CON LOS OJOS CERRADOS

PALABRAS:
CON LOS OJOS CERRADOS - Cristian Lagiglia

MÙSICA:

Caballo en el Agua
(Las Vacas Sagradas)
Versiòn acùstica 2009 (Hernàn Pesce)




CON LOS OJOS CERRADOS


Contuvo el aliento, cerró los ojos y esperó el sonido del silbato del árbitro para el comienzo del partido.

Ese instante, que para todos dura apenas unos segundos, a él se le hicieron eternos, como cuando esperás por alguien que sabés que no va a venir nunca.

Cuando por fin sucedió, sintió el contacto de la pelota en su pie derecho y se le iluminó el alma, soltó el aire de sus pulmones y arrancó con los ojos cerrados y con la pelota imantada a su pie derecho, con boleto de ida, hacia el arco rival.

Percibió como el volante derecho de los contrarios se le venía al humo como un sicario, entonces, tomando una pausa leve en su carrera, esperó a que se acercara y cuando lo tuvo muy cerca, arrancó de nuevo y lo dejó pagando, caliente y desorientado, como cuando hacés una fila de una hora en el Banco para pagar algún impuesto y el cajero te dice que ése Banco no recibe ése pago.

Con todos sus músculos en perfecta armonía y ahora ante la presencia del número cinco, una especie de patovica de pelotero (cero altura toda anchura), le apuntó al medio del cuerpo y el otro se relamió pensando que con solo tocarlo iba a hacer volar al Sapo Martín por los aires.

Error, El Sapo quebró la cintura, amagó para la derecha y salió hacia la izquierda (quizás por su preferencia política) y le pasó por el costado viendo como el cinco lo miraba pasar sin entender como lo había hecho.

A la tarde parecía que la habían comprado ése mismo día y que acababan de sacarles los nylons porque tenía un sol radiante que solo quería llamar la atención y fue ése sol el que le dio con uno de sus rayos en el medio de los ojos y aunque los tenía cerrados, se hizo visera con la mano y apuntó directo hacia donde lo estaban esperando los dos marcadores centrales.
Cuando llegó hasta los dominios que estos dos custodiaban, ni una sombra de duda le nubló la mente y los encaró por el medio, como quien tiene la confianza de poseer un free pass para el boliche que nunca te dejan entrar.

Uno de ellos quiso detener su carrera, estiró su brazo y su pierna infructuosamente y no llegó ni siquiera a rozarlo.

El otro directamente le apuntó con un patadón resuelto a la pierna donde El Sapo llevaba encadenada la pelota y en esa estirada del defensor, totalmente desarmado por el esfuerzo, El Sapo esquivó la patada del criminal (con la elegancia del que elude la mirada de la más fea del baile para sacarla a tirar unos pasos), y le tiró un caño que hizo rugir a toda la hinchada.

A diez centímetros de entrar al área, levantó la vista y vio como se le venía el arquero abriendo sus brazos como si quisiera abrazarlo después de tanto tiempo de no verse y empezó a abrirse un poco para la derecha, para evadir la calurosa bienvenida y buscar un mejor ángulo para definir.

El arquero acompañó con su cuerpo la diagonal de El Sapo y casi ya lo tenía de frente cuando éste frenó en seco su carrera y cambió súbitamente de dirección, y el arquero pasó de largo como las viejas que van arriba del 104 en hora pico y el chofer frena sin calentarle nada.

El arquero quedó desparramado en el medio del área como el flan que se te cae al piso y se quedó con ganas de darle ése abrazo que le había prometido.

Ya sin ninguna resistencia a la vista, con el arco a su disposición y todavía con los ojos cerrados, El Sapo acarició a la pelota con el borde interno del pie derecho y la despidió como se despiden los amantes clandestinos en la puerta del zaguán.

Cuando la pelota estaba por cruzar la línea de gol y a El Sapo se le llenaba la boca de alegría y grito desaforado, le tocaron el hombro y no tuvo más remedio que abrir los ojos.

-¿Sapo, me das fuego?, ya está por empezar el partido y estoy más nervioso que cuando me casé...

Buscó en uno de los bolsillos de la campera (la de la cábala) y le acercó el encendedor para que el otro prendiera el cigarrillo.

Miró, desde la mitad de la popular donde siempre se ubicaba, hacia el centro de la cancha y parecía que el árbitro por fin iba a pitar.

Volvió a cerrar los ojos y esperó esos segundos eternos para que empezara el partido.

Unos metros más abajo, Dieguito, su hijo, jugaba a juntar los papelitos que la hinchada más grande del mundo había tirado para recibir a su equipo.

El Sapo Martín, con los ojos cerrados y una mueca de satisfacción, sabía lo que no sabía nadie.

Que El Globito Lasherino, el Huracán de su alma, arrancaba ganando 1 a 0...con un golazo de él.


dedicado al Sapo y a Dieguito, por la pasión.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

SE ME PIANTO UN LAGRIMON......TE QUIERO!!!!!!!

Guillermo P. dijo...

Buenisima Pela.... aunque parezca chamullo, pero como Buen Lasherino de alma que soy, por ahi uno siente esas cosas y muchas mas.... para un lasherino el partido se gana antes de empezar.... lo gana la mas grande, lo gana La N1....
Nos vemos!

Mariano R dijo...

Muy buena narracion vieja y felicitaciones por las 2000!!!!!!

Anónimo dijo...

Ser del tomba de la lepra es facilicimo, plata, jugadores,nacional B.primera A.
Pero huracan es puro sentimiento.Amor que solo se explica si alguna ves viste e en Cordoba, SantaFe,Entre Rios entrar a la Nº1 y pensas de primera no se hace se nace

Anónimo dijo...

soy el enano pelado la verdad me encanto no dejes nunca de llenarme la vista y la cuca de estas delicatesen. sos un GROSOOOOOOOOOOOOOOOO.-