ESPERAR ESPERANDO

PALABRAS:
ESPERAR ESPERANDO - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
OFF HE GOES (Pearl Jam) - Versión acústica - Hernán Pesce




ESPERAR ESPERANDO

Su padre era un renombrado escultor, con taller en el fondo de su casa y con escaso tiempo para jugar a la pelota con él o llevarlo hasta el conservatorio donde le enseñaban a descubrir los misterios que guardaba en su interior el bandoneón que estaba aprendiendo a tocar.
Así las cosas, la relación entre padre e hijo siempre fue distante, silenciosa, con un niño admirando la maestría de su padre para darle forma a las piedras pero deseando tenerlo un poco para sí mismo, para poder hacer las cosas que solo se hacen cuando sos pibe y con un padre compenetrado en lo que mejor sabía hacer, eso de darle pulso de vida a un pedazo de piedra inerte y con nula intención de convertirse en una persona normal.
Había nacido escultor no padre de familia.

Muchísimos años después, León volvía de una gira exitosa con su quinteto de tango por Japón, habían pasado con críticas laudatorias y audiencias despidiéndolos de pie por París y ahora se encontraban saliendo de un teatro de Broadway, en New York.
Después de firmar varios autógrafos y sacarse una infinidad de fotos en la vereda de la sala, León se despidió de sus compañeros y asistentes y les dijo que se volvía dando un paseo por las calles de una desolada ciudad hasta el hotel.

En esa vuelta con las manos dentro del sobretodo donde fue acompañado por los gigantescos carteles luminosos de Times Square, en el centro de Manhattan y todavía con el eco de los aplausos en sus oídos que le habían dispensado la crema y nata de Broadway, León decidió esquivar las luces y el reconocimiento y se escurrió por una de las calles laterales ajenas al mundanal ruido.

Casi llegando a una esquina, se detuvo frente a una casa de antigüedades a prenderse un cigarrillo.

Apoyándose contra la vidriera para cubrir a la llama de su encendedor del viento de enero, advirtió, entre teléfonos de principios de siglo y tapicería y cortinajes de variadas texturas de la época victoriana, una pequeña escultura hecha por su padre.

Se le hizo un nudo en la boca del estómago y tiró rápidamente el cigarrillo al suelo porque no cabía en su asombro encontrar algo que lo comunicara directamente con su padre, que había muerto diez años atrás y que ni se enteró del éxito de su hijo.

Se quedó boquiabierto frente a la vidriera mirando la pequeña escultura que reproducía un Megalito hecho con piedra volcánica, como los que tallaron los primeros habitantes de la Isla de Pascua, antes de la llegada de los colonizadores.

Ya no sentía el frío que ofrecía la ciudad, la sangre le corría por el cuerpo a la velocidad de la luz y la mente y el corazón se le llenaron de recuerdos que la memoria de los tiempos tiende a suavizar.

Decidió quedarse en la puerta de la tienda con la vista clavada en la escultura hasta que ésta abriera y pudiera comprar la imagen que había perfilado su padre.

Las horas se pasaron rápido, como se pasó su vida cuando todavía tenía a su viejo, aunque apartado, pero sabiéndolo en el fondo, trabajando en su taller.

Resolvió sentarse en la vereda de enfrente a esperar, en la entrada de un edificio viejo, que hacía las veces de taller de teatro y escuela de danza, como cuando esperaba a que de una buena vez por todas su viejo soltara el cincel.

Cuando por fin abrieron la tienda, se irguió en sus piernas congeladas por las inclemencias del tiempo y se dirigió hasta su interior.

En un impecable y elegante inglés, que había ejercitado en una sesuda educación en el Colegio Británico y también, en sus viajes por el mundo, le solicitó al mercader que le vendiera la pequeña escultura que estaba en la vidriera.

Entre adormilado y sorprendido, el vendedor, de perfectos modales, le dijo que ellos no comerciaban esculturas, solamente pinturas, vajilla, telas y artefactos de época.
León lo miró fijo y le dijo que no se preocupara por el precio, que pagaba lo que fuera por llevarse de ahí el Megalito.

Sin entender el por qué de tanta insistencia y sin perder los modales, el vendedor le dijo respetuosamente que le indicara en el escaparate que era lo que quería y que no tendría ningún problema en vendérselo.

Algo contrariado, León salió hacia la vereda del comercio con el vendedor detrás y cuando se pararon frente a la vidriera, en el lugar donde había estado toda la noche la escultura que había hecho su padre había un conjunto de platos de la Realeza Española.
León, sin ningún tipo de sorpresa en su rostro, pidió las disculpas del caso, se despidió del vendedor que todavía lo observaba absorto cuando éste ya se alejaba, doblando la esquina, con las manos dentro del sobretodo.

Ya, rumbo al hotel, se fue pensando en que su padre todavía no terminaba de darle la forma precisa a la escultura y que él todavía tenía un tiempito más para esperarlo, como esperaba cuando era un niño a que le diera un cacho de bola.

7 comentarios:

ELISA dijo...

es Piazzolla, porque su segundo nombre es Pantaleón y se ocurre que tan grossa historia tiene que tener un grosso protagonista. Excelente escritura ahora le entro a lo demás.

Anónimo dijo...

que buena historia.

Anónimo dijo...

Qué buenaaaaaaaaaaaaaa!!!!!! Excelente!!! Más APLAUSOS para los dos...
P.P.P.

MARIANA(la de la luna) dijo...

te estás poniendo distante y a veces resguardarte es bueno, excelente historia, ya me la habías contado...no sabía el final. Lo de Hernán ya entra en el terreno de lo sublime, como siempre tenías razón, esa voz no es de la garganta, es del corazón, otra vez más tenés razón. Hernán salud!!!

Anónimo dijo...

gracias por este blog, estoy harto de los que cacarean y no ponen huevos. Huevos les sobra, que buena historia, que bien contada y que bien cantada. Felicitaciones

la futura mamá de franchesca dijo...

Para cuando el libro para los que somos tan ciegos que las letras de la compu nos distorsionan hasta el sentimiento. Yo compro y si hay disco, no hablar.

Mariano R dijo...

Que buena pelado de las mejores, segui asi.