PALABRAS:
EL CORAZÓN CON AGUJERITOS - Cristián Lagiglia
MÚSICA:
EVERYBODY HURTS (REM) - Versión acústica- 2010
EL CORAZÓN CON AGUJERITOS
-Bueno Licenciada, entenderá mi nerviosismo, es la primera vez que hago esto y no sé muy bien cómo manejarme.
Creo que lo mejor sería contarle porque creo yo que estoy necesitando de ayuda. Cuál es el motivo que me trae aquí.
Resulta que hace exactamente seiscientos setenta y cuatro días, y acá agradezco que en el medio no hubieron años bisiestos, si no, le tendríamos que agregar dos días más, apareció en mi vida una persona que vino, para bien o para mal, a destrozar todo lo que más o menos estaba en pie en mi existencia.
Apareció de la nada misma y cuando menos me lo esperaba y desapareció en la nada misma y cuando menos me lo esperaba. Lo que yo vengo a tratar acá, Licenciada, no es entender la razón de porqué ella apareció y menos de porqué ella desapareció, sé positivamente que es muy feliz en dónde está y con quién está, si no, no hubiera elegido eso.
Lo que yo vengo a tratar es como hago para salirme yo de una buena vez de esta historia.
Ya le dije que hace seiscientos setenta y cuatro días que yo estoy inmerso en esto y usted creerá que es una obsesión y no quiero de ninguna manera utilizar lenguaje que me es ajeno y muy familiar para usted, pero creo que no es obsesión, creo que es un alivio, porque obsesivo sería contarlos como yo los viví y, créame, a muchos de estos día yo los tendría que multiplicar por dos, porque en el transcurso de vivencias de cada uno de estos días yo, en carne propia, los he vivido como si fueran dos.
Sería muy fácil catalogarme de bipolar pero créame que mis cambios drásticos de ánimo han sido pura y exclusivamente originados en encuentros furtivos con la persona de la que le hablo o, lo que es peor, con recuerdos de esa persona.
De ahí que al verme a mí mismo desde afuera, me da la impresión de que en un mismo día yo he vivido dos. Y por eso me resulta más saludable sentir que han sido días individuales.
Desde que desapareció de mi vida yo me he visto envuelto en situaciones que son muy extrañas en mi comportamiento. He hecho cosas realmente estúpidas y cosas que son inconfesables, pero no porque impliquen algún crimen, inconfesables por la vergüenza que da reconocer lo que uno puede llegar a hacer cuando el que manda es el corazón y la cabeza no atina para nada.
Ahí es donde tengo una pregunta vital que hacerle, Licenciada, ¿cómo puede una persona ver que le están mintiendo en la cara, saberlo y sentirlo, y en el mismo pensamiento enterrarlo como si eso realmente no estuviera sucediendo?, ¿qué lleva a justificar las mentiras de otra persona cuando esas mentiras afectan directamente a uno mismo?
Enseguida me lo contesta, Licenciada, porque esto no termina aquí.
Nuestra historia de amor duró, digamos, como media hora.
Después de eso, todo lo demás ha sido sufrimiento, pero ha sido sufrimiento ahora que me doy cuenta, en el momento en que han transcurrido estos días sé que he sufrido muchísimo, pero no me había dado cuenta.
Es tremenda la negación pero más tremendo es verse en situaciones que son, como mínimo, grotescas.
¿Qué se yo?, por contarle algunas, Licenciada, he estado camuflándome en una esquina por más de cuatro horas frente a su trabajo, con tal de verla, y una de las tantas veces que hacía esa idiotez parece ser que a un vecino le parecieron raros mis movimientos y mi permanencia en la puerta de su casa, cosa que yo no había advertido, y llamó a la policía y con tanta mala suerte que tengo, no llevaba los documentos, así que estuve demorado otras cuatro horas en la seccional y a mí lo único que me preocupaba era que no la podía ver, ni me hice cargo de la vergüenza ni de las sospechas que podría haber levantado.
De hecho, el motivo por el cual me dejaron salir, fue que les conté a todos los oficiales que es lo que hacía verdaderamente en esa esquina y creo que se apiadaron de semejante pelotudo y hasta unos mates me convidaron.
Una noche me vestí elegantemente y concurrí a una fiesta a la que, obviamente, yo no estaba invitado y chamuyándome y contándole la verdad de mi presencia en el lugar a los guardias de seguridad, previo acuerdo de sacarles algo para beber, cada media hora, me dejaron pasar y como yo estaba vestido muy elegante, pude pasar desapercibido y estuve toda la noche mirándola embelesado, desde un rincón (del cual me iba cambiando debido a la paranoia de pensar que todos me estaban mirando a mí), divertirse, bailar, saltar, lucir un peinado nuevo, sacarse fotos, etc., todo esto con su pareja, hasta que se hizo la hora de irse y me volví caminando desde muy lejos con una felicidad estúpida, como si realmente hubiera sido yo quién estuvo con ella.
Realmente es una adicción de la que no me puedo despegar sin ayuda, he tenido otras adicciones pero ha sido mi fuerza de voluntad quién las dejó atrás.
Fui adicto a la serie Lost y recuerdo perfectamente haber consumido las cinco primeras temporadas en menos de cinco días para después sufrir el síndrome de abstinencia que fue esperar que filmaran la sexta temporada durante todo un año y acá me ve, con mucha voluntad, sobreviví.
También fui adicto al ajedrez y usted podía verme deambular por la ciudad con un tablero y sus correspondientes piezas debajo del brazo y encontrarme con personas que me saludaban y yo automáticamente las invitaba a jugar una partida. Fuerte era la desazón cuando escuchaba que no sabían jugar o que no tenían tiempo para semejante menester, pero yo seguía inquebrantable buscando alguien con quién jugar. De esta adicción me curé porque tengo muy poca tolerancia a la derrota y, siendo sincero, perdía cada cinco minutos.
Espero que usted tenga la fórmula mágica para operarme de esta adicción que me provoca ir a verla todos los días a su trabajo, irme caminando hasta su casa que queda muy lejos de la mía para verla salir de la casa (cosa que nunca sucedió porque parece que no está mucho en su casa), escribirle cartas desgarradoras de despedida y a los dos segundos arrepentirme y escribirle cartas de bienvenida, como si fuera a volver algún día, mandarle flores, mandarla a la mismísima mierda (mental y oralmente), llorar como un niño por su desamor y ausencia y a las dos cuadras reír como un loco por la felicidad que me da sentir lo que siento (yo solito), y verla en cada rostro que cruzo en la calle lo cual explica el enamoramiento que uno lleva adentro, digo, eso de verla en cada mujer que me cruzo.
La cosa se pone un poco más complicada cuando veo su rostro en el cuerpo de un gordo oficinista que está esperando el colectivo y hurgándose la nariz, mientras escupe y espera. Créame que esa es una escena muy difícil de sacarse de la mente, pero que le voy a hacer, el amor es más fuerte, y yo la amo hasta con el cuerpo del Sr. Barriga.
Se preguntará si he pensado en la muerte como solución drástica a mi problemita y tendría que confesarle que si, Licenciada, lo que pasa que con La Muerte yo tengo un temita personal.
Ya todos sabemos que a la corta o a la larga ella va a ganar este partido. Es como jugar contra el Barcelona de Messi, por más que le pongas toda la onda, en cinco minutos te destrozan y te golean.
Con la muerte pasa lo mismo, por lo cual yo me he propuesto firmemente jugarle este partido con doble línea de cinco, como el Inter de Mourinho, por lo menos hasta que me den las fuerzas y me venga a buscar.
Yo, en algunas ocasiones la he llamado insistentemente pero ni ella me da bola.
Parece que su labor es llevarse a los que sirven, que se yo, se lleva a Lennon y deja a Chapman, se lleva a Mercedes Sosa y deja a Duhalde, Menem, Kirchner, Macri, se lleva a Rufino y me deja a mí.
Yo creo que conmigo está cometiendo un claro caso de discriminación y cuando solucione estos problemitas que me están aquejando, iré a denunciarla al INADI.
Toda esta caterva de palabras y emociones mezcladas eran el argumento que iba a esgrimir cuando me tocara mi turno con Laura, la psicóloga.
Las había practicado de antemano y hasta me controlé el tiempo (30 minutos exactos) que me llevaría secarle la cabeza con esta historia de histeria descontrolada, especulando en dejarle los últimos diez minutos de la sesión para que ella me contara cuál era la solución mágica que ella seguro tenía para el problema que me estaba carcomiendo.
Creía que con diez minutos de su sabiduría serían suficientes para que me hiciera ver la luz o para que me decidiera ir yo hacia la luz...de un trole y que éste me llevara puesto.
Le dejaba diez minutos, también, para que se ganara los cien mangos que me costaba la consulta y que, obviamente, yo prefería gastarme yendo a ver a Las Pastillas del Abuelo (lo de Divididos lo tenía solucionado gracias a la habilitación generosa y terapéutica de otra psicóloga) y cuatro porrones o poder irme con esos cien mangos al JUGUETE RABIOSO e invitar a Poli, Pinky, la 99, Caro, Guille, Matu, Fato, Quique o al Sapo, por nombrar a algunos de los que han venido pagando (digamos, el último año y medio) las cervezas que me he ido tomando.
Todo esto, que tendría que haber expresado para por fin comulgar con la sanación de mi mente, de mi espíritu y de mis huevos, se vio interrumpido en cuanto, del consultorio, salió una señora con cara de nada, de la mano de su problemático hijo que no contaba con más de doce o trece años. Dejaron la puerta entreabierta.
Por el espacio que dejaba el límite de la puerta antes de besar al marco, la podía ver perfectamente a ella. Era más bien bajita, de pelo lacio que alguna vez fue castaño y ahora luchaba valientemente por parecer rubio, como casi todo el mundo.
En ese instante, se llevó las manos a la cara y empezó a llorar, casi en silencio.
Las lágrimas le corrieron el modesto maquillaje que ella, en movimientos infructuosos, trataba de salvar, con los restos de un pañuelito descartable. Parecía tan triste que me dieron ganas de entrar y consolarla.
Me contuve.
Cuando se creyó recompuesta y sin darse cuenta de la abertura de la puerta por donde yo la estaba mirando, se estiró la camisa, inhaló y exhaló controladamente y desde adentro del consultorio llamó:
-Lagiglia, pase.
Me levanté y en vez de apuntarle a la puerta del consultorio, le apunté a la de salida.
A los pocos segundos ya estaba en la calle con una contundente reafirmación de mi ateísmo hacia el curanderismo de la mente (Dolina dixit), la impotencia de no haber podido tirarle una onda a una persona que estaba triste, vaya a saber porqué sorcho y buscando denodadamente la calle por dónde pasan los troles.
Hoy no era, definitivamente, un buen día para contarle a Laura, la que trabajaba de psicóloga, que yo andaba con el corazón con agujeritos.