28 DE DICIEMBRE

PALABRAS:
28 DE DICIEMBRE - Cristian Lagiglia

MÙSICA:

TODO OJOSDEPEZ

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28 DE DICIEMBRE

La canción, hermosa por cierto, que cantaba Vox Dei a mediados de los setenta que se llama Presente decía...”todo concluye al fin, nada puede escapar, todo tiene un final, todo termina”..., palabras más, palabras menos.

A mí, que soy un tipo más de finales que de principios, esta frase me explota en la cara y hoy me deja un gusto a pólvora asqueroso en la boca.

Se termina el amor que creíamos para toda la vida, se termina el vaso de vino y no hay un mango para reponerlo, se termina el Apertura (gracias a Dios) y ni River ni el Tomba ganan nunca, se terminan los años hasta que no hayan más años en los que podamos pensar, se terminan las relaciones con las personas que jurábamos que nunca se iban a terminar.

Hoy se termina el viaje de OJOSDEPEZ.

Se termina porque (aquí hago mi descargo, el otro responsable lo hará a su manera) hay diferencias irreconciliables entre las partes que la componen.

Ya lo dice un viejo axioma: las parejas tendrían que ser de uno solo.

Se termina porque esas diferencias se fueron haciendo palpables a lo largo de este tiempo en el que fuimos nadando a tanta distancia uno del otro, porque desde ahora y quizás para siempre (para siempre me parece mucho tiempo, no hay nada para siempre...Bunbury dixit), son más las cosas que nos separan que las que nos unen.

Pónganles el nombre que quieran, celos, egoísmo, egocentrismo, pajerismo, desidia, lo que ustedes quieran.

Los motivos reales se irán, por lo menos conmigo, a la tumba.

Me quedo pensando en el salmón que nada contra la corriente y en ese esfuerzo logra remontar toda la extensión del río.

Me quedo pensando que quizás no tengo la suficiente fuerza para remontar el río y la otra parte, la otra aleta, puede valerse por si misma, por sus propios medios, a través de sus canciones.

La verdad, este blog me dio innumerables satisfacciones (menos económicas, todas), me dio ganas de sentarme a cualquier hora a cranear una historia porque los adivinaba del otro lado del monitor esperando con ansias con que verdura iba a salir el próximo lunes (si no es así, me lo hicieron creer de manera perfecta), me los imaginaba a cada uno de ustedes esperando con que tema Berni nos iba a agasajar y hacer de esta vida dura un valle de sonrisas o por lo menos algo que tararear mientras sus días transcurrían como pasan todos los días.

Me dio placer leer cada uno de los mensajes que mandaban a mi celular, al mail o los exiguos comentarios que colgaban debajo de las historias y las canciones.

Hoy ya no quiero más.

Me vuelvo al placard (que siempre es de otro) y del cual no tendría que haber salido.

Yo, que soy el que narro las historias, ya no encuentro placer alguno en hacerlo, cada vez se me hacen más pesadas, cada vez me duelen más y ya no me arrancan ni siquiera una sonrisa de satisfacción al verlas concluidas y mucho menos posteadas en el blog.

A eso me refería con el egoísmo.

Hoy siento, les diría, hasta un egoísmo químico, si se me permite, al que le tengo que dar curso, al que le tengo que dar bola.

Siento que me expuse innecesariamente hasta la fibra más íntima y he quedado con el culo al aire en más de una ocasión.

Se termina el viaje y se termina la relación entre las aletas porque una de ellas no entiende, no quiere entender, las razones por la cual la otra ya no quiere nadar más.

Duele todo lo que se termina y, a su vez, le deja espacio para que otras cosas se materialicen, para que otras cosas vengan.

A eso me voy a dedicar, a esperar con que me va a sorprender la vida.

Duela lo que duela, caiga quien caiga.

Fue un placer haberlos conocido y desde acá, desde el placard, les mando todo mi amor.

Hasta la próxima.

¡Feliz día de los Inocentes...que la inocencia les valga! jajajajajjajaja...

¡Feliz Año Nuevo!


HernánBerniElGordo & CristiánElNegroElPelado.-

(hasta la semana que viene que ya es el año que viene)


TODA LA MÚSICA DE OJOSDEPEZ

Hola gente... acá va toda la música que acompañó este Blog desde el principio...

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Ojalá lo disfruten tanto como nosotros...

OJOSDEPEZ

UN CIEGO GUIANDO A LOS CIEGOS

...el camino era largo y la sed insaciable,
gradualmente, me fui quedan
do atrás...
un ci
ego guiando a los ciegos...


LUCA PRODAN, Estallando desde el océano


PALABRAS:
UN CIEGO GUIANDO A LOS CIEGOS- Cristian Lagiglia

MÙSICA:

MAÑANA EN EL ABASTO
(Sumo)
Hernán Pesce - 2009




UN CIEGO GUIANDO A LOS CIEGOS

Navidad en el cielo, un día de calor de cagarse.

Diciembre de 1987 (no tan distintos).

Cinco mil materias esperando en Marzo y el viejo nos puso a picar el garage para construir un jardín primitivo, que con el paso del tiempo y a su debido tiempo, se convertiría en un lugar de sombras.

Chica pasa con temor, las mejores tetas del barrio, las únicas, también.

Para ella nosotros éramos los loquitos, los desfasados.

Mariana deja la bolsa de las compras en el piso y nos dice:

-Se murió el Pelado ése que les gusta a ustedes.

Mi hermano apoyó la pala contra una pared y en su mirada había tanta insurrección que me la contagió como un virus.

Dejamos los elementos de castigo y nos marchamos a la puta calle.

Se acabó el trabajo forzoso, el viejo no creo que lo haya entendido.

También, esa mañana, se nos acabó la inocencia para siempre.

Se murió Luca Prodan.

A buscar al Ale, que ya seguramente había vuelto del reparto de leche y de ahí a lo de Grillo, al lado del loquero y al abordaje del 120, sin saber adónde ir ni que decir.

Creo que nunca más fuimos los mismos.

Todo quedó cubierto de una tristeza tan infinita que casi la podíamos tocar.

La esquina de casa nos enseñó todo, o casi todo.

Ahí hablamos de cosas que nunca más abordaríamos, ahí fumamos por primera vez, ahí escuchamos Sumo con tanta fruición que se nos hizo piel.

El Pelado pasó por nuestras vidas como un vendaval del cuál no nos pudimos, no nos quisimos reponer.

Nunca lo vimos en vivo, menos mal.

Nos quedó la sensación de que fue alguien a quién inventamos nosotros cuatro, para seguir tirando, para hacerle fuck you a nuestra burguesa comodidad, para poder soplar como sopla el viento.

Fue el hermano mayor que no tuvimos, que llegaba a la casa con discos de Lou Reed, Bob Marley o The Cure para cagarnos la cabeza y para que salgamos a darle pelea a los fantasmas que trae el invierno.

Fue ese signo de resistencia la noche antes de ir a la escuela donde San Martín siempre te espera, fue noches eternas bajo el influjo dulzón del reggae, fue hacerle entender a unos simples pibes de barrio de que el mundo cabía en un TDK de 60 minutos.

Fue la bandera flameando de la identidad, cante en el idioma que cante.

Fue ese muerto que no para de nacer.

Fue tan grande su influencia que hoy, los que pasamos los treinta, vemos en Mollo a su fantasma omnipresente resbalando por sus seis cuerdas queriéndole agarrar otra vez su pierna, en Germán el alma latiendo de su luz, en Arnedo su silencio imperturbable de Buda, en Superman Troglio su arrasador paso, como el tren que una vez tomé desde Santos Lugares hasta Hurlinghan para seguir sus huellas, en el Bocha Sokol (que estés sonriendo) la locura del que escupe la verdad sin filtro y en Pettinato, el pedriguee ácido del tipo que escuchó al mundo y hoy nos lo traduce.

Veintidós años después salgo a la terracita y en el equipo de sonido suena a todo lo que da After Chabón.

Me imagino al Ale bailando No tan distintos en una playa de las Islas Canarias, a Grillo haciendo la introducción de Crua Chan con los pies (nunca pudo tocar la batería) en Comodoro Rivadavia, y al Pata ir a darle clases de inglés a algunos santos en remera mientras tararea Mañana en el Abasto.

Y yo vuelvo a tener dieciséis años, otra vez, en el alma, cuando cruzo su cara por el centro, en alguna remera.

Nada nos unió más. Nunca más.

SALVA

PALABRAS:
SALVA - Cristian Lagiglia

MÙSICA:

SLOOP JOHN B. (I Wanna go home)
(Beach Boys)
Hernán Pesce - Versión acústica2009



SALVA

Estamos a un toque de que se nos hagan las 12 de Noche Buena y de encontrar, a través del choque de dos copas, los ojos de las personas que todo el año pululan a nuestro alrededor y que por solo este instante, y quizás solo por esta vez en el año, nos animemos a mirar fijo aunque sea tres fuckin’ segundos.

A este momento, ineludiblemente, creo, vamos a llegar todos.

Pero sin duda llegaremos por distintos caminos, esos senderos que el Papá del que va nacer, eternamente, dentro de unas horas, se empeñó en tejer con envidiable paciencia.

Y nos encontramos con un tipo que no paró un segundo de laburar en todo el año porque el objetivo era ser el más capo de la sucursal, y al final lo logró, a costa de ni siquiera haber visto la carátula con el dibujito de algo parecido a Messi del cuaderno de matemáticas del hijo, pero con la guita justa para poder comprar la Play II para ponerla, henchido de orgullo, en el arbolito.

También está ella, que empezó el gimnasio por décima vez en el año con la ilusión de ponerse el vestido blanco que compró en el shopping y no parecerse a una heladera Whirpool tres fríos y le alcanza simplemente con que su concuñada, después de morderse tres veces la lengua, le diga...”que flaca que estás”...

Y está el viejo esperando en la silla de siempre, con la puerta abierta de par en par, viendo entrar a las mismas personas que vinieron el año pasado, un poco más locos, un poco más cansados y mirando como corren para preparar la ensalada rusa, trozar el pollo y poner la mesa, que hoy tiene un lugar vacío porque el nieto más chico se hizo el loco y se fue a festejar la Navidad al Machu Pichu con la novia y cerrará los ojos, prenderá un cigarrillo a escondidas y lo extrañará con locura, y lo envidiará, sanamente y en silencio, por el viaje, por la aventura y sobre todo, por la edad.

Entre la muchedumbre aparece el nene, que ya tiene cinco años, y relojea el arbolito cada dos minutos, para ver si puede enganchar a Papá Noel en el momento justo poniendo los regalos, aunque algo sospecha desde el día que se le cayó un diente y su mamá salió sigilosa de su cuarto y a los pocos instantes metió la mano debajo de la almohada y encontró cinco pesos para ir a gastar al kiosco de la esquina.

Después de la cena sale, en la vereda de enfrente, el vecino de siempre, que cobró el aguinaldo por adelantado y se lo reventó en pirotecnia por tres simples razones: atormentarnos los oídos toda la noche, parecer copado para sus hijos por primera vez en el año y fundamentalmente, porque cuando era pibe su viejo le compró estrellitas hasta los catorce años, por el peligro, ¿vió?

En un rincón está el bendito arbolito, que junto con el perro son los más sufridos de la fiesta, uno por los estruendos y el otro porque en una noche tiene que demostrar, en un solo acto, todo lo que ensayó guardado en una caja en el fondo de la casa durante todo el año.

Y lo vemos cada vez menos verde y la maldita estrella de la punta que jamás queda derecha y, con los años que tiene encima, las bolitas cada vez le pesan más.

Y llega a la casita de los viejos el tipo que este año perdió todo.

Perdió guita en laburos de mierda, un sucucho en la calle Beltrán que era todo su mundo y que tenía un ventanal que apuntaba hacia la libertad, el Apertura porque es gallina a muerte y el Tomba no ganó ni en los entrenamientos, el apetito, los sueños, a Teresita, su plantita fiel de mucho tiempo, porque pasó a mejor vida y el amor que tanto tiempo le llevó encontrar (esto, dicen, todavía está por verse).

Lo único que no perdió fue el espejo del baño y una mañana, después de quinientas noches, se miró en él y se acomodó la corbata lo mejor que pudo y se arregló el traje que más casamientos encima tenía y salió a la calle a torcer las agujas del destino.

Y el destino era convencerse a si mismo de que todavía le queda hilo en el carretel y como le quedaba un ancho en la manga, decidió jugarlo, pleno, en el paño verde de la esperanza.

Y ganó, de repente, dos estrellas (ésas que a veces regala la vida) que le dieron asilo y amor y comiditas que alimentan el alma, y ganó un libro rojo que de a poco le devolvió la fe, y se ganó, aunque hace mucho que es padre, el derecho y la emoción de seguir sintiéndose hijo y se ganó la catarsis rabiosa de su hermano que le volvieron a hacer poner los patitos en fila y se ganó una aleta entrañable al otro lado del océano que supo ponerle música a cada una de sus palabras escritas, más con huevo y corazón que con estilo.

Y se ganó sentir, a su lado, la respiración dormida de su hijo y darse cuenta para qué sorcho se vino a la vida.

Y por sobre todas la cosas, se ganó a si mismo, a su tristeza, a su soledad, a su hambre, a la insana costumbre de perder y así se ganó, nada más y nada menos, que un día más.

Ya vemos, cada uno llega a esta noche como puede y llenará su copa de deseos por cumplir, de felicidad por pelear, de amor por gozar y de batallas por ganar.

Yo, en un rincón y después de los petardos, brindaré por saberlos a cada uno de ustedes ahí, frente a un monitor y agradeceré por habernos hecho un lugarcito en su corazón, y brindaré por los comentarios y por cada uno de los mensajes que nos hicieron llegar cada vez que se dejaron llevar por el viaje de OJOSDEPEZ.

GRACIAS Y ¡FELIZ NAVIDAD!


SALVA

Salva una lágrima si querés,
salva ver todo al revés.
Salva presentir y extrañar,
salva también la soledad.

Salva perder para siempre la fe,
salva volver a creer.
Salva mirar lo que amás,
salvan la mentira y la verdad.

Salva entender que vos podés,
salva ganar y también perder.
Salva la luna y salva el sol,
salva aprender quien sos vos.

Salva quien te viene a buscar,
salva un espejo atravesar.
Salva verte crecer,
salva sentir que hoy puede llover.

Salva un beso y un temblor,
salva este vaso que se volcó.
Salva sanar y también sangrar,
salva nunca parar de imaginar.

Salva tocar fondo de una vez,
salva saber que la suerte puede volver.
Salva abrir el corazón de par en par,
salva saber cuando callar.

Salva salir a encontrarte,
salva quedarse a esperarte.
Salva reírse de todo y también llorar,
salva irse y regresar.

Salva soñar estando despierto,
salva dormirse entre mil sueños.
Salva que nada te sobre,
salva que todavía todo te asombre.

Salva un buen vino caliente,
salva sentir que lo que tocás te siente.
Salva girar en el mismo lugar,
salva viajar y nunca llegar.

Salva dejar pasar las cosas,
salva estar abierto a la llegada de otras.
Salva el nudo en la garganta,
salva quien escribe y salva quien canta.

Salva un abrazo justo a tiempo,
salva respirar y exhalar muy lento.
Salva el mirar a los ojos,
salva sacudirse, de una vez, los escombros.

Salva besar con palabras,
salvan este caos y esa calma.
Salva un cuento bien contado,
salva dar lo que te han dado.

Salva charlar hasta que salga el sol.
Nos salvamos entre todos,
te salvo yo y me salvás vos.

a ustedes... los que leen y escuchan.-

MAL BICHO

PALABRAS:
MAL BICHO - Cristian Lagiglia

MÙSICA:

LEFT TO BLEED
(Hernán Pesce)
Versión acústica - preproducción



MAL BICHO

Su casa no era un hotel, aunque corría ese rumor.

Casa antigua de Las Heras, puertas abiertas de par en par como el corazón del tipo, fondo con durazneros, malvones rancios y botellas de conservas, cañas de pescar y gallinero casi olvidado en esa geografía.

Se hacía el distraído de su alto colesterol, de la diabetes y tomaba su vinito en pingüino y fumaba como un escuerzo.

Siempre o casi siempre tenía algo por qué protestar.

Hincha del Rojo de Avellaneda y fanático enfermizo y socio fundador de Huracán Las Heras, después, por culpa de sus nietos, seguía a Murialdo por donde fuera.

A veces su hijo lo encerraba en el Fiat 1600 para que dejara de putear desde la tribuna si alguien osaba pegarle una patada a uno de sus nietos o si el técnico no los ponía a los pendejos, pero más que nada era para despuntar el vicio de protestar.

Bigotito finito, tipo años ’50, cardigan bordeaux que pedía a gritos renovación y cambio y un extraño parecido al Polaco Goyeneche.

Un día le pregunté por la fidelidad y me contestó que si uno tiene en la casa un bife de lomo en la mesa de todos los días, no anda comiendo panchos en cada esquina, aunque mil veces decía que salía comprar el pan y aparecía a los tres días.

Experto cocinero de todo lo que pateara el hígado y muy amigo de sus amigos y su placer era convidarlos con truco y rummy (así me enseñó a hacer trampa), y por supuesto alguna comilona que les llenara el alma.

Un sábado al mediodía, El Yayo Federico, estaba haciendo una gigantesca paella para todos los vagos de sus amigos y familiares cercanos, que cada vez que había comida gratis no se hacían rogar para aparecer.

Mientras la cargaba de todos los seres del mundo marino habidos y por haber y la sazonaba con especias que le darían el toque que sólo él podía darle, preparaba en el horno de barro, una docenita y media de empanadas diminutas, como le gustaban a él y a su nieto.

Adentro de la casa se escuchaban los gritos desaforados y ebrios de un ¡vale cuatro, carajo!

En el patio, debajo de la parra que ofrecía exquisitas uvas moscatel, ante la ajetreada tarea de estar corriendo a dos manos entre la paella y las empanadas, su nieto, que estaba a su lado, le preguntó:

-Yayo, con tanta paella, ¿para qué estás haciendo empanadas que nadie se va a comer?

-Porque la paella son para éstos zánganos y las empanadas, para nosotros dos.

-¿Y por qué nosotros no vamos a comer paella?

Y sin terciar media palabra, y cubierto por una sonora carcajada ante el asombro de su nieto, El Yayo se bajó el cierre del pantalón y empezó a mear plácidamente sobre la paella al grito de:

-¡Preparen la mesa que los bichos ya están listos!

Si...mi abuelo siempre fue un gran hijo de puta. El más lindo que conocí.


a
la memoria de Ramón Federico Lagiglia, El Yayo.
(basta de llamarme así, ya voy a ir,
voy a subir cuando me toque a mí)

FUEGO GRIS

PALABRAS:
FUEGO GRIS - Cristian Lagiglia

MÙSICA:

TRUE TO BLOOD
(Hernán Pesce)
Versión acústica - preproducción

FUEGO GRIS

Iba volviendo a su casa rural después de dar clases de inglés en una escuela remota y casi perdida en pleno desierto de Lavalle.

Cuando la chata que lo había acercado hasta la huella, desde donde tenía que caminar dos kilómetros hasta su hogar, se perdió entre el polvo del camino, Rufino se estiró con la mano su saco beige, más viejo que el tiempo y sintió una puntada muy profunda en la boca del estómago.

Presentimientos, pensó.

Caminó por la huella casi sin levantar la vista del piso y el aire le trajo un olor a humo bastante asqueroso.

Levantó la vista y a lo lejos vio el fuego, frente a él.

Venía desde su casa.

Corrió como si lo estuviera persiguiendo el Diablo y él sentía que no había avanzado un solo paso.

Cuando llegó a la entrada de lo que había sido su casa, la vio consumida por las llamas, devastada, como un barco viejo que ha decidido hundirse para no nadar más.

Cerró los ojos por el humo y por el dolor, e imaginó a su esposa y su hijita de seis años, adentro, sin haber tenido la posibilidad de darle pelea al fuego.

Su corazón dejó de latir para siempre.

Pegó media vuelta y, a su vida, no volvió nunca más.

Esta historia me la contó una siesta de verano mientras nos íbamos haciendo amigos, bendecidos y maldecidos a la vez por un porrón de Genever Bols, bajo el puente que divide a la República de Dorrego del Principado de Godoy Cruz y que desde hace un largo tiempo es el reino donde acumula sus tesoros de ciruja.

Un tipo sabio, que le robó los secretos del universo a las miles de lunas que lo acunaron cuando los recuerdos se hacían lacerantes y el sueño no pintaba ni a placé.

Un tipo que me enseñó muchísimas cosas de la vida porque desde esa tarde en que un fuego gris le dejó el cuerpo a la intemperie del alma ha andado dándose besos con La Muerte y jurándole amor eterno para que se lo lleve de una buena vez.

Y ya sabemos, quién besa a la Muerte en la boca...corre con ventaja.

Ahora lo acompaña un perro de ojos verdes, casi tan flaco como él y como yo, que cuando me los encuentro por la calle, el perro siempre va unos pasos atrás, siguiendo a su Quijote.

Van juntos, vagando por los barrios cercanos, sin alejarse mucho de su guarida, pidiendo por las casas algo para tirarle al estómago y si hay algo para tomar, mucho mejor.

Un día me llevó hasta una acequia y me hizo mirar el agua que por ella corría, pero ésa, ésa ya es otra historia.

Su saco sigue siendo el mismo de esa fatídica tarde donde su reloj biológico dejó de funcionar para siempre.

Rufino también sigue siendo el mismo de esa tarde.

El tipo de los presentimientos como dagas.


a Rufino y su perro de ojos verdes.-

BIENVENIDO

PALABRAS:
BIENVENIDO- Cristian Lagiglia

MÙSICA:

LIGHTNING CRASHES
(LIVE) - Versión acústica 2009 (Hernán Pesce)



BIENVENIDO

Hay veces que la vida nos besa en la boca y es ése el beso que no podemos parar de recordar.

Hay veces que el dado cae en siete y nunca nos preguntamos por qué.

Será porque a la suerte no se le pregunta, a la suerte se le agradece, nomás.

Hay veces que vamos caminando sin rumbo y, en un cielo azul de dolor, se cae una estrella para indicarnos cuál es el camino que debemos seguir.

Hay veces que nadamos en un mar de oscuridad y viene una luz desde el más allá a alumbrarnos y a contarnos de que ya no estamos tan solos como creíamos.

Se empiezan a erguir desde el suelo los pedazos rotos del espejo de la vida y se van acomodando en el puzzle desigual de nuestro destino para devolvernos la mirada, para que volvamos a mirarnos como era en un principio, los unos a los otros, con el gozo de quién se encuentra por primera vez.

Volvemos a buscar, en nuestro adentro, esas señales que nos dictó el corazón cuando todavía no podíamos correr y sin embargo, íbamos a toda máquina, dándole rienda suelta a nuestros sueños y bien gastando alegrías y sonrisas por doquier.

Hay signos que a uno le devuelven la fe, lo hacen querer ser más bueno, lo hacen querer ir a abrazarse con el primero que se le cruce para contarle, para transmitirle semejante felicidad.

Hay pulsos que a uno le aceleran el motor y lo llevan a cruzar las rutas del destino que se van deshilachando delante de los ojos, en busca de un nuevo y placentero amanecer.

Hoy, a toda la humanidad, que ya estaba con los números en rojo, por mezquindad, por desidia, por egoísmo, Dios, nos renovó el crédito.

Hoy las rosas perfuman la penumbra, llueven buenos augurios desde el cielo y el mar calma nuestra sed con su tenue sal.

Hijo del Chacal y La Maga. Hijo de Fernanda y de Matías.

Hijo de las dos caras de la luna y de miles de girasoles que persiguen a la eterna luz.

El que trae las respuestas, el que viene a enseñar, el que viene a alumbrarnos y a devolvernos la risa, el que viene a contarnos un secreto que ya sabíamos pero que por hacernos adultos casi habíamos empezado a olvidar.

Nació El Restaurador de las Leyes del Amor en la Tierra.

Desde su vientre de terciopelo y jazmín nos contaron que Fermín se fue a la vida siendo la vida misma...ojala estemos a su altura y se quiera quedar.

Hoy nació Fermín.

Bienvenido...te estábamos esperando.


a quienes también son mi familia.-

EL PAÍS DEL NUNCA JAMÁS

PALABRAS:
EL PAÍS DEL NUNCA JAMÁS - Cristian Lagiglia

MÙSICA:

KEEP ON ROCKING IN A FREE WORLD
(NEIL YOUNG) - Versión acústica 2009 (Hernán Pesce)

EL PAÍS DEL NUNCA JAMÁS


La respiración le salía entrecortada, ni eso le salía bien.

El foco del almacén le daba justo en los ojos como las lámparas de los interrogatorios en épocas de Elliot Ness.

Entrecerró los ojos y a la mente se le vinieron una avalancha de imágenes, de frases, de ojos escrutadores, de juicios orales de personas que, quizás, tienen una visión parcial de los hechos, pero lo mismo opinan.

Un puño le oprimía la boca del estómago, era de hambre y de angustia y también, de decisión.

Tenía los pies clavados en el suelo de un país muy generoso, el país de la avenida más ancha del mundo, el del dulce de leche, el país de los cuatro climas, el país donde nació el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos y donde se inventó el by-pass.

El país de la argentinidad al palo.

También es el país de millones de desclasados, de tipos que no tienen laburo y fluctúan entre las sombras siniestras del sistema como espectros que ya han perdido el alma empujando un carrito cartonero.

La Argentina donde sobran sesenta millones de pesos para que los que tienen televisor puedan ver fútbol gratis, pero donde no hay un cobre para los chicos que se mueren de hambre en la Puna jujeña ni para los pibes que se meten paco hasta por los ojos a la hora de la merienda.

El país de donde salieron miles de personas a encontrar, a veces más rápido, a veces más lento, un futuro ventajoso que los esperaba con las gambas abiertas, apenas el avión que los amontonaba en su interior, levantó su nariz saliendo de Ezeiza, yéndose a otro país.

Es el bendito país donde desde chiquito aprendés a fumar bajo el agua, porque el agua nos tapa incesablemente, donde inventar es materia de escuela primaria porque se aprende a inventar como llegar a fin de mes, a inventar como cagar al prójimo, a inventar alguna excusa conveniente para engañar al hambre del alma, al frío de la conciencia y a la indiferencia del corazón.

Un país que escupe Marcelos en cada esquina.

Y Marcelo miró ese suelo un instante y recordó los pañales para la beba y la leche y los remedios que tan caros están en la farmacia y con los cuales le daba ardua batalla a su porfiado asma.

Y también recordó un pedazo de pan para la panza de La Negra, que lo esperaba todas las noches en el interior de la villa, rogando, ya no que volviera con la noticia de que había pegado un laburo, más bien, con la desesperación de que volviera con vida.

Marcelo se persignó para el culo, ya ni se acordaba de eso que le había dicho su viejita, que en paz descansa, de que Dios es argentino y siempre estaba velando por la vida de sus hijos.

Marcelo hizo entrar en sus pulmones aire helado y dio el paso del cual ya no iba a haber marcha atrás, y entró al almacén.

-¡Arriba las manos, dame la guita, carajo!

Marcelo empezó a vivir en el país donde si no te dan una oportunidad, tenés que salir a la calle, de noche y con frío, a buscarla.

NADA MEMORABLE

PALABRAS:
NADA MEMORABLE - Cristian Lagiglia

MÙSICA:

ROXANNE
(The Police) - Versión acústica 2009 (Hernán Pesce)



NADA MEMORABLE

Llegué a casa destruido.

Liquidado por el trabajo, por lo largo del día y por la vida misma.

A duras penas subí la escalera que me llevaba a mi sucucho y al pasar por la puerta de mis vecinos, me encontré a Flor fumando, afuera, a la luz de las estrellas y de un foco de 60 watts.

Cuando vio mi estado calamitoso me estiró el vaso de Gancia que estaba tomando y me dijo:

FLOR: ¿Día largo, Pela?

YO: Imaginate lo largo que todavía ni termina.

FLOR: Che, la comida la tengo lista en media hora, ¿por qué no te pegás un baño, te venís y comemos los tres?

YO: Estoy tan cansado que no me da ni para bañarme...

FLOR: Dale, sucio, en media hora tengo listo el arroz con pollo que tanto te gusta.

Aprovechá que tenés bañera, llenala, tirale unas sales, te relajás y cuando querés acordar ya está la mesa servida.

YO: Bueno, dale, ¿compraste queso de rallar?

FLOR: ¡Obvio, si no me ocupo yo, con ustedes dos comeríamos solamente galletas de agua!

Ni le contesté, entré en mi casa decidido a hacerle caso y preparé la bañera y mientras se llenaba, me fui al cuarto, me saqué la ropa del laburo y prendí un cigarrillo.

El arroz con pollo ya me había dado otro ánimo, así que encendí la computadora y puse SIGUR RÓS (ideal para relajarse) y me apresté a meterme en el baño de inmersión.

No es que sea sucio, me encanta bañarme, lo que no me gusta es ir a hacerlo.

Toqué la temperatura del agua y me convencí de que no estaba tan caliente.

Me fui metiendo de a poco, como cuando ganás esos centímetros gloriosos entre los hombros que te impiden llegar, con el ticket en mano, hasta el barman.

Por más convencido que estuviera, el agua te quemaba vivo.

Cuando el cuerpo se acostumbró, me senté como pude y puteando bajito por la genial idea de relajarme y desollarme vivo, prendí otro cigarrillo.

Fue un instante de calma inusitado comparado con cómo se había desarrollado el día.

Cuando el agua y las sales hicieron su trabajo, no me quedaron ni ganas de fumar.

Yo le tengo pavor al agua, no es respeto, que es lo que dicen todos y se tiran como toninas a surcar olas.

Yo le tengo un terror inenarrable.

Nunca aprendí a nadar y tampoco voy a aprender porque para eso hay que meter la cabeza bajo el agua y ése es un error que no pienso cometer.

Parece que llegué a tal punto de relajación que creo que me desmayé o me quedé dormido.

Deben haber sido las dos cosas a la vez porque es de la única manera que se explica el hecho de que me haya resbalado y quedado totalmente sumergido bajo el agua de la bañera, como en trance, sin entender que es lo que estaba pasando y a la vez, entendiendo y teniendo conciencia de todo.

En ese trance mental y espiritual, abrí los ojos bajo el agua y ya no estaba en el fondo de mi bañera, si no, en el fondo del océano.

Y me dejé llevar.

De repente sabía nadar y me deslizaba cual bailarina rusa, moviendo las manos y las piernas, como si realmente supiera como se hacía.

Empecé a avanzar con movimientos perfectos entre un conjunto de corales y un grupo de medusas que flotaban a mi costado, como si alguien se las hubiera dejado olvidadas ahí.

Más adelante me encontré con varios peces de distintos colores y especies que al verme nadar, como un Tarzán en ácido, salieron disparados en distintas direcciones.

La belleza que hallé a mi paso era indescriptible, ni el arco iris que vi una vez en San Martín tenía lugar para albergar tantos colores como los que encontré mientras avanzaba a brazada limpia.

Yendo más profundo, me topé con el casco de un viejo galeón hundido y sin dudarlo, me mandé por lo que alguna vez había sido la proa y esquivé con soltura un viejo y marchito timón y algunos de los mástiles que alguna vez habían sostenido altas velas, directo a la cabina del Capitán.

Allí, una vez adentro, vi flotando, sin poder despedirse, varios elementos de navegación, viejos papeles que parecían ser rutas de navegación adosados a la madera del habitáculo y un monóculo que estaba agarrado entre dos antiquísimos libros, como pidiendo rescate.

Los tomé con una de mis manos y seguí nadando hacia el exterior del barco.

Subí excitado por el hallazgo de las cosas que llevaba en mi mano hasta que esa alegría se me borró de un plumazo cuando me encontré, de frente, con un tiburón blanco.

El tipo me miraba como te miran los patovicas cuando querés entrar al boliche más cheto con unas Converse azules totalmente destrozadas.

De mis manos se cayeron los libros y el monóculo, también se cayó mi mandíbula y lo único que ascendió fueron mis huevos hasta la altura de la garganta, para quedarse a vivir ahí.

Nunca había sentido tanto terror, transpiraba frío, lo cual es normal en estas circunstancias, pero abajo del agua es una boludez monumental y aunque mi mente hacía como que nadaba hacia otro sitio, mi cuerpo se quedó totalmente inmóvil esperando que el bicho que tenía enfrente abriera la boca y me degustara a sus anchas.

El Tiburoncín me miró fijo y cayó en la cuenta de que su naturaleza le mandaba masticarme y él, obediente, a lo único que le daba bola era a su naturaleza.

Abrió sus fauces y créanme, hubiera entrado parado en esa bocaza y cuando apuntó directo a mi cabeza...sentí un grito que me venía a rescatar desde el más allá.

FLOR: ¡Pela, ya está servido y se enfría. ¡Atiná de una vez, querés!

Saqué la cabeza de abajo del agua con la agilidad de quien salta a cabecear un córner en el último minuto y mi corazón parecía la sección de percusión de CHOQUE URBANO.

Afuera seguía sonando, en lánguida paz, SIGUR RÓS, el arroz con pollo y harto queso de rallar me estaban esperando y ahora le tenía que contar a Flor que me había salvado la vida y que, al fin, había aprendido a nadar.

UN ANTES Y UN DESPUÉS

PALABRAS:
UN ANTES Y UN DESPUÉS - Cristian Lagiglia

MÙSICA:

WON'T BACK DOWN
(Tom Petty) - Versión acústica 2009 (Hernán Pesce)



UN ANTES Y UN DESPUÉS

Vaya si es correcta la expresión de que, algunas veces, hay cosas que marcan un “antes y un después”.

Acabo de leer algo que me dejó un nudo en las tripas y ése algo lo escribió una MINA (así, con mayúsculas y negrita) que se fue a vivir a otro país, dejando físicamente este país, pero teniendo la precaución de haberse olvidado un poco de su espíritu pululando en cada esquina de mi ciudad.

Automáticamente me acomodé en la silla del Antes, en la platea semivacía en la que nos sentamos los que nos quedamos, en la incómoda y dolorosa fotografía del que levanta la mano para despedir con la insana sensación de pensar que nos están mirando por esos pequeños agujeritos que se parecen a ventanillas.

Muchas veces, en poco tiempo, me tocó ir hasta la terminal o hasta el aeropuerto a ver como se iba mi vida en un bondi o en un avión, a vivir a otra provincia u otro país.

Digo mi vida porque a las personas que iba a despedir se estaban llevando un trozo para nada pequeño de lo que me hace latir.

Y así quedé...respirando artificialmente y boqueando como un pez al que se olvidaron fuera del agua.

Seguí viviendo, más vale (en algunas cosas siempre he sido muy testarudo), pero cada vez que levantaba la mano y me aguantaba las lágrimas sabía que me estaba muriendo de a poco.

Nunca hasta hoy, hasta que leí lo que leí, me había puesto a pensar en lo que sentía el que se estaba yendo, el que me estaba dejando.

Dicen que uno no puede sentir por otro, que puede comprender, puede ponerse en situación, puede acompañar en el sentimiento, pero ni de casualidad puede sentir lo que está padeciendo o disfrutando la otra persona.

Claro, llegué a destilar rencor porque nadie entendía mi tristeza, nadie podía sentir la soledad que me dejaron tatuada en el alma cuando me los imaginaba acodados en otros bares, caminando otras calles, disfrutando otras lunas.

Nunca pensé, hasta hoy, que las despedidas son esos dolores dulces como los llama el Indio Solari y llegué a sentir que el que se quedó empantanado en los recuerdos era solamente yo.

Fui egoísta, fui artero en los pensamientos, hice agua por los cuatro costados y no me tembló la voz para mandarlos a la mierda, en un silencio desesperado, por haberme dejado mendigándole abrazos a la nada, por haberme acercado a la orilla de la locura de hablarles cuando yo sabía perfectamente que no estaban ahí para escucharme.

Nunca me imaginé que cuando se fueron a desandar sus vidas lejos de la mía, en ningún momento se habían olvidado del mate y la charla, del dulce de leche y el asado, de la esquina de La Olga y de este paria que tanto los necesita.

Si Poli, la sangre tira, y es esa sangre la que hizo que los siga viendo en cada rincón de mi ciudad, en cada hoja que se cae en otoño como se caen los días del almanaque, en cada abrazo que se prestan dos extraños, para mi, frente a mis narices.

Se me fueron el Ale, Martu y Facu, se piraron El Negro Marcelo y La Flaca Ale, se me perdieron de vista Grillo y El Mayi, nunca más vi al Cabezón y al Turco, ya no están parados en una esquina de Dorrego ni El Pajungo ni El Sapo Martín; se me escondieron Paola, Berni y La Negra detrás de cada cara que cruzo en la peatonal.

Cada baldosa de esta puta ciudad los extraña y a su vez, cuando yo paso por ellas, algo me cuentan de ellos.

Y ahora que estoy parado en el Después y dejé que una MUJER (así, con mayúsculas y negrita) me hiciera ver el vaso medio lleno, entiendo, en tinta y sangre, que ninguno de ellos dejó el barrio...porque el barrio de ellos tiene el código postal de mi corazón.

Más les vale de que estén sonriendo. Es lo menos que me merezco.

a Poli Impellizzieri (mi triciclo y yo... te esperamos).-


EL VIAJE A NINGUNA PARTE

PALABRAS:
EL VIAJE A NINGUNA PARTE - Cristian Lagiglia

MÙSICA:

ACROSS THE UNIVERSE
(The Beatles) - Versión acústica 2009 (Hernán Pesce)


EL VIAJE A NINGUNA PARTE

Matu estaba regando sus plantitas, me pidió que pusiera un poco de The Doors y empezó a contarme los planes que tenía para implementar una pequeña granja a solo un metro y medio de la puerta de mi habitación.

Cuando entró en detalles como almácigos, cañas, hidrocultivos y demás misceláneas (de las cuáles no entiendo un sorcho) empecé a notar que mis ojos veían perfectamente como él movía la boca pero mi mente decidió irse en ese preciso momento de viaje.

Empezó a sonar en el equipo Moonlight Drive.

Mi mente salió de mi casa, cruzó la placita y fue directo hasta el kiosco de Gabi por un paquete de Lucky Strike y en breves instantes ya estaba caminando entre los edificios y la gente que salía de laburar en el microcentro de mi Buenos Aires querido.

Bajé por Corrientes rumbo al Paseo La Plaza, antes me paré en una librería y busqué como un desesperado El Señor de los Venenos de Enrique Symns.

Al hallarlo en un estante de ofertas miré hacia los cuatro costados y como nadie se había fijado en mi presencia opté por guardarlo, sin cargo de conciencia, entre mis ropas.

Siempre pensé que no hay placer mayor que leer un libro robado y esperar a que también algún día te lo roben.

Llegué al Paseo y eludiendo una infinidad de promotores de espectáculos que te llenan las manos con papelitos que promocionan obras de teatro me dirigí hacia el cantero que está en el medio del complejo y que contiene un ciprés de más de cien años.

Ya sentado y prendiendo un cigarrillo, me puse a ojear las primeras páginas del libro y en ese instante se me acercó una chica que me preguntó si no tenía ganas de viajar con ella.

Tiré el cigarrillo y me fui de viaje con la rubia.

Al cabo de unos segundos estábamos en Casablanca, Marruecos, paseando bajo un sol inclemente por la plaza Muhammad V.

Nos sentamos en el borde de una fuente y nos pusimos a conversar en perfecto español con un lugareño que nos ofrecía ser nuestro guía turístico a cambio de un puñado de dólares.

La rubia me miró y nos levantamos saludando a nuestro simpático interlocutor que se las estaba arreglando como podía para que el loro, que tenía en una jaula sin barrotes, dejara de decir barbaridades.

Cruzamos la calle, atravesamos el denso tráfico y al llegar a la otra vereda ya estábamos en Palermo, Sicilia y le comenté por lo bajo a la rubia que el origen de mi familia provenía de esta isla y en eso se largó a llover a cántaros y nos pusimos a resguardo de una lluvia criminal bajo el alero de una confitería mientras veíamos como hacían malabares los artesanos de Plaza Pretoria para juntar sus petates y salvarlos del agua.

Empezó a salir el sol y llegamos caminando hasta el caserío de Cefalú, enclavado entre la montaña y una vista demoledora de sentidos del Mar Tirreno que se extendía delante de nuestros ojos, mientras la rubia le compraba una bolsa de almendras a una señora que tenía más años que la propia muerte.

Mientras íbamos degustando las almendras entramos por un estrecho callejón del conglomerado del caserío y cuando alcanzamos a ver a unos chicos jugando a la pelota nos dimos cuenta de que ya estábamos en el Golfo de León, en la mismísima Marsella.

Nos quedamos absortos al ver la cantidad impresionante de yates que dormían una lánguida siesta amarrados a los muelles del puerto.

Caminamos sin decirnos mucho hasta la estación St. Charles y abordamos el tren que estaba a punto de partir y vi como la rubia le preguntaba a un guarda acerca de las precisas combinaciones que teníamos que hacer para llegar a ningún lugar.

En pleno viaje nos levantamos de nuestros asientos y empezamos a caminar dentro del tren, atravesando vagones, mientras compartíamos los auriculares de mi mp3 en el que seguían sonando The Doors.

Llegamos casi hasta el final de la máquina y advertimos que ya no estábamos en nuestro tren, si no, en un subte que volaba debajo de las entrañas de Notting Hill.

Cuando nos asomamos a la superficie nos encontramos con el carnaval de la ciudad, que es una de las fiestas más famosas del Reino Unido, y fue un flash mezclarnos entre la gente y quedar casi ciegos de la cantidad de colores que nos golpeaban en los ojos.

Entramos en sintonía y nos fuimos a puro baile con la comparsa hasta los límites de la ciudad y yo seguía buscando desesperadamente encontrarme con Julia Roberts o Hugh Grant.

Ya, un poco cansados, entramos en una estación de servicios a comprar cigarrillos y un par de cervezas y me quedé sorprendido por la amabilidad con la que atendía un mexicano que parecía sacado de las películas de Robert Rodríguez.

Salimos afuera del drugstore y el paisaje, ahora, nos mostraba una inhóspita y calurosa Ciudad Juaréz, casi en el límite imaginario que tiene el Primer Mundo del tercero.

A lo lejos se escuchaba por los parlantes de un Polara, en vías de extinción, una selección de narcocorridos.

A unos metros míos la rubia se estaba parlando a un machote mexicano que era todo tatuaje y transpiración y al cabo de unos minutos nos alejábamos por la ruta 45 a bordo de una Harley Davidson que parecía que tenía más viajes que Julio Verne y delante de nuestros ojos se fueron extinguiendo Chiguagua, Ciudad de Las Delicias y todo un atardecer.

Tomamos la ruta 49, pasamos como si nos persiguiera el mismísimo Diablo por Durango y, en un abrir y cerrar de ojos, la rubia estaba estacionando la moto en la esquina de Martínez de Rosas y Avellaneda.

Me saludó con un furtivo beso en los labios, no dijo absolutamente nada y la vi perderse entre los autos yendo hacia el este, camino quién sabe dónde.

Mi mente entró de vuelta a mi casa, subió la escalera, atravesó la terraza y se encontró de nuevo con Matu que ahora me contaba con lujos de detalles como había sido el alumbramiento de una nueva frutilla que se veía roja como el cielo de la tarde.

Justo alcancé a escuchar los últimos compases de Moonlight Drive.

Me senté en la computadora para escribir esta historia y me quedó flotando en la cabeza un solo pensamiento.

Es increíble la guita que uno se ahorra teniendo una buena mano para plantar lo que sea y que crezca rozagante y ni les digo si gozás de un poco de imaginación.