LA PROPUESTA

PALABRAS:
LA PROPUESTA - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
DISARM (Smashing Pumpkins) - Versión acústica - Hernán Pesce




LA PROPUESTA


“...a mi lado tendrás lo que deseas, no habrá más tristezas ni situaciones que te lleven a ella.

Todo lo que soñás lo podrás obtener porque es solo un deseo tuyo y yo me voy a encargar de que así sea. Y si lo que deseas es que algunas cosas o situaciones se mantengan lo más alejadas de vos posible, así será, solo porque vos lo deseas así.

No habrá más lejanía, nunca más estarás solo, porque te voy a rodear de todas las personas que necesites para que eso no ocurra y como la soledad es un estado en la mente, yo te voy a cuidar para que esos estados mentales no te acechen.

Y tendrás amor, todo el amor del mundo, gente que te quiera, gente que te adule todo el tiempo y gente a la que puedas disfrutar carnalmente, sin necesidad de tener un sentimiento y mucho menos uno de culpa.

Gente que jamás te mienta, porque me encargaré de que solo lo que salga de los labios de esa gente sea la verdad que vos querés escuchar.

Y serás saludable, siempre estarás bien, ninguna enfermedad te aquejará, y podrás abusar de tu cuerpo dándote bacanales que yo mismo te proporcionaré y podrás probar todos los sabores del mundo y todos los elixires y todas las drogas y nada y ninguno de tus excesos te harán mal porque ahí voy a estar yo para cuidarte.

Y viajarás a cualquier parte del mundo y conocerás lugares que ni siquiera ahora te imaginas, y la belleza de esos paisajes serán vistas cotidianas para tus ojos y podrás vivir donde se te ocurra y tomar lo que quieras de esos lugares y tenerlo bajo tu posesión.

Serás el hombre más rico del planeta, todo lo que desees comprar podrás hacerlo y además, estará a la venta. Nada se resistirá a tu pedido, porque tu pedido será una orden.

Y podrás escribir las letras más increíbles y sentidas y tu talento brillará por sobre todos los mortales que lo único que harán es estar embelesados ante tanta genialidad y venderás millones y millones de libros y no habrá nadie en el mundo que no te haya leído y además, no habrá nadie que no haya quedado subyugado ante la lectura de tus escritos.

Y podrás elegir a quién amar porque todos te amarán a vos, entonces será cuestión de que vos elijas y nada más.

Y así, después de vivir lo que te resta de vida con plenitud, con felicidad, con dignidad, con alegría, me entregarás tu alma, tan limpia y tan sana, como cuando se te ocurrió venirte a la vida.

¿Qué te parece?”

Ante semejante oferta, no tendría ningún reparo en asentar la firma en el contrato donde El Diablo había marcado las cruces.

De todas maneras siempre sostuve que el alma y el culo jamás los vendería.

Pensándolo con detenimiento, putos sobran, lo que no hay son buenas propuestas económicas.

¿Pero el alma?, el alma es otra cosa.

En definitiva, le dije que le respondía en estos días...por ahí, quién te dice, el otro Gerente Del Universo, que siempre tiene el celular ocupado, se me acerca con alguna propuesta (seguramente aburrida), y me puedo poner a negociar.

De especulador que soy, nada más y porque me parece que me he convertido en un optimista incurable.

SI NO TERMINAMOS JUNTOS...

PALABRAS:
SI NO TERMINAMOS JUNTOS... - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
PLUSH (Stone Temple Pilots) - Versión acústica - Hernán Pesce


SI NO TERMINAMOS JUNTOS...

Cuenta la leyenda que corría 1987 pero, como toda leyenda, es inexacta en cuanto a las fechas precisas de día y mes.

Era la época en la que en el 4° Barrio de Luz y Fuerza de la República Federal de Dorrego todavía nadie levantaba las medianeras, así que se podría decir que casi vivíamos en comunidad todos los vecinos de la cuadra. Si no había medianeras mucho menos había portón pero lo primero que levantó mi viejo fue la churrasquera y le clavó la parrilla y casi nos sentíamos como en casa en esta nueva casa.

Era un sábado a la mañana común y corriente y se podía escuchar en simultáneo, y a volúmenes horrorosos, la televisión prendida en canal 9, The Cure que venía desde mi habitación atronando con The Blood y la voz de mi vieja que, obviamente, tapaba a todo lo demás.

Yo deambulaba por lo que habíamos decidido que era el living de diario y vi entrar una silueta de persona desde la calle dirigiéndose directo hacia la parrilla y ésa persona, con un sifón de soda en la mano, apagaba un principio de incendio que se estaba desarrollando sobre los pollos que supuestamente mi viejo estaba asando en la parrilla.

Cuando me acerqué a cerciorarme qué carajo estaba haciendo ese desconocido dentro de mi patio y porque había pasado por agua (por soda, en este caso) la comida de la familia, me explicó con una sonrisa (que se te contagiaba como las malos pensamientos) que lo hizo de onda porque se estaban incendiando los pollos y justo había, muy cerquita, un frasco con solvente.

¡Ah!, también me dijo que se llamaba Alejandro y que se había cambiado en la otra cuadra, a cuatro casas de la mía. Ése día se quedó a comer con mi familia la parte de los pollos que no se habían incendiado y ni le interesó volver con las compras que le había encargado su vieja. Desde ese día no se fue más de mi vida.

Tratar de explicar acá que es lo que se esconde en los intersticios del corazón es muy complicado, es casi como cuando se cae una estrella fugaz y les decís a todos que miren al cielo y ya pasó y nadie la alcanzó a ver. Solo vos sabés lo que significa y cerrás la boca y en silencio pedís los tres deseos que en la puta vida se van a cumplir.

Y así anduvimos por la vida, bien cerquita uno del otro porque para caminar hasta la San Martín y tomarnos el 200 hasta Luján a cometer brujerías de bebitos, por ejemplo, íbamos compartiendo los auriculares de un desvencijado walkman Sony choreado (no recuerdo por cuál de los dos) en el que cantaba, un poco mejor que ahora, Andrés Calamaro.

¿Cómo es el chabón? Un perro callejero que siempre vuelve al hogar, no para procurarse el pan de cada día, más bien para devolver, casa por casa, la alegría que le da el vivir todos los días como si fuera el último día. Es un tango de Discépolo, rastrero y elegante, de esos que se silban con las manos en los bolsillos mientras se camina alumbrado por las luces mortecinas de las estrellas. Una mala costumbre arraigada en el alma de la que no hay manera de rehabilitarse. Un silencio ahogado de emociones que son las que te invaden si anduviste a su lado, haciendo equilibrio por las cornisas de la vida. Siempre pensé que él era el Poxiran que disimulaba las grietas y unía los pedazos de los que andamos hechos trizas por ahí y por ende, el tolueno tóxico y narcótico que te hacía descarrilar.

Somos lo que le sobra y lo que le falta al otro. Hablo en plural porque cada espina que se clavó a mi me infectó la vida, porque cada atronadora risa que urdí, a él le inundó el alma.

Y nos cortamos las plantas de los pies con los vidrios molidos de la vida; y le creímos una de cada una de las mentiras que nos contó el destino en la esquina de la casa de La Olga; jamás le esquivamos a ningún fracaso (tendrá que admitir que yo más que él) porque siempre nos fascinó conjugar ese verbo. Y desayunamos más de una vez en la mesa de Dios arrastrando la resaca atroz que supimos conseguir en la cena con el Diablo; y jamás pedimos tablas en el ajedrez del crecer porque preferimos tener más manchas que un tigre a convertirnos en un papel blanco, liso y obsecuente que es en lo que se convierte un especulador de las cosas del corazón. Y compartimos, hasta quemarnos los dedos, la loca tuca de Dios, sabiendo con certeza que la soledad es una puta que no acepta hacer tríos con dos tipos que andan juntos.

Y fuimos DOS ROMEOS sin importar quién era la Julieta que se asomara al balcón.

Un día se fue a la mierda y me dejó en esta calle, que es todo herida, para que me quedara a contarle, tropezándome con las palabras, que nada de esto ha muerto.

Como ahora es su cumpleaños y no tengo para comprarle un regalo y no se me ocurre nada bueno para escribirle, le mando esta pequeña historia que viene a continuación para que se sienta mal y atine de una vez y se vuelva y me saque para siempre de la pausa perfecta en la que me dejó cuando se le ocurrió tomarse el piro de mi lado.

DOS ROMEOS

Se quedó parado, como un ente, apenas pasó la puerta mecánica del aeropuerto.

Ella abría y cerraba sus pulmones, detrás de él, como un bandoneón.

Parecía indeciso.

Después, cuando volvió en sí, despachó su equipaje por la cinta transportadora.

Me dejó abrazado en un hasta pronto infinito.

Quizás, sin saberlo, en sus maletas cargaba para siempre la mitad de mi corazón.

En Barajas le cobrarían exceso de equipaje.



a Ale (mi otra mitad)

ESPERAR ESPERANDO

PALABRAS:
ESPERAR ESPERANDO - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
OFF HE GOES (Pearl Jam) - Versión acústica - Hernán Pesce




ESPERAR ESPERANDO

Su padre era un renombrado escultor, con taller en el fondo de su casa y con escaso tiempo para jugar a la pelota con él o llevarlo hasta el conservatorio donde le enseñaban a descubrir los misterios que guardaba en su interior el bandoneón que estaba aprendiendo a tocar.
Así las cosas, la relación entre padre e hijo siempre fue distante, silenciosa, con un niño admirando la maestría de su padre para darle forma a las piedras pero deseando tenerlo un poco para sí mismo, para poder hacer las cosas que solo se hacen cuando sos pibe y con un padre compenetrado en lo que mejor sabía hacer, eso de darle pulso de vida a un pedazo de piedra inerte y con nula intención de convertirse en una persona normal.
Había nacido escultor no padre de familia.

Muchísimos años después, León volvía de una gira exitosa con su quinteto de tango por Japón, habían pasado con críticas laudatorias y audiencias despidiéndolos de pie por París y ahora se encontraban saliendo de un teatro de Broadway, en New York.
Después de firmar varios autógrafos y sacarse una infinidad de fotos en la vereda de la sala, León se despidió de sus compañeros y asistentes y les dijo que se volvía dando un paseo por las calles de una desolada ciudad hasta el hotel.

En esa vuelta con las manos dentro del sobretodo donde fue acompañado por los gigantescos carteles luminosos de Times Square, en el centro de Manhattan y todavía con el eco de los aplausos en sus oídos que le habían dispensado la crema y nata de Broadway, León decidió esquivar las luces y el reconocimiento y se escurrió por una de las calles laterales ajenas al mundanal ruido.

Casi llegando a una esquina, se detuvo frente a una casa de antigüedades a prenderse un cigarrillo.

Apoyándose contra la vidriera para cubrir a la llama de su encendedor del viento de enero, advirtió, entre teléfonos de principios de siglo y tapicería y cortinajes de variadas texturas de la época victoriana, una pequeña escultura hecha por su padre.

Se le hizo un nudo en la boca del estómago y tiró rápidamente el cigarrillo al suelo porque no cabía en su asombro encontrar algo que lo comunicara directamente con su padre, que había muerto diez años atrás y que ni se enteró del éxito de su hijo.

Se quedó boquiabierto frente a la vidriera mirando la pequeña escultura que reproducía un Megalito hecho con piedra volcánica, como los que tallaron los primeros habitantes de la Isla de Pascua, antes de la llegada de los colonizadores.

Ya no sentía el frío que ofrecía la ciudad, la sangre le corría por el cuerpo a la velocidad de la luz y la mente y el corazón se le llenaron de recuerdos que la memoria de los tiempos tiende a suavizar.

Decidió quedarse en la puerta de la tienda con la vista clavada en la escultura hasta que ésta abriera y pudiera comprar la imagen que había perfilado su padre.

Las horas se pasaron rápido, como se pasó su vida cuando todavía tenía a su viejo, aunque apartado, pero sabiéndolo en el fondo, trabajando en su taller.

Resolvió sentarse en la vereda de enfrente a esperar, en la entrada de un edificio viejo, que hacía las veces de taller de teatro y escuela de danza, como cuando esperaba a que de una buena vez por todas su viejo soltara el cincel.

Cuando por fin abrieron la tienda, se irguió en sus piernas congeladas por las inclemencias del tiempo y se dirigió hasta su interior.

En un impecable y elegante inglés, que había ejercitado en una sesuda educación en el Colegio Británico y también, en sus viajes por el mundo, le solicitó al mercader que le vendiera la pequeña escultura que estaba en la vidriera.

Entre adormilado y sorprendido, el vendedor, de perfectos modales, le dijo que ellos no comerciaban esculturas, solamente pinturas, vajilla, telas y artefactos de época.
León lo miró fijo y le dijo que no se preocupara por el precio, que pagaba lo que fuera por llevarse de ahí el Megalito.

Sin entender el por qué de tanta insistencia y sin perder los modales, el vendedor le dijo respetuosamente que le indicara en el escaparate que era lo que quería y que no tendría ningún problema en vendérselo.

Algo contrariado, León salió hacia la vereda del comercio con el vendedor detrás y cuando se pararon frente a la vidriera, en el lugar donde había estado toda la noche la escultura que había hecho su padre había un conjunto de platos de la Realeza Española.
León, sin ningún tipo de sorpresa en su rostro, pidió las disculpas del caso, se despidió del vendedor que todavía lo observaba absorto cuando éste ya se alejaba, doblando la esquina, con las manos dentro del sobretodo.

Ya, rumbo al hotel, se fue pensando en que su padre todavía no terminaba de darle la forma precisa a la escultura y que él todavía tenía un tiempito más para esperarlo, como esperaba cuando era un niño a que le diera un cacho de bola.

NOBLEZA OBLIGA

PALABRAS:
NOBLEZA OBLIGA - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
MASTER OF WAR (Bob Dylan)
Versión acústica - Hernán Pesce



NOBLEZA OBLIGA

El frío era terminal, calaba los huesos, los pensamientos y hasta los deseos.

Ése frío, pensó, lo iba a matar lentamente, lo que lo iba a matar mucho más rápido eran las balas del enemigo.

Se fue arrastrando como pudo, desde una desvencijada trinchera, hasta el resguardo que le ofrecía una piedra inmensa.

La noche estaba tan oscura como la boca de su estómago y solo se iluminaba por segundos, cuando las ráfagas de ametralladoras hacían que el cielo fuera el cielo de año nuevo.

Ya casi no respiraba, por el frío y por el miedo y también, porque cualquier movimiento de su cuerpo llamaría la atención de los gurkas que avanzaban a paso decidido alrededor de la piedra.

Su unidad estaba desmantelada, podía ver los cuerpos de sus compañeros diseminados en la tierra, le crepitaba en la sien sentir los lamentos de los pocos que quedaban con vida.

Se quedó quietito, con el fusil como rosario, mientras mentalmente repasaba el padrenuestro como si fuera el preámbulo.

Por su cabeza, en cámara lenta, pasaron las caras de sus padres, de sus hermanitos que lo habían ido a despedir del Regimiento como a un héroe, de su novia Marcela con la cual se había comprometido, sin decirle absolutamente nada a nadie, un sábado que le dieron franco en el destacamento. Sintió muy adentro una especie de alegría, por el recuerdo inalterable de sus caras y una angustia terrible al presentir que ése iba a ser el último recuerdo que tendría de ellos.

Cuando llegó a la repetición número trece de la sagrada oración pensó que no había servido de nada encomendarse a su Dios.

Un soldado inglés se le paró a dos metros de distancia y advirtiendo su presencia, oliendo su miedo, se quedó mirándolo fijo, viéndolo rezar. El inglés martilló su arma, le apuntó a la cabeza, respiró hondo y una mueca de humanidad se le dibujó debajo del cansancio y la pintura de guerra.

Replegó su arma y se alejó del lugar como si no lo hubiera visto.

Alberto M., Compañía Comando, Sección Morteros Pesados, unos años después de esa pesadilla que dieron en llamar La Guerra de Malvinas, estaba con su padre, su hermano y un amigo viendo, azorados, como Maradona eludía jugadores ingleses rumbo al gol de su vida y la de todo un pueblo también.

Viendo con que alegría se abrazaban los otros tres, después del gol, Alberto apoyó su vaso de vino tinto en la mesa, cerró los ojos y sonrió. Por su cabeza volvieron a pasar las caras de cada uno de los compañeros, los que no volvieron, como fantasmas omnipresentes que toda la vida lo iban a acompañar.

Nobleza obliga, por respeto, al gol no lo festejó.


*Nota del redactor: éste es un sentido y humilde homenaje a los soldados argentinos que perdieron su vida en una inútil guerra (como todas las guerras) y también para los soldados que volvieron y nuestra indiferencia, nuestra desidia y nuestro desamor por el prójimo ha hecho que más de uno hubiera preferido no volver con vida. En su memoria, NOBLEZA OBLIGA.

CRISTIÁN LAGIGLIA