BIENVENIDO

PALABRAS:
BIENVENIDO- Cristian Lagiglia

MÙSICA:

LIGHTNING CRASHES
(LIVE) - Versión acústica 2009 (Hernán Pesce)



BIENVENIDO

Hay veces que la vida nos besa en la boca y es ése el beso que no podemos parar de recordar.

Hay veces que el dado cae en siete y nunca nos preguntamos por qué.

Será porque a la suerte no se le pregunta, a la suerte se le agradece, nomás.

Hay veces que vamos caminando sin rumbo y, en un cielo azul de dolor, se cae una estrella para indicarnos cuál es el camino que debemos seguir.

Hay veces que nadamos en un mar de oscuridad y viene una luz desde el más allá a alumbrarnos y a contarnos de que ya no estamos tan solos como creíamos.

Se empiezan a erguir desde el suelo los pedazos rotos del espejo de la vida y se van acomodando en el puzzle desigual de nuestro destino para devolvernos la mirada, para que volvamos a mirarnos como era en un principio, los unos a los otros, con el gozo de quién se encuentra por primera vez.

Volvemos a buscar, en nuestro adentro, esas señales que nos dictó el corazón cuando todavía no podíamos correr y sin embargo, íbamos a toda máquina, dándole rienda suelta a nuestros sueños y bien gastando alegrías y sonrisas por doquier.

Hay signos que a uno le devuelven la fe, lo hacen querer ser más bueno, lo hacen querer ir a abrazarse con el primero que se le cruce para contarle, para transmitirle semejante felicidad.

Hay pulsos que a uno le aceleran el motor y lo llevan a cruzar las rutas del destino que se van deshilachando delante de los ojos, en busca de un nuevo y placentero amanecer.

Hoy, a toda la humanidad, que ya estaba con los números en rojo, por mezquindad, por desidia, por egoísmo, Dios, nos renovó el crédito.

Hoy las rosas perfuman la penumbra, llueven buenos augurios desde el cielo y el mar calma nuestra sed con su tenue sal.

Hijo del Chacal y La Maga. Hijo de Fernanda y de Matías.

Hijo de las dos caras de la luna y de miles de girasoles que persiguen a la eterna luz.

El que trae las respuestas, el que viene a enseñar, el que viene a alumbrarnos y a devolvernos la risa, el que viene a contarnos un secreto que ya sabíamos pero que por hacernos adultos casi habíamos empezado a olvidar.

Nació El Restaurador de las Leyes del Amor en la Tierra.

Desde su vientre de terciopelo y jazmín nos contaron que Fermín se fue a la vida siendo la vida misma...ojala estemos a su altura y se quiera quedar.

Hoy nació Fermín.

Bienvenido...te estábamos esperando.


a quienes también son mi familia.-

EL PAÍS DEL NUNCA JAMÁS

PALABRAS:
EL PAÍS DEL NUNCA JAMÁS - Cristian Lagiglia

MÙSICA:

KEEP ON ROCKING IN A FREE WORLD
(NEIL YOUNG) - Versión acústica 2009 (Hernán Pesce)

EL PAÍS DEL NUNCA JAMÁS


La respiración le salía entrecortada, ni eso le salía bien.

El foco del almacén le daba justo en los ojos como las lámparas de los interrogatorios en épocas de Elliot Ness.

Entrecerró los ojos y a la mente se le vinieron una avalancha de imágenes, de frases, de ojos escrutadores, de juicios orales de personas que, quizás, tienen una visión parcial de los hechos, pero lo mismo opinan.

Un puño le oprimía la boca del estómago, era de hambre y de angustia y también, de decisión.

Tenía los pies clavados en el suelo de un país muy generoso, el país de la avenida más ancha del mundo, el del dulce de leche, el país de los cuatro climas, el país donde nació el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos y donde se inventó el by-pass.

El país de la argentinidad al palo.

También es el país de millones de desclasados, de tipos que no tienen laburo y fluctúan entre las sombras siniestras del sistema como espectros que ya han perdido el alma empujando un carrito cartonero.

La Argentina donde sobran sesenta millones de pesos para que los que tienen televisor puedan ver fútbol gratis, pero donde no hay un cobre para los chicos que se mueren de hambre en la Puna jujeña ni para los pibes que se meten paco hasta por los ojos a la hora de la merienda.

El país de donde salieron miles de personas a encontrar, a veces más rápido, a veces más lento, un futuro ventajoso que los esperaba con las gambas abiertas, apenas el avión que los amontonaba en su interior, levantó su nariz saliendo de Ezeiza, yéndose a otro país.

Es el bendito país donde desde chiquito aprendés a fumar bajo el agua, porque el agua nos tapa incesablemente, donde inventar es materia de escuela primaria porque se aprende a inventar como llegar a fin de mes, a inventar como cagar al prójimo, a inventar alguna excusa conveniente para engañar al hambre del alma, al frío de la conciencia y a la indiferencia del corazón.

Un país que escupe Marcelos en cada esquina.

Y Marcelo miró ese suelo un instante y recordó los pañales para la beba y la leche y los remedios que tan caros están en la farmacia y con los cuales le daba ardua batalla a su porfiado asma.

Y también recordó un pedazo de pan para la panza de La Negra, que lo esperaba todas las noches en el interior de la villa, rogando, ya no que volviera con la noticia de que había pegado un laburo, más bien, con la desesperación de que volviera con vida.

Marcelo se persignó para el culo, ya ni se acordaba de eso que le había dicho su viejita, que en paz descansa, de que Dios es argentino y siempre estaba velando por la vida de sus hijos.

Marcelo hizo entrar en sus pulmones aire helado y dio el paso del cual ya no iba a haber marcha atrás, y entró al almacén.

-¡Arriba las manos, dame la guita, carajo!

Marcelo empezó a vivir en el país donde si no te dan una oportunidad, tenés que salir a la calle, de noche y con frío, a buscarla.

NADA MEMORABLE

PALABRAS:
NADA MEMORABLE - Cristian Lagiglia

MÙSICA:

ROXANNE
(The Police) - Versión acústica 2009 (Hernán Pesce)



NADA MEMORABLE

Llegué a casa destruido.

Liquidado por el trabajo, por lo largo del día y por la vida misma.

A duras penas subí la escalera que me llevaba a mi sucucho y al pasar por la puerta de mis vecinos, me encontré a Flor fumando, afuera, a la luz de las estrellas y de un foco de 60 watts.

Cuando vio mi estado calamitoso me estiró el vaso de Gancia que estaba tomando y me dijo:

FLOR: ¿Día largo, Pela?

YO: Imaginate lo largo que todavía ni termina.

FLOR: Che, la comida la tengo lista en media hora, ¿por qué no te pegás un baño, te venís y comemos los tres?

YO: Estoy tan cansado que no me da ni para bañarme...

FLOR: Dale, sucio, en media hora tengo listo el arroz con pollo que tanto te gusta.

Aprovechá que tenés bañera, llenala, tirale unas sales, te relajás y cuando querés acordar ya está la mesa servida.

YO: Bueno, dale, ¿compraste queso de rallar?

FLOR: ¡Obvio, si no me ocupo yo, con ustedes dos comeríamos solamente galletas de agua!

Ni le contesté, entré en mi casa decidido a hacerle caso y preparé la bañera y mientras se llenaba, me fui al cuarto, me saqué la ropa del laburo y prendí un cigarrillo.

El arroz con pollo ya me había dado otro ánimo, así que encendí la computadora y puse SIGUR RÓS (ideal para relajarse) y me apresté a meterme en el baño de inmersión.

No es que sea sucio, me encanta bañarme, lo que no me gusta es ir a hacerlo.

Toqué la temperatura del agua y me convencí de que no estaba tan caliente.

Me fui metiendo de a poco, como cuando ganás esos centímetros gloriosos entre los hombros que te impiden llegar, con el ticket en mano, hasta el barman.

Por más convencido que estuviera, el agua te quemaba vivo.

Cuando el cuerpo se acostumbró, me senté como pude y puteando bajito por la genial idea de relajarme y desollarme vivo, prendí otro cigarrillo.

Fue un instante de calma inusitado comparado con cómo se había desarrollado el día.

Cuando el agua y las sales hicieron su trabajo, no me quedaron ni ganas de fumar.

Yo le tengo pavor al agua, no es respeto, que es lo que dicen todos y se tiran como toninas a surcar olas.

Yo le tengo un terror inenarrable.

Nunca aprendí a nadar y tampoco voy a aprender porque para eso hay que meter la cabeza bajo el agua y ése es un error que no pienso cometer.

Parece que llegué a tal punto de relajación que creo que me desmayé o me quedé dormido.

Deben haber sido las dos cosas a la vez porque es de la única manera que se explica el hecho de que me haya resbalado y quedado totalmente sumergido bajo el agua de la bañera, como en trance, sin entender que es lo que estaba pasando y a la vez, entendiendo y teniendo conciencia de todo.

En ese trance mental y espiritual, abrí los ojos bajo el agua y ya no estaba en el fondo de mi bañera, si no, en el fondo del océano.

Y me dejé llevar.

De repente sabía nadar y me deslizaba cual bailarina rusa, moviendo las manos y las piernas, como si realmente supiera como se hacía.

Empecé a avanzar con movimientos perfectos entre un conjunto de corales y un grupo de medusas que flotaban a mi costado, como si alguien se las hubiera dejado olvidadas ahí.

Más adelante me encontré con varios peces de distintos colores y especies que al verme nadar, como un Tarzán en ácido, salieron disparados en distintas direcciones.

La belleza que hallé a mi paso era indescriptible, ni el arco iris que vi una vez en San Martín tenía lugar para albergar tantos colores como los que encontré mientras avanzaba a brazada limpia.

Yendo más profundo, me topé con el casco de un viejo galeón hundido y sin dudarlo, me mandé por lo que alguna vez había sido la proa y esquivé con soltura un viejo y marchito timón y algunos de los mástiles que alguna vez habían sostenido altas velas, directo a la cabina del Capitán.

Allí, una vez adentro, vi flotando, sin poder despedirse, varios elementos de navegación, viejos papeles que parecían ser rutas de navegación adosados a la madera del habitáculo y un monóculo que estaba agarrado entre dos antiquísimos libros, como pidiendo rescate.

Los tomé con una de mis manos y seguí nadando hacia el exterior del barco.

Subí excitado por el hallazgo de las cosas que llevaba en mi mano hasta que esa alegría se me borró de un plumazo cuando me encontré, de frente, con un tiburón blanco.

El tipo me miraba como te miran los patovicas cuando querés entrar al boliche más cheto con unas Converse azules totalmente destrozadas.

De mis manos se cayeron los libros y el monóculo, también se cayó mi mandíbula y lo único que ascendió fueron mis huevos hasta la altura de la garganta, para quedarse a vivir ahí.

Nunca había sentido tanto terror, transpiraba frío, lo cual es normal en estas circunstancias, pero abajo del agua es una boludez monumental y aunque mi mente hacía como que nadaba hacia otro sitio, mi cuerpo se quedó totalmente inmóvil esperando que el bicho que tenía enfrente abriera la boca y me degustara a sus anchas.

El Tiburoncín me miró fijo y cayó en la cuenta de que su naturaleza le mandaba masticarme y él, obediente, a lo único que le daba bola era a su naturaleza.

Abrió sus fauces y créanme, hubiera entrado parado en esa bocaza y cuando apuntó directo a mi cabeza...sentí un grito que me venía a rescatar desde el más allá.

FLOR: ¡Pela, ya está servido y se enfría. ¡Atiná de una vez, querés!

Saqué la cabeza de abajo del agua con la agilidad de quien salta a cabecear un córner en el último minuto y mi corazón parecía la sección de percusión de CHOQUE URBANO.

Afuera seguía sonando, en lánguida paz, SIGUR RÓS, el arroz con pollo y harto queso de rallar me estaban esperando y ahora le tenía que contar a Flor que me había salvado la vida y que, al fin, había aprendido a nadar.

UN ANTES Y UN DESPUÉS

PALABRAS:
UN ANTES Y UN DESPUÉS - Cristian Lagiglia

MÙSICA:

WON'T BACK DOWN
(Tom Petty) - Versión acústica 2009 (Hernán Pesce)



UN ANTES Y UN DESPUÉS

Vaya si es correcta la expresión de que, algunas veces, hay cosas que marcan un “antes y un después”.

Acabo de leer algo que me dejó un nudo en las tripas y ése algo lo escribió una MINA (así, con mayúsculas y negrita) que se fue a vivir a otro país, dejando físicamente este país, pero teniendo la precaución de haberse olvidado un poco de su espíritu pululando en cada esquina de mi ciudad.

Automáticamente me acomodé en la silla del Antes, en la platea semivacía en la que nos sentamos los que nos quedamos, en la incómoda y dolorosa fotografía del que levanta la mano para despedir con la insana sensación de pensar que nos están mirando por esos pequeños agujeritos que se parecen a ventanillas.

Muchas veces, en poco tiempo, me tocó ir hasta la terminal o hasta el aeropuerto a ver como se iba mi vida en un bondi o en un avión, a vivir a otra provincia u otro país.

Digo mi vida porque a las personas que iba a despedir se estaban llevando un trozo para nada pequeño de lo que me hace latir.

Y así quedé...respirando artificialmente y boqueando como un pez al que se olvidaron fuera del agua.

Seguí viviendo, más vale (en algunas cosas siempre he sido muy testarudo), pero cada vez que levantaba la mano y me aguantaba las lágrimas sabía que me estaba muriendo de a poco.

Nunca hasta hoy, hasta que leí lo que leí, me había puesto a pensar en lo que sentía el que se estaba yendo, el que me estaba dejando.

Dicen que uno no puede sentir por otro, que puede comprender, puede ponerse en situación, puede acompañar en el sentimiento, pero ni de casualidad puede sentir lo que está padeciendo o disfrutando la otra persona.

Claro, llegué a destilar rencor porque nadie entendía mi tristeza, nadie podía sentir la soledad que me dejaron tatuada en el alma cuando me los imaginaba acodados en otros bares, caminando otras calles, disfrutando otras lunas.

Nunca pensé, hasta hoy, que las despedidas son esos dolores dulces como los llama el Indio Solari y llegué a sentir que el que se quedó empantanado en los recuerdos era solamente yo.

Fui egoísta, fui artero en los pensamientos, hice agua por los cuatro costados y no me tembló la voz para mandarlos a la mierda, en un silencio desesperado, por haberme dejado mendigándole abrazos a la nada, por haberme acercado a la orilla de la locura de hablarles cuando yo sabía perfectamente que no estaban ahí para escucharme.

Nunca me imaginé que cuando se fueron a desandar sus vidas lejos de la mía, en ningún momento se habían olvidado del mate y la charla, del dulce de leche y el asado, de la esquina de La Olga y de este paria que tanto los necesita.

Si Poli, la sangre tira, y es esa sangre la que hizo que los siga viendo en cada rincón de mi ciudad, en cada hoja que se cae en otoño como se caen los días del almanaque, en cada abrazo que se prestan dos extraños, para mi, frente a mis narices.

Se me fueron el Ale, Martu y Facu, se piraron El Negro Marcelo y La Flaca Ale, se me perdieron de vista Grillo y El Mayi, nunca más vi al Cabezón y al Turco, ya no están parados en una esquina de Dorrego ni El Pajungo ni El Sapo Martín; se me escondieron Paola, Berni y La Negra detrás de cada cara que cruzo en la peatonal.

Cada baldosa de esta puta ciudad los extraña y a su vez, cuando yo paso por ellas, algo me cuentan de ellos.

Y ahora que estoy parado en el Después y dejé que una MUJER (así, con mayúsculas y negrita) me hiciera ver el vaso medio lleno, entiendo, en tinta y sangre, que ninguno de ellos dejó el barrio...porque el barrio de ellos tiene el código postal de mi corazón.

Más les vale de que estén sonriendo. Es lo menos que me merezco.

a Poli Impellizzieri (mi triciclo y yo... te esperamos).-


EL VIAJE A NINGUNA PARTE

PALABRAS:
EL VIAJE A NINGUNA PARTE - Cristian Lagiglia

MÙSICA:

ACROSS THE UNIVERSE
(The Beatles) - Versión acústica 2009 (Hernán Pesce)


EL VIAJE A NINGUNA PARTE

Matu estaba regando sus plantitas, me pidió que pusiera un poco de The Doors y empezó a contarme los planes que tenía para implementar una pequeña granja a solo un metro y medio de la puerta de mi habitación.

Cuando entró en detalles como almácigos, cañas, hidrocultivos y demás misceláneas (de las cuáles no entiendo un sorcho) empecé a notar que mis ojos veían perfectamente como él movía la boca pero mi mente decidió irse en ese preciso momento de viaje.

Empezó a sonar en el equipo Moonlight Drive.

Mi mente salió de mi casa, cruzó la placita y fue directo hasta el kiosco de Gabi por un paquete de Lucky Strike y en breves instantes ya estaba caminando entre los edificios y la gente que salía de laburar en el microcentro de mi Buenos Aires querido.

Bajé por Corrientes rumbo al Paseo La Plaza, antes me paré en una librería y busqué como un desesperado El Señor de los Venenos de Enrique Symns.

Al hallarlo en un estante de ofertas miré hacia los cuatro costados y como nadie se había fijado en mi presencia opté por guardarlo, sin cargo de conciencia, entre mis ropas.

Siempre pensé que no hay placer mayor que leer un libro robado y esperar a que también algún día te lo roben.

Llegué al Paseo y eludiendo una infinidad de promotores de espectáculos que te llenan las manos con papelitos que promocionan obras de teatro me dirigí hacia el cantero que está en el medio del complejo y que contiene un ciprés de más de cien años.

Ya sentado y prendiendo un cigarrillo, me puse a ojear las primeras páginas del libro y en ese instante se me acercó una chica que me preguntó si no tenía ganas de viajar con ella.

Tiré el cigarrillo y me fui de viaje con la rubia.

Al cabo de unos segundos estábamos en Casablanca, Marruecos, paseando bajo un sol inclemente por la plaza Muhammad V.

Nos sentamos en el borde de una fuente y nos pusimos a conversar en perfecto español con un lugareño que nos ofrecía ser nuestro guía turístico a cambio de un puñado de dólares.

La rubia me miró y nos levantamos saludando a nuestro simpático interlocutor que se las estaba arreglando como podía para que el loro, que tenía en una jaula sin barrotes, dejara de decir barbaridades.

Cruzamos la calle, atravesamos el denso tráfico y al llegar a la otra vereda ya estábamos en Palermo, Sicilia y le comenté por lo bajo a la rubia que el origen de mi familia provenía de esta isla y en eso se largó a llover a cántaros y nos pusimos a resguardo de una lluvia criminal bajo el alero de una confitería mientras veíamos como hacían malabares los artesanos de Plaza Pretoria para juntar sus petates y salvarlos del agua.

Empezó a salir el sol y llegamos caminando hasta el caserío de Cefalú, enclavado entre la montaña y una vista demoledora de sentidos del Mar Tirreno que se extendía delante de nuestros ojos, mientras la rubia le compraba una bolsa de almendras a una señora que tenía más años que la propia muerte.

Mientras íbamos degustando las almendras entramos por un estrecho callejón del conglomerado del caserío y cuando alcanzamos a ver a unos chicos jugando a la pelota nos dimos cuenta de que ya estábamos en el Golfo de León, en la mismísima Marsella.

Nos quedamos absortos al ver la cantidad impresionante de yates que dormían una lánguida siesta amarrados a los muelles del puerto.

Caminamos sin decirnos mucho hasta la estación St. Charles y abordamos el tren que estaba a punto de partir y vi como la rubia le preguntaba a un guarda acerca de las precisas combinaciones que teníamos que hacer para llegar a ningún lugar.

En pleno viaje nos levantamos de nuestros asientos y empezamos a caminar dentro del tren, atravesando vagones, mientras compartíamos los auriculares de mi mp3 en el que seguían sonando The Doors.

Llegamos casi hasta el final de la máquina y advertimos que ya no estábamos en nuestro tren, si no, en un subte que volaba debajo de las entrañas de Notting Hill.

Cuando nos asomamos a la superficie nos encontramos con el carnaval de la ciudad, que es una de las fiestas más famosas del Reino Unido, y fue un flash mezclarnos entre la gente y quedar casi ciegos de la cantidad de colores que nos golpeaban en los ojos.

Entramos en sintonía y nos fuimos a puro baile con la comparsa hasta los límites de la ciudad y yo seguía buscando desesperadamente encontrarme con Julia Roberts o Hugh Grant.

Ya, un poco cansados, entramos en una estación de servicios a comprar cigarrillos y un par de cervezas y me quedé sorprendido por la amabilidad con la que atendía un mexicano que parecía sacado de las películas de Robert Rodríguez.

Salimos afuera del drugstore y el paisaje, ahora, nos mostraba una inhóspita y calurosa Ciudad Juaréz, casi en el límite imaginario que tiene el Primer Mundo del tercero.

A lo lejos se escuchaba por los parlantes de un Polara, en vías de extinción, una selección de narcocorridos.

A unos metros míos la rubia se estaba parlando a un machote mexicano que era todo tatuaje y transpiración y al cabo de unos minutos nos alejábamos por la ruta 45 a bordo de una Harley Davidson que parecía que tenía más viajes que Julio Verne y delante de nuestros ojos se fueron extinguiendo Chiguagua, Ciudad de Las Delicias y todo un atardecer.

Tomamos la ruta 49, pasamos como si nos persiguiera el mismísimo Diablo por Durango y, en un abrir y cerrar de ojos, la rubia estaba estacionando la moto en la esquina de Martínez de Rosas y Avellaneda.

Me saludó con un furtivo beso en los labios, no dijo absolutamente nada y la vi perderse entre los autos yendo hacia el este, camino quién sabe dónde.

Mi mente entró de vuelta a mi casa, subió la escalera, atravesó la terraza y se encontró de nuevo con Matu que ahora me contaba con lujos de detalles como había sido el alumbramiento de una nueva frutilla que se veía roja como el cielo de la tarde.

Justo alcancé a escuchar los últimos compases de Moonlight Drive.

Me senté en la computadora para escribir esta historia y me quedó flotando en la cabeza un solo pensamiento.

Es increíble la guita que uno se ahorra teniendo una buena mano para plantar lo que sea y que crezca rozagante y ni les digo si gozás de un poco de imaginación.