada.

Se tambaleaba por el escenario dentro de ese pseudo baile que era su marca registrada.

Las orugas ya habían jaqueado su sistema inmunológico así que supongo que lo que lo mantenía en imperfecta vertical era su alma o los restos de ella.

Balbuceó algo que no se entendió al micrófono y se rió para sí mismo y puedo asegurar que su sonrisa macabra hizo cortocircuito con las luces que alumbraban el lugar.

Creo que estaba llorando, creo eso al haberlo visto tan de cerca y sentir que se aleja cada vez más del suelo, cada vez más del cielo.

Creo que él también lo sentía y por eso la risa retumbó como los truenos de las densas noches de verano en la oscuridad mística del miedo a la soledad.

Ya no me pude quedar tan cerca de él y me alejé entre hombros transpirados y el olor a porro que casi me levanta en andas.

Pedí una cerveza y lo seguí escuchando por los parlantes.

Bajo el precario techo del Cacano Bar se desató una tormenta paranormal y en un microsegundo nos quedamos solos, él y yo.

Me susurró al oído que ya se sentía cómodamente adormecido y a mí el terror me caló hasta la fibra más íntima.

Lo volví a mirar fijo para demostrarle que no me como ninguna y ahí donde antes tenía los ojos encontré los huecos que los cuervos supieron horadar.

No sé porque extraña razón su rostro me pareció más amigable.

Vi o veré, en ese rostro, a mi propio rostro cuando me cruce con algún espejo que escupa las verdades que tan bien sabemos ocultar bajo la alfombra de la conciencia.

Estaba muerto, él lo sabía perfectamente y me lo quería contar.

Me dijo que ya no hay pelea entre El Bien y El Mal, que solo han quedado en el campo de batalla esquirlas de cuerpos mutilados (el suyo, el mío, el de todos) y lo que antes era un verde valle y esperanzador ahora se ha convertido en un cementerio nauseabundo de desesperación.

Se estiró la piel de la cara que ya se había convertido en un puzzle donde faltaban casi todas las piezas y se atragantó con una saliva espesa que podría ahogar todos los designios.

Adentro del bar siguió lloviendo y creo que no paró, por lo menos hasta que a él, por fin, se le extinguió la mirada.

Nos procuramos una mueca mefítica como despedida sabiendo que ya no habrá veranos por venir y después todo pareció volver a la normalidad.

Nos alejamos, uno del otro, dañados para siempre.

Un año después, mirando con detenimiento un cielo inmóvil y aterido, me doy cuenta que allá arriba hay una estrella de más y en esta tierra que desandamos, casi sin ton ni son, le falta TODO UN ALMA.

Esa alma, que por pasillos largos sin temor, quiso tomar por presa al cazador.


a la memoria del Bocha Sokol.-

(definitivamente ya estás sonriendo)

A IMAGEN Y SEMEJANZA

PALABRAS:
A IMAGEN Y SEMEJANZA - Cristian Lagiglia

MÙSICA:

Free Fallin' - Tom Petty
Versión Acústica 2010 - Hernán Pesce
http://www.myspace.com/ojosdepez



A IMAGEN Y SEMEJANZA


-Hijo, se acabó lo que se daba, ya va siendo hora de que vuelvas a casa.

-¡Pero papá todavía no he terminado con lo que empecé!...

-Ya lo hablamos antes de que bajaras. Bajabas con la condición de que cuando yo te lo indicara se acaba el juego.

No quiero excusas, un hombre debe saber aceptar las reglas del juego y aquí las reglas las pongo yo.

-Perfecto, pero así como yo soy tu hijo y vos me inventaste una vez, yo te invento como padre a cada rato.

La discusión entre ése padre y ése hijo podría haber seguido desarrollándose durante toda la eternidad, de hecho, en base a esa discusión es que luego, por los siglos de los siglos, en cada seno familiar, en cada lazo filial, esta discusión ha ido tomando distintas formas, pero siempre ha sido la misma y siempre ha existido.

La figura paternal dictando las leyes y todos los hijos tratando rebelarse contra ese pretendido autoritarismo que da haber llegado a la vida primero o haberla creado.

Y al pibe no le entraban balas, no quería acatar el mandato paternal.

Estaba desobedeciendo por primera vez en su vida y la idea de sedición lo seducía a más no poder.

Se había hecho lo suficientemente grande como para entender, amar y no apartarse ni un ápice de las enseñanzas de su padre pero también para trazarse su propio plan.

Interiormente esto al padre le gustaba.

Lo había creado inmaculado y perfecto y lo había largado a la vida a su imagen y semejanza, pero veía en su hijo ese rasgo de algo que él jamás podría ser.

El padre era TODO y cuando se es TODO ya no se puede progresar.

Por primera vez se sintió pequeño, su omnipotencia pasó a segundo plano, sintió vulnerada su autoridad ante la negativa de su hijo.

Se sintió por primera vez como se siente un hombre.

Como tenía un propósito mucho más grande para él que solamente dictarle normas y que éste las acatara y al ver la férrea decisión en la postura del hijo, se vio en la encrucijada de alterar su método de disuasión, más que nada para no quitarle belleza al acto de insurrección de su hijo.

Empezó a pensar como lo haría un hombre y uno de los axiomas principales de los hombres es el que dice que el fin justifica a los medios.

Actuando en consecuencia, tomando una decisión drástica (todas sus decisiones eran y son drásticas) se acercó a uno de los mejores amigos del hijo y le encomendó la misión más difícil y repugnante que puede llevar a cabo un amigo: la traición.

El amigo no podía ni estaba en condiciones de negarse, también lo veía y lo sentía como su propio padre y esa voz que ahora le estaba pidiendo lo imposible era también la voz de alguien que lo había guiado a lo largo de su vida.

No podía negarse.

Sin dudarlo, sin siquiera pensarlo, Judas, ante el pedido de Dios, mandó al frente a Jesús y los soldados romanos llegaron como llega la policía, con el dato certero y la orden de allanamiento, de noche y a hurtadillas.

Paradójicamente Judas, luego de recibir los treinta denarios de parte de los romanos por los servicios prestados y creyendo con fe ciega en la palabra de su Dios, eso que le dijo de que le tenía un lugar reservado a su lado en la eternidad si se encargaba con discreción del asunto, no pudo aguantar sentirse hombre y saber, en cuerpo y alma, que le había fallado a un amigo.

De las ramas de un árbol muerto se colgó del cuello y su último resplandor terrenal fue el brillo de las monedas tiradas en el gélido suelo.

Entendió y nos hizo entender que hay actos de rebeldía que deberíamos respetar, ya sea que esos actos se levanten contra la mano del poder o ante la mera ingesta obligatoria de una sopa que no queremos probar...porque no se nos da la gana.

Y también Judas entendió y nos hizo entender que a los amigos se los salva de los chorros y se los cubre de la cana, pero jamás se los traiciona.

Vaya a saber Dios (perdón por la expresión) donde estaríamos si, al que muchos llevan crucificado y colgando del cuello, lo hubieran dejado, sin tanto Dios y tanto Judas que anda dando vueltas por ahí, ser hombre a imagen y semejanza del hombre.